¿Una cura colectiva para el pánico?

Franco Bifo Berardi
2Grip
8 min readFeb 2, 2022

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di Federico Suarez

Foto di Loredana Boscolo

Nos impactó la situación que se fue creando en el aeropuerto de Kabul ya desde semanas antes de la anunciada retirada de las tropas estadounidenses prevista para el 31 de agosto.

Miles de personas se agolpaban en el interior del aeropuerto y en sus cercanías. Pretendían huir de los talibanes, que habían vuelto a tomar el control del país veinte años después. Las razones para escapar eran en su mayoría las temidas represalias sobre quienes hubiesen colaborado con las tropas invasoras. Todos querían salir de allí, y ser evacuados por los que se iban (que también huían) era su última esperanza.
Una bomba en las cercanías del aeropuerto, cinco días antes del plazo fijado para la salida, dejaba 170 muertos (según la BBC) y cerca de dos centenares de personas heridas. El atentado fue reivindicado por el llamado Estado Islámico de Jorasán, supuestamente enemigo tanto de los EE. UU. como de los Talibanes.
Caos total en aquéllos días. Pánico desatado. Imágenes terribles de los muertos y heridos en el atentado, de masas pretendiendo acceder al aeropuerto en las que algunas personas morían asfixiadas, y otras que, en su desesperación, se aferraban a los trenes de aterrizaje de los aviones, que tomaban velocidad por las pistas de despegue, y caían a tierra desde el avión ya en el aire…
Estos acontecimientos en el aeropuerto de Kabul nos parecieron una consecuencia del caos global, un emergente que pone de manifiesto el caos más difuso, mundial, pandémico, en el que vivimos. No es un acontecimiento aislado, ajeno a las condiciones en las que se desenvuelve nuestra vida cotidiana. Muy al contrario, muestra, de modo extremo, los procesos caóticos que la globalización y quienes pretenden gobernarla están generando en el mundo.

¿Qué está sucediendo? ¿Podemos hacer algo? ¿Cómo sería una acción “sanadora” ante esta tragedia colectiva?

Hablamos sobre estas cuestiones en varias reuniones, acordando dedicar uno de los encuentros, a primeros de septiembre, a debatir sobre una pregunta que se planteó: ¿existe una cura colectiva para el pánico?. Esta sesión, excepcionalmente, fue grabada. Yo no pude asistir ese día, pero la he podido escuchar. En la reunión participaron trece compañeros de seis países: Uruguay, Italia, Chile, México, Argentina y España. En estas páginas pretendo reflejar lo que en ella se discutió.

El pánico como situación colectiva. El pánico es distinto al miedo. En el miedo hay un peligro conocido o intuido a enfrentar. Hay temor a no lograr superar la situación, pero el pensamiento no está totalmente obstruido y alguna acción defensiva es posible. El miedo puede jugar incluso como elemento aglutinante, que consolida al grupo para defenderse del peligro amenazante. Pero cuando se dispara el pánico ya no está claro quién es el enemigo, no se reconoce con precisión y convierte en potencial enemigo al que tienes al lado, empuja a la fuga, a la huida enloquecida hacia cualquier lado, es el ¡sálvese quien pueda!. Como cualquiera puede ser el enemigo, el pánico predispone a unos contra otros… tiene un efecto disolutivo de los vínculos que nos articulan con los otros (aún de los vínculos mudos que nos relacionan sincréticamente con los otros), por lo que incrementa el aislamiento de los sujetos entre sí e induce una inseguridad que no se sabe cuándo terminará.
El pánico es como un virus que ataca nuestra capacidad de integración psíquica, que arrasa nuestro funcionamiento mental y nos deja sin posibilidad de restituirnos a nivel individual… porque para ello necesitamos a los otros. Nos cierra la posibilidad de construir espacios de solidaridad y de pensamiento. Estar con otros, pensar con otros, esto sería una vacuna contra el pánico. El pánico impide armar sentidos colectivos, que aporten una idea de comunidad, de que no estamos solos, de que hay otros con los que compartimos cosas que configuran nuestra identidad. Sería, el pánico, como un último recurso, un grito de socorro para que alguien nos ayude a restituir una posibilidad de vida.

