Red Barrial Afrodescendiente: contra los vestigios del racismo en Cuba

El Caimán Barbudo
El Caimán Barbudo
Published in
17 min readOct 27, 2021

--

Desde el orgullo de la negritud y la búsqueda de equidad, varios proyectos trabajan para cambiar la sociedad cubana.

Por Pedro Sosa Tabío

Maritza se sentía algo incómoda, — quizás solo nerviosa — en su asiento, que estaba alto, detrás de una mesa ocupada por varias personas y de frente a quien dirigía la reunión. Una vez más, hacía uso del que pudiera ser calificado como uno de sus mayores dones: el de estar en el momento correcto, con las personas correctas, sin saber qué hace ahí.

En ese momento, Pedro de la Hoz, presidente de la Comisión Aponte de la Unión de Escritores Cubanos, la presentaba:

— A mi lado se encuentra Maritza López McBean, activista antirracista de la Red Barrial Afrodescendiente.

Ella levantó la mano a modo de saludo.

— No, pero tú no viniste aquí a saludar — le dijo quien dirigía el evento — . Quiero que nos cuentes cuáles son las dificultades con las que más tropiezas en tu trabajo.

Maritza, de momento, quedó tiesa.

Tras unos segundos, se acercó al micrófono que tenía cerca y comenzó a hablar, pero no se le escuchaba. Notó entonces el pequeño interruptor que debía presionar, lo hizo y, en cuanto se encendió el aparato, lo primero que se le oyó decir fue. “¡Ay!, me cogió la guajirá”. El teatro se fue abajo de la risa, empezando por los ocupantes de la mesa del frente, que eran nada menos que los miembros del Consejo de Ministros, y quien la había inquirido: Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República de Cuba.

Maritza López es la fundadora de la Red Barrial Afrodescendiente. Foto tomada del Twitter de Miguel Díaz-Canel Bermúdez

— Bueno, presidente — se repuso Maritza — , para poder contestarle su preguntas tendría que hacer una priorización de las palabras, y con esa priorización, le diría que en los gobiernos a los que hemos ido con la Red Barrial, que son los de nueve barrios de La Habana, una iglesia bautista, La Marina de Matanzas y Cárdenas, no se han enterado del programa antirracista cubano que nació en noviembre de 2019.

— ¿No, Maritza?

El Presidente se echó hacia atrás en su silla, giró hacia un lado, hacia el otro, y entonces volvió a hablar:

— ¿Ven? Yo creo que eso — levantó un dedo para remarcar su afirmación — es lo más atinado que se ha dicho hoy aquí.

“No sé qué se estaba diciendo antes — explica Maritza — , pero lo que sí sé es que eso, específicamente, o era algo que él esperaba o era algo que se venía cocinando, como se dice popularmente.”

Maritza López McBean es educadora popular. Desde 1988, trabaja en lo que se conoce como Grupos de Transformación: varios equipos de especialistas que, diseminados por distintos municipios de la capital cubana, se encargan de hacer trabajo comunitario, sobre todo educando a los habitantes de esas zonas para que se empoderen, dejen atrás prejuicios sociales y alcancen una vida mejor para sí mismos y quienes los rodean.

Fue en 2012 cuando el mencionado don hizo su primer acto de presencia. En ese año, fue invitada a una reunión auspiciada por el Ministerio de Cultura, lo cual, por su amplio activismo comunitario, no le llamó demasiado la atención. Sin embargo, cuando llegó a la cita se encontró sentada entre Eduardo Torres Cuevas, Deisy Rubiera, Tomás Fernández Robaina, Gisela Arandia Cobarrubia, Zuleica Romay, Esteban Morales y otros prestigiosos escritores, historiadores e investigadores cubanos y de otros países de Latinoamérica. Compartiendo sala con todas aquellas figuras, lo único que alcanzaba a preguntarse era: “¿Qué hago yo aquí?”.

La actividad tenía como antecedente la declaración, por parte de la Organización de Naciones Unidas, del 2011 como Año de la Afrodescendencia, y buscaba fundar la Articulación Regional Afrodescendiente en su Capítulo Cubano, que ya existía en otros países de la región como Brasil, República Dominicana, Venezuela, Ecuador y Uruguay — de ahí que hubiera representantes de esas naciones — .

