En España siempre es de noche

Andrés Actis
10 MIL KM
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5 min readDec 12, 2021

Debo confesar que he leído poco a Almudena Grandes, la escritora española que falleció la semana pasada. Me acerqué a parte de su literatura, a sus “episodios de una guerra interminable”, por Sara, mi mujer, amante de sus historias y de su prosa.

Recuerdo, en su día, haber buceado en el proceso de escritura de “Los pacientes del doctor García”, la cuarta entrega de esta saga, por su conexión con Argentina. Se trata de un exquisito relato que articula una trama que conecta la dictadura franquista, el nazismo y la dictadura cívico militar argentina.

Grandes se instaló en Buenos Aires durante varios meses para buscar documentos y fuentes. Me pareció fabulosa esa faceta de historiadora, de documentalista, de periodista. Ella lo explicaba así:

“Estudié Historia en la Universidad y pensé que no me valdría de nada. Pero la vida te acaba poniendo en tu sitio. Yo no hubiera podido escribir estas novelas si no hubiera estudiado esa carrera y si no hubiera aprendido algunas cosas que me enseñaron en la facultad. Aprendí que la objetividad no existe, que es una quimera. También, que la honestidad de un historiador no es ser neutral sino no manipular los datos ni retorcerlos. Que no se puede exigir que alguien renuncie a su ideología y sentimientos cuando mire a la historia. Que los historiadores tienen imaginación y además, aprendí a documentar”.

La novela de Grandes que conecta España con Argentina

Buscando el textual de esta frase, que recordaba haber leído, me topé en Google con el nombre de Andrea Stefanoni (45 años), una escritora argentina radicada recientemente en Madrid. La recordaba por su vínculo con el Ateneo Grand Splendid (Buenos Aires), la “librería más bonita del mundo”, según la revista National Geographic.

En noviembre de 2001, poco tiempo después de que esta librería abriera sus puertas, Stefanoni entró al local y dejó su currículum. La contrataron. Empezó acomodando ejemplares y atendiendo al público. Con el tiempo, se convirtió en la directora de este mítico establecimiento literario.

Fue su cara visible durante casi 20 años. Renunció a su cargo a fines de 2020. Armó las valijas y se mudó a Madrid para abrir su propia librería: “La Mistral”, un viejo sueño que transformó en realidad.

El detonante para “cambiar de vida” fue la muerte de su abuela, su cable a tierra, su gran espejo, cuya historia narró en “La abuela civil española” (Seix Barral, 2015), un retrato familiar del que me sentí muy identificado.

Stefanoni en Mistral, su librería madrileña (elDiario.es)

La abuela Consuelo

Stefanoni cuenta que, de chica, pensaba que en España siempre era de noche.

“De chiquita, mucho antes de imaginar que un día acabaría aquí, creía que en España era siempre de noche; los relatos de mis abuelos no eran negativos, ni siquiera nostálgicos, pero eran tristes porque eran reales, y supongo que eso me llevó a construir en mi cabeza de niña la imagen de una España así, a oscuras”.

Yo, de chico, pensaba que la España de mis abuelos era una tierra sin comida. Mi abuelo Cipriano contaba de aviones que arrojaban “bombas de pan” para saciar la hambruna generalizada. Crecí intentando imaginar esa escena: la guerra, los aviones, los panes cayendo y mi abuelo intentando, con desesperación, agarrar alguno para no morir de hambre.

Tal vez para darle algo de luz a esos relatos -literalmente- oscuros, Stefanoni escribió un libro sobre su abuela.

Consuelo es una niña de un pueblo de León (Boeza) que, al comienzo de la Guerra Civil, vive en el monte rodeada de vacas y oveja. En la posguerra, para subsistir, se mete a trabajar en una mina de carbón. Allí conoce a Rogelio, un antifranquista sentenciado a muerte que, tras años de encierro, logra su liberación.

El matrimonio y una hija tienen que dejar el pueblo por temor a la represalia de un falangista enemistado con Rogelio al comienzo de la guerra. Se convierten así en emigrantes. Se suben a un bus, a un tren, y finalmente a una cubierta de tercera clase de un barco que, luego de veinte interminables días, los lleva a Buenos Aires.

Se instalan en una isla del delta del Tigre. Trabajan muchos años de caseros. Nace otro hijo. Y con los años, los nietos. Con los ahorros logran comprar su propia casa, su propia isla, su propio lugar seguro en el mundo, donde pueden dejar de huir de sus fantasmas.

–Cuentas que a tus abuelos nunca se les fue la “sensación de que iba a pasar algo”, ¿por qué?, le preguntó una periodista de Clarín cuando salió el libro.

-Sí, siempre estuvo esa sensación de que en algún momento pasaría algo malo, de sentirse perseguidos… incluso ahora la tiene, hace cosas como almacenar comida en la alacena. Ella es así. Lo pasó muy mal tanto en la España de la posguerra, vivía en un pueblo de León como cuando llegaron a la Argentina y se fueron a vivir al Tigre. Ahora dice que acumula comida porque está cara: siempre va a tener una excusa.

En otra entrevista, la autora habla de la gran -y única- misión de vida de su abuela: subsistir. Habla de Consuelo, pero también de mi abuela Dorinda y de las miles de abuelas migrantes que, marcadas por tanto dolor y sufrimiento, aprendieron que la subsistencia (ni el progreso, niel goce, ni el disfrute, ni el placer) era el único devenir.

“La abuela no se pasó la vida hablando de la guerra. Es más, yo le preguntaba y me chistaba la lengua. Mi abuela vive el día. Sabe que hoy tiene que hacer las compras, cocinar, comer, y cuidar de nosotros, sus nietos. Las armas de mi abuela son y fueron de una alquimia potentísima: el ahorro, la supervivencia, la austeridad. La vida está primero”.

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Andrés Actis
10 MIL KM

Periodista y Licenciado en Comunicación Social (Rosario, Argentina). Máster en la Agencia EFE. Ex Clarín. Editor del Newsletter "10 mil km". Hoy en Madrid.