Sobre el planteamiento de límites sanos.

Alex Hernández
11 min readAug 3, 2021

--

En esta ocasión quiero abordar un tema que me parece particularmente muy importante, y que no he tenido la oportunidad de escuchar o leer que se mencione de manera tan explícita como me llama personalmente la atención.

Sin un interés de ser muy exacto, recuerdo burdamente que desde los últimos tres o cuatro años a la fecha (marcando como referente que escribo esto en la noche del 2 de agosto del 2021) las revoluciones sociales en defensa de los derechos de las personas (consideradas) vulnerables han sido bastante visibilizadas por los medios de comunicación masivos en algunos países alrededor del mundo, como lo son los del Continente Americano desde los EEUU hacia abajo, a Latinoamérica, y alguno que otro país europeo, como España.

No parecerá extraño que meta tópicos como éste, y es que es inherente dentro de un contexto que inspira dicotomías simplificadas al acuerdo-desacuerdo. Dentro de los acuerdos, sabemos que están incluidos todos los grupos LGBTTTIQ+, grupos de BLM, los colectivos feministas, actualmente las contrapartes masculinistas (y aquí quiero hacer un peculiar énfasis que llama mucho mi atención, puesto que escribo esto desde mi ordenador e ingresando toda esta información en el navegador, y no puedo dejar de notar que los primeros tres colectivos son aceptados y reconocidos como palabras o acrónimos existentes, pero especialmente la palabra “masculinistas” es marcada como error… curioso, ¿no?, y un largo etcétera de subgrupos que son denominados de ciertas maneras con una perspectiva despreciativa (por ejemplo las “TERF”).

En tanto a lo mencionado hasta ahora, hay una cosa que no me agrada nada de este tipo de movimientos, y es que en alguna ocasión tuve la oportunidad de escuchar las palabras de un youtuber español, que pretendía hablar sobre la justicia social y el respeto a los derechos de las personas con diversas preferencias sexuales. Y seré concreto de cuál es mi crítica: dijo en un fragmento de su video, que en la adolescencia, lo que más se necesita es saber de qué bando vas a estar, para desarrollar tu identidad. Saber quién estará contigo y quién en tu contra… Error garrafal, a mi punto de vista, puesto que esta visión del desarrollo en un medio social, me parece la de un campo de batalla. Mi propuesta es que, para desarrollar una identidad libremente, no tenemos que pelear contra nadie, ni buscar aliados e identificar a los “enemigos”. No creo que la vida tenga que ser así y no considero que en algún punto contradiga a la postura sólida (mas no rígida) de nuestros ideales sobre cómo creemos que es mejor construir nuestro buen vivir.

De cualquier manera, algo también existente es la crítica externa a esos grupos, a los cuales se les tacha peyorativamente, y muchas veces sin fundamento, como machistas, conservadores, neoliberales, cerdos capitalistas, nazis, asesinos, violadores patriarcales, y quizá un largo etc. del cual aún no estoy enterado. Pero un detalle, y a manera de resumen, que me resulta interesante es el hecho de cómo los grupos mencionados en el párrafo anterior son clasificados por el común denominador del resentimiento social y la argumentación ad hominem enquistado en lo emocional (obviamente desde el enojo) y desde una falta de fundamentación en datos que se pueden adquirir académicamente con tiempo de lectura de textos oficiales.

Sea como fuere, mi intención aquí no es incitar a una catarsis por identificación con uno u otro bando, sino una visión desde otro ángulo y lo más objetiva y neutramente posible. Y apelando al criterio que he podido formarme hasta la fecha, ante el cual sé que no he terminado de informarme porque todas estas cosas cambian en algunos detalles día con día, puedo decir que en ocasiones, no es que haya tantas personas dentro de un movimiento. No es lo mismo una multitud motivadas por un ideal en común, que un grupo aparentemente numeroso que, más bien, hace mucho ruido y se hace masivamente visible.

Un ejemplo es de lo que se ha hablado en internet, sobre los intentos de engaño propagandístico de cierto expresidente cuyo nombre prefiero no mencionar, y que el enfoque de la cámara transmisora podía aparentar a través de la pantalla, que había una multitud apoyándolo. La realidad era que sólo se trataba de un estratégico close up a un pequeño conjunto de personas que, ya viéndolo desde esa perspectiva, no conformaban un número significativo. Algo más o menos así pienso que sucede con esos y otros ideales de movimientos sociales.

Internet es un lugar sin regulaciones (y no considero que debería de haberlas, pero sí que los usuarios estén bien educados en darle un uso adecuado), y tanto en este medio como en otros, tenemos el derecho de pensar que “no es lo mismo la opinión pública, que la opinión publicada”. Un ejemplo es lo que he visto en una sola ocasión, donde se daba información sobre una encuesta en Reino Unido con la que se quería saber si en verdad los simpatizantes de los colectivos feministas eran realmente tan numerosos como los medios de comunicación lo aparentan. Los resultados reportados fueron que no, que mucha gente no simpatiza con ellas, pero que se consideran más bien simpatizantes del (por no arriesgarme a traducir incorrectamente) egilatarianism.