Uno de los puntos fundamentales para la creación de ese capítulo era el trabajo comunitario. En cuanto lo mencionaron, Maritza se dio cuenta de que su presencia no era un error y empezó a darle vueltas a nuevas ideas.

Al término de la reunión, pidió a los organizadores que le prestaran una hoja que habían pasado para que los asistentes escribieran sus contactos y, con una camarita digital, le hizo fotos.

Ahora, Martiza da un mini-tour por la Casa Comunitaria Paulo Freire, del consejo popular Balcón Arimao, en La Lisa — un lugarcito pequeño, con apenas una sala y una oficinita — y explica:

— La Red Barrial Afrodescendiente surge el 30 de noviembre de 2012, en este saloncito que ven aquí. Luego de aquella reunión, apelamos a las fotos que yo le había tirado a los contactos y empezamos a convocar gente para que viniera. Algunos académicos de primer nivel nos dijeron: “¿La Lisa? No, qué va, eso está muy lejos”. Pero otros, por suerte, sí decidieron acompañarnos en el sueño.Vino Deisy Rubiera y ella trajo a Irene Esther Ruiz, también vinieron Aníbal Argüelles Mederos, Carmen Nora Hernández y compañeros nuestros de los talleres de transformación. Aquí evaluamos la propuesta metodológica que nosotros habíamos armado para trabajar aquí, en Balcón Arimao, y surgieron muchas ideas, como la de extender el proyecto a otros barrios, o sea, convertirnos en una red.

En mayo de 2021, el presidente Miguel Díaz-Canel visitó la casa comunitaria Paulo Freire y estuvo conociendo sobre los distintos proyectos vinculados a la Red Barrial Afrodescendiente. Foto tomada del sitio web de Presidencia Cuba.

Nunca imaginamos lo que iba a venir después. Hemos podido viajar para compartir nuestra experiencia en países como Estados Unidos, Sudáfrica, Argentina, Venezuela; hemos hecho alianzas con otras organizaciones y con líderes latinoamericanos; hemos fomentado la creación y el mantenimiento de otros proyectos; y hace poco, después de aquella reunión con el presidente Díaz-Canel, él vino aquí a la casita comunitaria a interesarse más por nuestro trabajo. Eso es un reconocimiento muy importante, porque… No voy a decir las partes malas, solo voy a decir algunas frases con las que siempre nos encontramos: “¿Por qué ustedes hacen eso?”, “¡Ese tema es candela!”, “¿Racismo en Cuba? Si la Revolución acabó con eso”.

Discriminación racial en Cuba

Con el triunfo de la Revolución Cubana, se eliminó el racismo institucional y se dictaron leyes en pos de la equidad social, al punto de que nuestra Constitución reconoce a todas las personas como iguales, sin importar aquellos rasgos o ideologías que en otros momentos históricos han servido como factores diferenciales; entre ellos, el color de la piel.

Sin embargo, en la investigación Políticas para la equidad racial. Retos en el contexto cubano actual (2019), de la doctora Lidia Ester Cuba Vega, se cita al Premio Nacional de Ciencias Sociales, Fernando Martínez Heredia, para explicar que “la lucha contra el racismo formaba parte de la Revolución, pero no fue una de aquellas banderas suyas que eran asumidas por el pueblo con un ardor avasallador que rendía oposiciones, escollos, tradiciones y prejuicios, y eran organizadas por el poder revolucionario para darles viabilidad y efectos permanentes. Ello provocó el casi abandono de la concientización antirracista y la falta de elaboración de una estrategia de educación de los niños y jóvenes — y de reeducación de los adultos — para una integración socialista entre los grupos raciales en Cuba, a pesar de que las tareas y los logros de la Revolución le hubieran brindado un suelo óptimo. Al contrario, se veía mal referirse a cuestiones ‘raciales’, las cuales eran vistas como «rémoras de la sociedad anterior» que el socialismo en general liquidaría”.

