Celebrandy la vida
Mi abuelo era un hombre de campo, de terruño pero donairoso. No
tenía estudios pero sí una facundia tal que le hacía cautivador y era
imposible aburrirse a su lado. Era un personaje singular, con una
filosofía de vida positiva, al que nunca vi llorar, nunca vi gritar.
Dormía sonriendo. Era feliz. Y es que mi abuelo, después de comer,
copa de balón en mano, se arrellanaba en el sillón y se servía ese
caldo ámbar, con olor a madera, mientras los rayos de sol hacían más
intenso su color y su aura se volvía caramelo. Esa escena, de una
elegancia insuperable, sólo se quebraba con la cómica frase que
repetía a diario: -“Pues aquí estoy, celebrandy la vida”.