Cuando la dictadura argentina mató en Madrid

Andrés Actis
10 MIL KM
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6 min readOct 8, 2021

Hace tiempo te conté la increíble operación que montó la dictadura argentina para lavar su imagen ante el mundo: el día que la principal revista de moda del país (Para Ti) puso su papel para falsear una entrevista a una madre que estaba secuestrada. El gobierno de facto orquestó aquel plan para contrarrestar las denuncias internacionales en su contra. Repliqué la historia en un medio español.

Hoy te cuento otra macabra operación de Videla y compañía. Involucra a otra madre, a Noemí Molfino, una jefa de familia que, por la militancia de sus hijos, se involucró en la lucha de Montoneros. La mujer fue secuestrada en Lima (Perú) por un comando internacional liderado por el Batallón 601 de Inteligencia.

Noemí Molfino, secuestrada en Lima; asesinada en Madrid (Público.es)

Ante la repercusión del caso, que incluyó pedidos de liberación de varios países, la dictadura decidió trasladarla a Madrid (España), hospedarla en un hotel y fingir una muerte accidental por un fallo cardíaco.

Los ideólogos de aquel secuestro y crimen fueron condenados en junio de este año por el Tribunal Oral Federal 4 de San Martín.

Los autores materiales -de estar vivos- gozan de su impunidad. La Justicia española cerró la causa meses después de cometido aquel crimen. El magistrado a cargo ignoró una prueba que podría haber sido clave para la investigación: los restos dactiloscópicos hallados en esa habitación de hotel. Había huellas en un vaso y en unas colillas de tabaco.

Marcelo Larraquy es el periodista argentino que mejor trabajó y documentó esta historia. En 2018, publicó un reportaje dividido en dos entregas. Los detalles del caso se conocen gracias al testimonio de Gustavo, el hijo de Noemí, el único testigo del secuestro en Lima. Te lo resumo.

El operativo Molfino

El de Juan Adam y Noemí Molfino fue un amor interrumpido por la desgracia. Él era poeta, músico y periodista. Trabajaba como corresponsal de Clarín en la provincia de Chaco. Ella era ama de casa, la encargada de cuidar y criar a los seis hijos que tenían en común.

Juan murió súbitamente, por un fallo renal, a los 39 años. Noemí quedó viuda a los 36. La “salvó” la militancia de Marcela, su hija mayor, quien en la década del 70 empezó a participar en la agrupación Peronismo de Base.

Noemí se unió a esa lucha colectiva. La militancia las abrazó a ambas. También al resto de los hermanos. Casi todos se unieron, con el tiempo, a las filas de Montoneros. En octubre de 1979, la dictadura secuestró a Marcela (embarazada) y a su pareja, Guillermo Amarilla, una cara visible de la organización.

Alejandra, otras de las hijas de Noemí, se exilió en España. Su hermano Gustavo (19 años) y su mamá, quienes vivían juntos de forma clandestina en un departamento de Buenos Aires, también armaron las valijas. Los Molfino se integraron rápidamente a la estructura que Montoneros tenía en Madrid.

Noemí Molfino con su hija Marcela y el dirigente de la JP Guillermo Amarilla (Infobae)

Gustavo tomó mucho protagonismo en el exilio. Hacía permanentes viajes de Madrid a Cuba y a Latinoamérica llevando y trayendo documentación. Era el “enlace” que facilitaba operaciones encubiertas, como la extradición de 20 militantes de las Ligas Agrarias. Respondía al jefe montonero Roberto “El Pelado” Perdía, quien por aquel entonces (1979/1980) estaba escondido en Lima.

Gustavo se instaló durante varios meses en la capital peruana para organizar -“armar la base”- los encuentros clandestinos entre Pernía y los dirigentes que habían formado parte de la “Contraofensiva”. “Mañana llega Mima”, le avisó una tarde María Inés, su compañera de piso, también infiltrada. “Mima” era Noemí (54 años), su mamá.

Noemí y Gustavo, madre e hijo, en Europa (Infobae)

El 12 de junio de 1980, Pernía tenía que reunirse con Federico Frías, quien había vuelto a Buenos Aires tras su exilio en México. Pero Frías fue secuestrado antes de su viaje a Lima. La dictadura lo utilizó de señuelo para desbaratar la estructura que Montoneros había montado en Perú.