El propio Heredia, en su texto La profundización del socialismo debe ser antirracista (2015), advierte cómo las manifestaciones de racismo están conectadas con el crecimiento de las desigualdades sociales, por lo cual no sorprende que la mayoría de los expertos señalen el final del siglo XX, el Período Especial, como época de surgimiento del neorracismo que prolifera en Cuba y que podemos entender como un “fenómeno que integra gestos, frases, chistes, críticas y comentarios devaluadores de la condición racial (negra) de personas, grupos, proyectos, obras o instituciones. No se trata de simples gestos u opiniones personales marcadas por el prejuicio racial, sino de conductas que ejercen tal prejuicio sin miramientos y se producen hoy en espacios públicos institucionales o no — incluyendo los medios de difusión y la publicidad — y que resultan lesivas y humillantes para aquellos contra quienes se dirige, aunque algunos las aceptan acrítica o irremediablemente”, según Roberto Zurbano, citado en la mencionada investigación de la doctora Lidia Ester Cuba.

Maritza López McBean también menciona algunos perjuicios que suelen sufrir las personas negras, provocados casi siempre de forma inconsciente pero sostenida. Por ejemplo, la preferencia por las personas blancas a la hora de repartir puestos laborales de importancia. Y aunque Maritza lo dice desde sus vivencias y conocimientos personales, los datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información sustentan su planteamiento.

La doctora María del Carmen Zabala Arguelles, en su investigación Los estudios de las desigualdades por color de la piel en Cuba: 2008- 2018 (2020), agrega, tomando en cuenta datos de la antropóloga Niurka Núñez, que también es mayor la cantidad de blancos viviendo en barrios residenciales y la de negros y mestizos en barrios populares, solares, ciudadelas y con viviendas en peor estado en general; lo cual alienta la “transmisión generacional de patrones culturales que contribuyen a la reproducción de esas desigualdades y de prejuicios y estereotipos raciales”.

Por ello, desde los diferentes proyectos que forman parte de la Red Barrial Afrodescendiente se lucha por transformar, más que nada, la mentalidad de las personas residentes en barrios considerados como marginales, para así romper esa transmisión de patrones culturales nocivos, que llevan a enjuiciar a otros o a uno mismo por el color de la piel, pero también por cuestiones de género, identidad sexual, entre otras.

Sin embargo, pudiera no ser suficiente para frenar la constante reproducción de desventajas sociales y acabar con la discriminación racial. En su mencionada publicación del 2015, Martínez Heredia plantea que se hace necesario establecer una política especial desde instancias gubernamentales.

Del mismo modo, en la investigación Políticas para la equidad racial. Retos en el contexto cubanoactual se realizó un cuestionario a 128 personas de distintas edades, nivel educacional y color de piel. De ellos, solo un 11% no estuvo de acuerdo con la hipotética existencia de una legislación y una institución específicas para tratar las distintas manifestaciones racistas, mientras que el 89% consideró que sí era algo necesario, pues “dan una garantía jurídica y constituyen un acto de justicia social”.

Aprendiendo a Vivir

Nunca se me va a olvidar — cuenta Orebel Limonta, licenciado en Psicología y coordinador del proyecto Aprendiendo a Vivir — la historia de un hombre que fue a uno de nuestros talleres.

Siempre que impartimos un taller, solemos hacerlo por módulos. O sea, no es un solo día, sino de tres a cinco días, porque en cada jornada se trata un tema diferente.

Esa vez estábamos hablando sobre los distintos tipos de violencia y de pronto se levanta ese hombre, que era negro, alto, fuerte y abakuá, visiblemente molesto. Lo primero que pensé era que se había molestado conmigo, que, de alguna forma, había herido sus sensibilidades, pero cuando le pregunto qué le ocurre, me responde: “Yo he sido un hombre violentado”.

Al momento, se nos enciende esa alarma de los típicos estereotipos de la sociedad, ¿qué vas a haber sido violentado tú con ese tamaño? Pero, bueno, le digo que me cuente por qué y él dice: “Tengo una cosa dentro de mí que sé que no estuvo bien. Cuando murió mi madre, no pude llorarla, porque a mí siempre me dijeron, desde niño, que el hombre no llora, y tenía ganas de llorar, de revolcarme, de gritar `¿por qué?´, pero tuve que tragármelo”.