Más allá de situaciones extremas como la que presenta el aeropuerto de Kabul, hay un caos difuso, como decía anteriormente, en el que se desenvuelven nuestras vidas, y que la situación pandémica ha evidenciado, que nos mantiene en una situación de fragilidad, de precariedad psíquica que dificulta pensar…

PPensar, tomamos este hilo, requiere un cierto control de nuestras ansiedades. Podríamos decir que requiere de la existencia de unos “contenedores” externos e internos que, sujetando nuestras angustias, permitan el desarrollo de nuestras capacidades de reflexión y de acción. Para construirlos necesitamos a los “otros”.

El ser humano emerge, es decir, va pudiendo constituirse desde las más primitivas angustias infantiles, gracias al apoyo de un “otro”, de unos “otros”, que hacen posible ir tejiendo una contención para esas angustias destructoras. Desde los primeros vínculos, con mamá, con el grupo familiar, desde las más primitivas experiencias de relación con los “otros”, está dada la posibilidad de encontrar un holding adecuado para nuestro desarrollo psíquico.

La característica fundamental que han de tener estos “contenedores”, internos y externos, para que nos sirvan de soporte psíquico, es su estabilidad y su permanencia. Es la función de soporte que cumplen en general las instituciones y los encuadres que delimitan cualquier tarea que realicemos: la de servir como depositarios de nuestras angustias más primitivas, asegurando su inmovilidad, para que podamos pensar y hacer. Cumplen ese papel las instituciones sociales por las que discurre nuestra vida, pero también las “instituciones internas” como las que constituyen nuestras rutinas, o las que organizan nuestra vida cotidiana, nuestras creencias, valores…

Cuando, por ejemplo, en un terremoto se derrumban los edificios, no se caen solamente los muros, las casas, lo que vemos delante nuestro… el terremoto amenaza además estos otros “edificios internos” en los que habita y en los que también se sostiene nuestro psiquismo, nuestra capacidad de interacción con los demás, nuestra relación con el mundo y con la vida… La amenaza de derrumbamiento de estos contenedores desata nuestras angustias, que entonces pueden “caer” sobre nosotros comprometiendo nuestra integridad psíquica, desorganizándonos… haciéndonos vivir internamente el caos que tememos.

¿Cómo enfrentar estas situaciones? Ya hemos dicho que el pánico nos separa, disuelve los vínculos que nos unen a los demás… Claramente, nuestra tarea sería contribuir a restituirlos.

En una situación social caótica, o de alta inestabilidad, en un contexto que se desestructura, donde se experimenta la amenaza de pérdida de estos soportes internos y externos de nuestras angustias más temidas, se torna prioritario encontrar algo estructurado que nos sostenga. Es necesario entender bien en este punto la importancia que tiene disponer de un depositario estable, sólido, para contener nuestras angustias infantiles.

No podemos dejar de observar que en las situaciones sociales caóticas, o que se sienten amenazadas por el caos, pueden desarrollarse alternativas “verticales”, autoritarias, tipo “salvapatrias”. Incluso vemos cómo muchas veces se quiere provocar intencionadamente el caos y la confusión para promocionar este tipo de alternativas. Sus posibilidades de éxito se apoyan justamente en el hecho de ofrecer una cierta estructura a la que agarrarse en un contexto que se desestructura. Pero este tipo de depositarios aprovechan aquélla necesidad de contención para promover el control, la sumisión y el encadenamiento a un orden alienante.

Sin embargo también pueden producirse alternativas o salidas desde dimensiones más horizontales y compartidas, que ofrezcan la estabilidad necesaria para permitir la restauración de los vínculos que nos unen a los otros para hacer, pensar y crecer con ellos. A este fin dirigimos nuestra intervención.

