13 de Junio de 2019

Johanna Garabello
4 min readJun 29, 2020

Hoy es Jueves.

Desde el domingo que mi día se divide en períodos larguísimos de mirar el techo con una luz de tubo que anda mal y el horario de las comidas, que espero como un reloj suizo con un nivel de condicionamiento que haría que cualquier conductista estuviese orgulloso. En el medio tengo las visitas: Médicos, enfermeros, psicólogos, psiquiatras, voluntarios, hasta el cura viene a veces a charlar.

Todos hacen la misma pregunta: ¿Por qué estás acá nena? ¿cuántos años tenés?

Es como si ninguno de ellos pudiera leer la carpeta con la historia clínica que cuelga al inicio del pasillo de entrada a la habitación o estuviesen imposibilitados de hablar entre sí.

Me tomé una caja de Alplax.

Me tragué bocha de pastillas.

Me bajé una caja de pastis.

Tenía ganas de dormir y no podía.

Me quise matar y me salió mal.

Todos los días se repite como una casetera vieja que tiene un sólo track. Lo que genera una respuesta bastante uniforme: amargura en la cara de un perrito al que sabe que lo están mandando a matar.

A veces no me dicen nada y me hablan del clima. A veces me preguntan cómo (que ya les dije) o por qué (que también ya les dije). También me dicen que fue algo de un momento y se me va a pasar rápido. Que cuando consiga novio se me van a ir las ideas de la cabeza. Me dicen que soy jovencita y hermosa y llena de vida. Yo no entiendo por qué ser joven o hermosa es relevante en lo absoluto a mi depresión, como si ser bella es una cualidad intrínseca de la felicidad y sólo la gente fea puede estar deprimida. Pero creo que lo que más me jode es la parte de estar tan llena de vida. Porque si yo estoy tan llena de vida… ¿entonces por qué siempre me quiero morir?

Nena, tenés 26 años, no tenés derecho a estar triste, ¿sabes las cosas tristes que viví yo en mi vida? Ay querida, ¡eso es porque tenés mucho tiempo libre y pensás estupideces! Tenés que salir más con tu novio, no pensar tanto.

Vos te podes ir cuando quieras de acá, es una hospitalización voluntaria, pero no deberías irte.

Pertenecés acá.

Acá es una habitación que tiene unos 4x5m3 y un techo de unos 3 metros, que alberga a 4 camas. Las paredes son de color beige y tienen un machimbre marrón que tapa anda a saber qué otra porquería que la pintura de mierda color beige (probablemente con base de plomo) no pudo tapar. Las camillas también son de color beige. La mesa es de color beige. El suelo es de un azulejo color beige. La puta chata y el papagayo son de color beige. Si respiras y vas el aire condensado de tu respiración, también es de color beige.

Hay dos ventanas gigantes en la habitación. Bien. Pero tienen persianas de hierro que siempre están cerradas. Mal. Tienen una mínima abertura que no deja ver si es de día o de noche, pero deja ver lo suficiente como para saber que estás enrejada. Re mal.

Ah y cómo olvidarme del 5 habitante de la sala, un Cristo enorme colgado de la pared haciéndome sentir culpable por tus pecados mundanos, que también es color beige. La única cosa que hay de color, son los picos de oxígeno y aire comprimido, y un cartel amarillo y rojo con letras de circo que dice el número de cama. Mi cama es la 120, mi mamá dice que eso da 3 que en numerología es el número perfecto y no sé cuánta pelotudez más, que por ahí tendría sentido si la habitación tuviese olor a palo santo. Pero no: tiene olor a mierda y a sangre coagulada con lavandina.

El aire es hediondo y pesado, como si estuviese en pleno enero, pero es junio. Estar recostada en la camilla se siente como pesar un millón de kilos y tener de resistencia un montón de plumas, donde abajo, hay una serie de fierros que son los que realmente están ahí para sostenerte. Obviamente en uno de esos colchones que están recubiertos en cuero y plástico, para que sea fácil de limpiar en caso de que bueno, no controles los esfínteres, cosa que a mi no me pasa, pero a mis compañeras de cuarto les pasa muy seguido. Porque el ala psiquiátrica del hospital acá está unida a la sala de gerontología, porque locos y viejos somos todos lo mismo a los ojos de los demás. Somos lo que nadie quiere ver.

Lo único que puedo hacer es estar acostada, acá en ésta cama incómoda, mirando el techo y ese puto tubo que hace una semana pedí que cambien, porque no solo titila sino que hace ruido. Mucho ruido. También les pedí que cambien la sonda alimenticia de Julia que le entra aire y chilla toda la noche mientras las enfermeras duermen. Pero la única respuesta que recibí es que me den más pastillas para dormirme. Y les salió mal porque me despierto igual.

Las horas se pasan como si fuesen siglos y mis interacciones con otros humanos se dividen en tres grupos: Personal del hospital, mis compañeras de cuarto y mis visitas.

Para quienes tengan ideas vinculadas con el suicidio pueden llamar al 135 o ingresar a https://www.casbuenosaires.org.ar/si-usted-piensa-en-el-suicidio

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