Eso me dijo que lo que estábamos haciendo sí tenía algún efecto en las personas. Deconstruye estereotipos, cambia formas de pensar negativas que se nos adhieren en nuestro día a día, y cuando uno oye esos testimonios es que se da cuenta.

La doctora Gladis Mena Díaz, que es máster en Psiquiatría Social y Comunitaria, y yo, empezamos a trabajar desde la Clínica de Salud Mental de La Lisa en distintos programas que tenían como esencia el enseñar a vivir de una manera diferente, disminuir un poco los niveles de estrés que crea el andar cotidiano.

¿Qué nos pasaba? Que ir a una Clínica de Salud Mental está estigmatizado como cosa de locos. La gente no quiere ir, porque si van significa que están locos, aunque ahí no los veíamos como pacientes, sino como personas que necesitaban de ayuda emocional, o al menos equilibrar esas emociones que estaban, de alguna manera, descompensadas.

Después vimos que no solamente eran emociones, o no se vinculaba solamente con las emociones. Algo pasaba que la gente no identificaba, y era el andar cotidiano de frases, de pensamientos, de actitudes, de roces de la comunicación, e incluso de la misma autoestima.

Entonces, pensamos en arrancar un proyecto, que comenzó en las vacaciones, porque en ese tiempo hay menos afluencia de pacientes. Quisimos sacar de la clínica de salud mental lo que eran estas enseñanzas, este adquirir herramientas, y de ahí surge la idea de crear Aprendiendo a Vivir.

Y con el proyecto hemos hecho talleres en muchos lugares. Empezamos en hospitales y policlínicos, trabajando con médicos, que acumulan y comparten mucho estrés, muchos problemas. Luego estuvimos un tiempo en el edificio de la Fundación de Cine Latinoamericano, donde llegamos a hacer talleres con un público de ciento y pico, doscientas personas. Después empezamos a movernos, para hacerlos en distintos municipios y también en la casita comunitaria Paulo Freire, en colaboración con la Red Barrial Afrodescendiente.

En nuestros talleres, comenzamos sensibilizando a los asistentes sobre los temas que se vayan a tratar. Antes los hacíamos sobre una sola temática, explotándola todo lo posible, pero el individuo no es un ente aparte del medio y siempre hay varias cosas que se vinculan a él, por lo tanto, ahora tratamos de relacionar cada taller con varios temas y así lo hacemos mucho más rico, participativo e interactivo. Tras la sensibilización, va un momento de reflexión, y el momento de transformación.

Para todo eso utilizamos varias herramientas, que van desde los ejercicios físicos de relajación hasta la simulación de situaciones de estrés típicas o posibles en la vida. Y eso lo hacemos para tratar la violencia, los estereotipos y otras cosas que muchas veces se relacionan con el racismo.

Recuerdo un taller, en Pogolotti, en el que sucedió algo especial relacionado con eso. Ahí fue una señora, invitada por otras de las asistentes, que en algún momento había estado relacionada con un hombre negro y había tenido una hija con él. Esta salió más oscura de lo que ella hubiera deseado, porque era muy racista, y eso le creó una especie de bronca emocional que tuvo guardada muchos años, hasta que un día explotó y frases como “negra sucia”, “no tenías que haber nacido”, la separaron de su hija y de su nieta por tres años.

Claro, yo no sabía nada de esto. Simplemente estábamos haciendo un ejercicio con unos papelitos que decían: “Eres importante para mí”. Cada persona tenía tres. Uno se lo quedaban, era un regalo de nosotros para ellos; el segundo se lo daban a otro de los asistentes y el último era para que se lo dieran a alguien del hogar.

Ella, durante el taller, entendió que había actuado mal y que se había quedado sola en la vida solo por sus conductas racistas. Así que escribió su nombre en la parte trasera del último papelito, puso que la disculpara y lo pasó por debajo de la puerta de la casa de su hija.

Al otro día, estábamos dando el taller correspondiente a esa jornada, cuando de pronto llaman en la entrada. Era una mujer con una niña, preguntando por un nombre que los organizadores sabíamos que estaba en la lista, pero como eran más de treinta participantes y casi que los acabábamos de conocer, no sabíamos quién era, así que le dijimos: “Pasa y mira a ver si la encuentras”.