María Inés era la encargada de hacer el primer contacto con él en la puerta de una iglesia. Fue al encuentro, pero no volvió. Una patota argentina/peruana la secuestró. Su demora alertó a Gustavo. “Hay que levantar la casa”, le dijo a Pernía. “No creo que sea necesario. podría ser un problema con la policía peruana, algo muy tonto”, respondió el jefe. “Que Mima se quede. Vos salí y entrá para ver los movimientos del barrio”, ordenó.

Ya de noche, en una de esas ideas y vueltas, Gustavo vio a hombres armados alrededor de la casa y a un auto estacionado con las luces encendidas. Dentro estaba María Inés. Disimuló, siguió caminando y se paró en el teléfono público más cercano.

-“Vieja, estás rodeada”.
-“Salvate vos que tenés toda la vida por delante”.

Gustavo Molfino durante el juicio que condenó a los ideólogos del crimen de su madre

La patota entró a los pocos minutos. Revolvieron toda la casa. Y se llevaron a Noemí. La izquierda peruana -de estrechos vínculos con Montoneros- difundió el secuestro en la prensa local. Al día siguiente, la noticia llegó a la portada de varios periódicos internacionales. El presidente de México (José López Portillo), el escritor Julio Cortázar y el cantante catalán Joan Manuel Serrat pidieron, entre otros, su inmediata liberación.

Noemí fue trasladada a Bolivia y luego a Brasil. Un mes después de su secuestro, dos militares la subieron a un avión con destino a Madrid.

La intención del Batallón de Inteligencia 601 era desmontar la operación en Perú: demostrar que el secuestro de Molfino nunca había sucedido y que las denuncias eran falsas. El plan diseñado: hacer aparecer el cuerpo de la mujer como víctima de una insuficiencia cardíaca, en España, a donde se había exiliado en 1979.

El 16 de julio de 1980, dos agentes de inteligencia argentinos se hospedaron en el Apart Suites Muralto, en el centro comercial de Madrid. Reservaron un apartamento y avisaron en la recepción que en unos días llegaría su madre.

El Apart Suites Muralto, en el centro comercial de Madrid

Los supuestos hijos fueron a buscarla al aeropuerto y la trasladaron al apart hotel. Noemí nunca salió del departamento N° 604. La envenenaron con pastillas. Los asesinos cubrieron su cadáver con mantas para acelerar su putrefacción -lo que permitiría eliminar cualquier rastro de la sustancia empleada para su envenenamiento- y huyeron. De la manija de la puerta quedó colgado un cartel: “No molestar”.

Tres días después, una de las empleadas de la limpieza decidió entrar al dormitorio, alarmada por el mal olor. Encontró el cuerpo. La Policía llegó de inmediato.

El embajador argentino en Madrid, Avelino Jorge Washington Ferreira, salió a dar explicaciones a la prensa española: “Con la aparición de este cadáver queda en evidencia la falsedad de la campaña de desprestigio urdida contra las autoridades peruanas y argentinas. Una vez más se comprueba la peligrosidad de la subversión internacional en su intento de socavar las bases de nuestra sociedad occidental”.

El recorte del diario El País con la noticia de la muerte de Molfino (Infobae)

La Policía comprobó que los asesinos habían tratado de limpiar hasta la más mínima huella de la escena del crimen. Sin embargo, los peritos encontraron restos dactiloscópicos en un vaso y en unas colillas de tabaco.

El juez que estuvo a cargo del caso, Luis Lerga, decretó el cierre de la causa algunos meses después sin darle importancia a esas pruebas. La investigación fue reabierta en 1997 por el juez Baltasar Garzón, quien por entonces investigaba los crímenes de lesa humanidad cometidos por las dictaduras argentina y chilena.

El magistrado realizó pedidos y gestiones. Pero no logró que las huellas fuesen examinadas y cotejadas. Esos restos dactiloscópicos siguen, al día de hoy, en el Juzgado de Instrucción Número 1 de Madrid.

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Andrés Actis
10 MIL KM

Periodista y Licenciado en Comunicación Social (Rosario, Argentina). Máster en la Agencia EFE. Ex Clarín. Editor del Newsletter "10 mil km". Hoy en Madrid.