CAPÍTULO 1: REDENCIÓN

Isra Fdez
ÚLTIMOS DÍAS
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5 min readMar 3, 2015

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La mañana se alzaba como una espiral de preguntas sin respuesta, como pergaminos enrollados. Caminamos respetando la ruta del geolocalizador, por amplios espacios lejos de los edificios. Para cuando quisimos mirar atrás ya estábamos rodeados de antiguos maizales que nunca volverían a espigar, siguiendo el paso de gallipavos salvajes que rebuscaban entre los restos.

— ¿Quieres hablar?

— No necesitamos hablar — dijo Ella.

— ¿Es por Ronson?

— Es por todo. Llevamos semanas deambulando con miedo y tú no tienes ni idea de lo que tienes que hacer. Tarde o temprano nos van a cazar como a animales. Además, — se detuvo un instante — no es por Ronson, es por Kyrie.

Kyrie era parte del trato. A mí me eligieron por no hacer preguntas; tenía muy claro que ser un protegido del Nuevo Estado valía más de lo que cualquier moneda pudiese pagar en aquellos tiempos. Kyrie era un magnífico lobo de las nieves de ojos amarillos. En paralelo a la columna tenía dos hileras de mechones de un gris ambarino, casi ocre. Ella lo adoptó y crio desde cachorro, sometiéndolo a diferentes pruebas físicas y mentales por recomendación de los colegas Papá, tipos serios de bata blanca, corbata a rayas rojas y camisa azul celeste. Llevaban juntos diecisiete años. No lloraba, pero en otro contexto jamás habría permitido dejarlo tirado a la intemperie. Por supuesto, Kyrie fue alterado genéticamente y habría vivido hasta la treintena sin impedimentos, roble y obediente como el mejor de los amigos.

— Sí sé lo que tengo que hacer, llevarte con vida hasta El Enclave. Los administradores fueron bastante específicos con eso.

— Y crees que puedes hacerlo porque no tienes nada que perder. Que sólo porque según los tests de calibración mental «escuchas voces del futuro» vas a solucionar los problemas mágicamente — sonaba cínica y ahorcada.

— Mira, no te pido que creas en mí. Haré lo que tenga que hacer y punto. Será lo mejor para todos.

— Eso díselo a Ronson. — terminó por murmurar Ella, sin vocalizar.

Ronson solo era un apellido. Nunca supimos su nombre real debido a la Normativa 3.14 que redujo las palabras a números: códigos que ni siquiera conocíamos para nosotros mismos, ciudades de la 1 a la 24, doce a cada hemisferio, largas series de dígitos para los sectores oceánicos… todo eran cifras.

— No esperaba que las cosas se torcieran así.

— No es culpa tuya. Conviene no culparnos y seguir esa especie de designio que tienes — explicó Ella, rebajando a un tono más cauto y melódico.

— En realidad, no lo tuve siempre. Fue a partir del experimento en el Colegio Martinson. Nos hicieron unas pruebas y…

— …los Sacramentos. — me cortó, sabiendo que no estábamos autorizados a compartir información no concerniente a nuestra misión.

Una luz nos desposeyó de la conversación. Denso y brumoso, el foco llegaba desde un edificio tan alto que parecía no tener fin. Hacia donde nos dirigíamos la nieve formaba surcos irregulares, dejando paso a un verde eléctrico que se desleía bajo las láminas de hielo. Algunos matojos prorrumpían sacudiéndose, goteando espesamente como estalactitas. Según las coordenadas, si nos desviábamos un par de grados izquierda iríamos directos hacia Ciudad 5, donde un sistema de radiadores subterráneos mantenía a raya este invierno nuclear. Las placas geotérmicas funcionaban desde al menos una década y no precisaban de ningún tipo de inspección humana. Utilizaban el vapor como energía cotidiana y creaban columnas de reflujos aprovechados para regular fuerzas de magnitud física, como la presión atmosférica.

— Tengo hambre. — interrumpió Ella.

— Yo también.

— ¿Quieres que nos desviemos, verdad? Llevas mirando el pad cartográfico desde que salimos.

— Creo que comer estaría bien para sobrevivir.

— ¿Y si en Ciudad 5 nos la juegan igual que se la jugaron a Papá?

— ¿Tenemos algo que perder? Allí nadie nos conoce, tal vez hasta tengan café.

Un grupito de torvos CPS de Protección Civil, los traidores vendidos al Imperio Combine a cambio de privilegios –basura humana, rastrera y negacionista–, comenzaron a cercarnos poco a poco. Algunos tienen tan interiorizado su papel que han dejado de comer y viven de sueros y mierdas que les dispensan en los controles fronterizos. Normalmente solo vigilan las zonas metropolitanas pero, gracias a fugas como la nuestra, las guardias se habían vuelto intensivas, dementes.

— ¿Tú sabes por qué tienes que protegerme? — continuó Ella, más animada.

— Porque es mi misión —no me apetecía dar explicaciones.

— Pero, ¿sabes realmente por qué? ¿Por dinero? ¿Por privilegios? No serías mucho mejor que esos policías que nos siguen.

Como leyéndome la mente, paró de andar y, apostada, me miró directamente a los ojos. Aún nos quedaba otra bocina para llegar hasta Ciudad 5 y, aun corriendo hasta agotar las últimas fuerzas, esos imbéciles con máscaras de gas nos alcanzarían. La esquivé a un lado.

— Deja de mirarlos, pronto se cansarán. — Prosiguió ignorante — . Tienes que entender que tú estás aquí por mí, y yo por ti. Los dos formamos parte de un todo indivisible, somos cruciales.

— No entiendo una mierda de lo que quieres decir.

— Es sencillo, tú has aprendido a dominar esa actividad telepática, puedes ver a través de singularidades. Yo, por mi parte, tengo mis recursos.

— Nos van a cazar.

— ¿Es que no has aprendido nada en esta semana? Nos quieren a los dos, no dejarán que te fugues.

— No me quiero fugar, quiero comer.

Por alguna razón que no lográbamos aclarar los agentes de Protección Civil fueron aminorando el ritmo hasta retirarse de nuestro campo de visión. Al mismo tiempo, empezamos a aligerar según divisamos lo que, fiándonos del geolocalizador, sería Ciudad 5. Hubiésemos jurado viajar hasta otro planeta u otro plano dimensional. Casi podíamos oler el incienso de aquella capital autoabastecida, fuentes gigantes con ibulos de formas marítimas, amplios paneles de refrigeración, una urbe de pieles entintadas con los colores luminiscentes de la cartelería. De lejos parecía una cúpula, un trapecio arabesco repleto de cosas ajenas a la destrucción, el oasis que ya ningún libro ni documento recogería. Era un paraíso perpetuado por cualquier mano menos la humana. De eso estaba seguro.

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Isra Fdez
ÚLTIMOS DÍAS

Escribe cosas a todo volumen desde su cuartel general en Toledo. Lleva el fuego.