Pero antes, una última consideración en relación a estas cuestiones, porque es importante la reflexión que se abre respecto a la función del liderazgo. No hablamos de líderes, sino de la función que cumplen. No nos centramos en la persona que ejerce el liderazgo -puede ser un grupo, un colectivo, quien lo ejerza- sino en la función que cumple en esos precisos momentos: para qué es útil al colectivo. Señalar un camino, proponer un objetivo, son cosas que, si encuentran eco unifican, o reunifican, tienden a la articulación oponiéndose a la desestructuración. Una figura que se reconozca de autoridad no tiene que ser necesariamente una figura autoritaria. El capitán de un barco ha de ser el último que lo abandone si naufraga. Se ofrece así, aún precariamente, como depositario de toda posibilidad de salvación, como garantía del correcto desarrollo de la operación de salvamento… Si es el primero en escapar (como sucedió en Kabul) el pánico es difícilmente contenible. Esta funcionalidad del liderazgo, que articula personas a su alrededor, no está necesariamente ligada a una persona o grupo de personas, sino que la cumple un objetivo, un ideal, una meta a lograr.

Nos preguntamos si hay un solo tipo de pánico, o hay varios. ¿Podría distinguirse el pánico que se produce desde el poder político, o el que provoca una masacre militar, del pánico que producen los desastres de la naturaleza? Tendríamos que determinar por dónde pasarían las diferencias. Nos parece de interés no solamente para determinar cómo actúa el motor o causa para desencadenar pánico, sino también qué efectos tiene ello posteriormente en la elaboración y en la superación de la situación traumática.

En todo caso, esta cuestión nos introduce en el tema de los dispositivos de intervención. ¿Cómo intervenir?. ¿Qué experiencias tenemos, qué instrumentos con los que hayamos experimentado y qué instrumentos nuevos sería necesario implementar?.
En las antípodas del pánico situamos a un colectivo pensante. Entonces, si este último es el objetivo a alcanzar, la intervención tendría que plantearse el problema de cómo puede contribuir para que desde la desestructuración de las instituciones externas e internas pueda generarse algo creativo, algo nuevo. En un proceso de reconstrucción de vínculos que han sido arrasados previamente, cuando un cierto nivel de desestructuración resulte tolerable, pueden producirse estructuras nuevas.

Hablamos de intervención desde un dispositivo clínico, que es el tipo de dispositivos que nos interesan. Un dispositivo que pueda, en primer lugar, dar cuenta de la dimensión colectiva del sujeto de la intervención. Y además, en este caso como en todos, tiene que tratarse de un dispositivo que ayude a pensar, que no pretenda restaurar ningún orden previo, que no esté al servicio de la repetición, sino, por el contrario, abierto a la novedad que la experiencia que se está elaborando trae consigo.
Y, obviamente, que asuma la diferencia con el “otro”, con los “otros”. Es decir, en el caso que hoy nos ocupa, tratar de comprender la situación que se dio en el aeropuerto de Kabul, entender los fenómenos observados, las emociones desatadas… desde una mirada “afgana”. Es decir, aprender a mirar lo que nuestros ojos, entrenados en otras latitudes, no pueden ver. Nosotros mismos nos sabemos sospechosos de querer imponer, aún sin pretenderlo, una lectura determinada a esa realidad, para evitar que el caos nos penetre y rompa nuestros esquemas, desorganizando nuestra capacidad de entender los hechos y de comprender las situaciones. Debemos asumir, por decirlo deleuzianamente, que los dispositivos son máquinas para hacer ver y para hacer hablar, pero no solamente a aquéllos con quienes intervenimos sino también a nosotros mismos.

Tal vez así estaríamos en mejor disposición para captar otros sentidos posibles e inesperados en los acontecimientos. Como puede ser apreciar la función defensiva que podría cumplir el pánico, en tanto abra la posibilidad de salir de una situación previa de bloqueo, o concebir que tras el pánico se oculte una estrategia de supervivencia que nosotros no vemos (como, por ejemplo, ocurre con los estorninos, que ante el peligro de ataque de una rapaz rompen su ordenamiento produciendo una situación de caos aparente para confundir al enemigo y proteger así la vida).
Necesitamos unos dispositivos de intervención que no se sostengan en un pensamiento homogeneizador, que presupone que el otro es como yo, piensa como yo, siente como yo, ciego a la diferencia, y que asuma una heterogeneidad desde la que pueda producirse un intercambio que nos enriquezca a todos.

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Franco Bifo Berardi
2Grip
Writer for

born in 1949, based in Bologna, phd in philosophy, writer