En ese momento, se estaba haciendo un ejercicio de socialización por grupos. La señora estaba sentada con otras personas, conversando, y cuando vio a la hija y a la nieta entrar, al momento se puso de pie. Todo el mundo se quedó en silencio, esperando a ver qué pasaba. Ellas solo se miraban, tampoco decían ni una palabra. De pronto, vi cómo a la niña se le aguaron los ojos y empezó a llorar, y al momento también la señora. Su hija nada más le dijo: “más allá de ser negra, soy tu hija y te quiero”, le devolvió el papel y le dio un abrazo.

Afrodiverso

Es noviembre de 2017 y en el Teatro Mella se hace la gala Canto a la Vida, actividad del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) por el Día Mundial de Respuesta al VIH/Sida y parte de la Jornada Contra la Violencia Hacia las Mujeres y las Niñas.

Una oscuridad total se traga al teatro hasta que, lentamente, se va iluminando el escenario. Las pantallas del fondo proyectan un flujo infinito de pétalos rojos que caen. Por un costado, entra Alberto, vestido todo de negro, con una barba bien perfilada y el cabello recogido en un pequeño moño.

A él le gusta la salsa y a su público fiel también, no por gusto lo llaman Alberto el Salsero. Pero hoy suena una música suave, del grupo Camila: “Era una furia / un relámpago, una enfermedad sin cura / un adicto a esa adrenalina oscura / una rosa negra con espinas…”, y él sigue la canción con los labios y el cuerpo.

Hace muchos años, yo me uní a Oremi — cuenta Argelia Fellove, transformista y activista antirracista y contra la homofobia — , que es un grupo de activistas LGBTI del Cenesex, y fui incluso su líder durante un tiempo. Estando ahí, comencé a practicar el arte del transformismo masculino, e hice una especie de proyecto dedicado a eso. Lo llamé Oremidiverso, porque todavía no tenía esta relación con los proyectos de afrodescendencia, aunque mi intención siempre fue empoderar y visibilizar a la mujer negra, lesbiana o bisexual, desde el transformismo. Eso fue por allá por el 2015 o 2016.

Luego, como en el 2018, nos unimos a la Red Barrial Afrodescendiente y cambié el nombre a Afrodiverso, porque, como ya dije, va dedicado a empoderar a mujeres afrodescendientes, y hacemos actividades de muchos tipos, así que es diverso. Maritza López ha sido como nuestra madrina, gracias a ella soy educadora popular y fue quien me ayudó a plantear todos los aspectos formales del proyecto; y la Red Barrial es como un pulpo del que nosotros somos un brazo.

En el Teatro Mella, Alberto continúa con su acto, recibiendo y devolviendo, con su cuerpo, los estados emocionales de la canción.

Alberto el Salsero se ha presentado en múltiples escenarios del país, en solitario o como parte del Cuarteto Habana. Foto: cortesía de la entrevistada.

La letra del tema llega a su fin y continúa el instrumental. Entonces, Alberto le da la espalda al público, dibuja un semicírculo hacia afuera con su brazo izquierdo, abriendo bien la mano, luego hace lo mismo con el derecho, después con los dos. Parece querer salir volando o librarse de algo, una capa invisible que lo cubre y le molesta.

Se quita la chaqueta y la lanza a un rincón. Se arranca la camisa y la tira al otro lado. Queda con una camiseta blanca aun cubriéndole el torso. Con un pie, pisa la parte posterior de un zapato y lo retira, repite la operación con el otro. Agarra el tiro del pantalón…

Comencé en el transformismo desde 2007 — continúa Argelia — y digo que el camino de una mujer transformista aquí es todavía pedregoso. A lo mejor ahora es un poco más fácil, porque hemos logrado que nos inviten a algunos espacios, a actividades importantes, y tenemos nuestra peña fija en el lobby del cine Acapulco, aunque ahora no se está haciendo por la pandemia. Pero todavía casi todos los espacios son para el transformismo femenino, o sea, de hombre a mujer; y cuando yo empecé era peor: el masculino casi no existía.

Por eso, en Afrodiverso, una de las cosas que he hecho ha sido formar a otras transformistas masculinas y luchar por tener esos espacios que hemos logrado y otros que todavía no tenemos.

Además de eso, buena parte del trabajo del proyecto va encaminado a los niños. Empecé en Barrio Azul. Ahí había un lugar grandísimo que pertenecía a un cuentapropista de la gastronomía y hablé con él, con el partido, y me dieron ese espacio. Tenía dos escuelas primarias, la 9 de Abril y la Evidio Marín, que los directores iban con los niños y hacíamos talleres de danza, de papel maché, manualidades… También soy artesana, entonces enseño ese tipo de trabajo a los pequeños.

Después de Barrio Azul, me fui para Párraga, que es donde está mi casa, y ahí empecé a hacer actividades en un parque infantil que me ofrecieron. El piso era de tierra y poníamos lonas, armábamos un techito con sacos. Ahí hicimos un montón de actividades.

Y ahora estoy viviendo en una barriada en Lawton, un pasillo con muchas casitas. Aquí cerramos el frente y hemos hecho desfiles de disfraces, talleres de maquillaje infantil y, como siempre, de manualidades, papel maché…

Hacemos esculturas, pañitos de cocina y muchas cosas. Siempre trato de que tengan rostros, con narices y labios anchos, que son los símbolos físicos de la negritud. A veces, nos sentamos afuera después y vendemos algunas cositas, otras las tienen los niños en sus casas o se las donamos como decoración a algunos centros o proyectos.

También trabajo con los mismos niños desde el transformismo. Tengo muchos personajes: Payasino, Yeyo Mantecón… Así ellos aprenden a entenderlo e, incluso, tenemos niñas en el proyecto interesadas en practicarlo, que se están formando para hacerlo, sin ninguna relación con su orientación sexual o identidad de género.Para ser transformista no hay que ser homosexual.

Ya ellos identifican cuándo estoy haciendo un personaje y cuándo soy yo. Saben cuándo decirme Payasino, cuándo soy la profe Argelia, cuándo soy el profe Alberto.

Alberto hala el pantalón y este se zafa completamente por un lado. Lo arroja. Se queda con un short blanco como la camiseta. Suelta también el moño. Vuelve a darle el frente al público, se saca algunas toallas húmedas del escote y borra la barba de su rostro. Sobre el escenario queda Argelia.

Ella viste de blanco y él lo hacía de negro, ella mujer y él hombre, dos opuestos aparentes que al final son la misma cosa, y el teatro Mella se pone de pie para aplaudir la transformación.

Cuando estaba en Párraga, no era nada más en el parque, siempre tenía la casa llena de niños. Iban a dibujar, a hacer cosas. Si yo estaba en construcción, iban para allá con una cuchara a embarrarse de cemento… Eso era constante.

Y había una niña que siempre estaba metida ahí, terminando cosas que no le había dado tiempo acabar, jugando, lo que fuera… Hasta a comer iba, porque decía que le gustaba mi comida y no la de su madre.

De pronto, dejó de ir. La veía pasar por ahí y me saludaba, pero no entraba ni nada, hasta que un día… Estoy yo en el portal, ella pasa, me agarra por la mano y me lleva hasta su casa. Cuando llegamos, busca a la madre y me dice: “Profe, dile a mi mamá… Es que la mamá de fulanita — otra niña — le dijo que tú eras una negra torti”, porque ellos son blancos.

Le pregunté: “¿Tú sabes qué es torti… llera?”. Le puse la palabra completa, y me dijo que eran las mujeres que estaban con otras mujeres. Ella era una niña inteligente, no había que darle tantas vueltas, así que le expliqué que no, que yo no era tortillera, porque no vendía panes con tortilla, yo simplemente soy una mujer que ama a otra mujer. ¿Y sabes qué me dijo? “A mí no me importa, profe, porque tú eres como si fueras mi mamá también”.

Al final, nunca más fue a mi casa. No la dejaron. Y me imagino las preguntas: “¿Te miró? ¿Te tocó?”. Pero una de las mayores importancias de este proyecto es crear esa conciencia inclusiva en los niños, y creo que lo he logrado.

Argelia Fellove realiza sus actividades con niños en una barriada de Lawton. Foto: cortesía de la entrevistada.

--

--