Siendo honesto, lo que más me ha tocado escuchar y leer de otras personas, es que no simpatizan con muchos de los grupos protestantes por la justicia social. El asunto es que esas personas, tanto hombres como mujeres con variadas preferencias sexuales, diferentes niveles socioeconómicos, diferentes niveles de estudios y hasta fenotipos que incluyen la tez, no tienen el interés en hacerse públicos con la intención de armar una revolución. Cosa que es de lo más criticado por los grupos que sí acostumbran las manifestaciones públicas, es decir, que no ven a sus no simpatizantes defendiendo sus derechos como ellas lo hacen.

Pero bueno, el punto que quiero expresar es el siguiente: ¿realmente estamos educados como individuos lo suficientemente autónomos dentro de una práctica sana de la negación? Es decir ¿Sabemos realmente decir “no”, cuando no tenemos la motivación para acceder a hacer algo? Y lo planteo para varias cosas, como negarnos asertivamente a una sobrecarga de trabajo, o a proponer hasta donde nuestras posibilidades de esfuerzo den en una tarea de equipo escolar; poner límites con el tipo de bromas que podemos aceptarle a alguna persona; dejar bien claro que no queremos involucrarnos sexual o sentimentalmente con alguien, y un largo etc.

¿Podemos expresar estas cosas sin dejarnos llevar por el miedo al ostracismo social por lo que pensamos que los demás piensan de nosotros? Se me antoja un argumento victimista el de definir que una persona no encuentra la manera de negarse ante una insistencia, en algunas circunstancias específicas, testaruda.

Hoy, precisamente, tuve una breve conversación con una mujer que me comentó una situación que resulta de interés para éste tópico: Me dijo que hay un compañero suyo a quien, según palabras de ella, ya le ha dejado en claro que no le puede ofrecer involucramiento sexual casual, ni de pareja estable, pero sí de amistad. Este varón, sin embargo, continúa insistente regalándole unos pastelillos de marca comercial con el pretexto de que siempre que los compra, se acuerda de ella.

Mi respuesta fue la siguiente: hay 3 cosas que no entiendo de la gente, que son ¿por qué optan por desactivar la visibilidad de la última conexión y la función del visto? Luego, ¿porqué hay gente que no es clara con lo que quiere o no en relación a otras personas? Y, finalmente, ¿por qué hay gente que cree que se le puede ofrecer amistad a una persona cuya intención es la de involucrarse sexualmente?

La primera duda es porque noto algunos patrones conductuales en las personas que llevan a cabo ésto. Por diversas razones. A algunos se los atribuyo a razones de trabajo… pero también conozco a gente que ni así desactivan esas funciones en la mensajería instantánea. Y es que yo apelo a que si es una cuenta que tú utilizas libremente, no tendrías por qué esconderte para no “rendirle cuentas a nadie” sobre ello. Si eres libre de usar tus propias cuentas de redes sociales, pues lo que hagas o no es asunto tuyo y ya, ¿no? Quitando, claro está, lo que mucha gente sabemos, de que lo que llega a internet ya no es privado.

La segunda y la tercera van más vinculadas al tema central que abordo hoy. Y es que extendiendo la mira hacia los posibles desenlaces, se me ocurre que qué tal si alguna situación pudiera llegar a asuntos que tengan que ver ya con lo legal. Se haga o no una denuncia. Se inicie o no un proceso judicial. ¿Y si algo se deja crecer hasta que se convierte en el delito de hostigamiento? Y lo digo porque, a palabras de un abogado muy famoso en Latinoamérica, una de las primeras preguntas que se hacen dentro de un proceso de violación o abuso sexual a personas con una esfera volitiva lo suficientemente desarrollada es: ¿en algún momento le dejaste bien claro que no querías hacerlo/continuar? A lo que suelen responder que sí, o que no del todo, y se procede a averiguar el cómo se declaró la negativa.

Es entonces cuando retomo uno de mis principios, que consiste en que, si queremos ser entendidos, más vale que sepamos comunicarnos adecuadamente, y saber utilizar el lenguaje de la manera más óptimamente posible. Porque para un juicio, por ejemplo, se apela a la palabra, cosa que quiero hacer el énfasis en que no se confunda con un simple análisis de la retórica dentro de una narrativa. El lenguaje como herramienta comunicativa es muy importante, pero también debe ser congruente con los hechos que pueden ser revisados mientras se tenga acceso a tal información.

Por ello, retomo la pregunta que considero la más importante en este escrito: ¿Estamos lo suficientemente educados en la práctica de la sana negación? Y no por medio de indirectas, ni por silencios que se me antojan más a actitud pasivo-agresiva, ni mucho menos a señales de lenguaje no verbal como muestra de incomodidad por medio de gestos faciales, tonos de voz, no volver a tocar el tema por iniciativa propia, o pretender dejar que el tiempo pase y “se resuelva solo”. ¿Sabemos decir claramente que queremos que una relación interpersonal se acabe?, por ejemplo. Sea por curiosidad (o morbo) como motivo, intención de aplazamiento hasta que alguna circunstancia “se solucione”, o alguna otra cosa que quizá no se me está ocurriendo ahora.

La última pregunta es algo que quiero extender a un ejemplo real: Actualmente me encuentro en una situación complicada, en la que la relación parece haberse quedado en el limbo. Tengo presente la idea de que llegas hasta donde la otra persona lo permite. Pero últimamente me siento muy inconforme con tal afirmación, puesto que apelar al estoicismo no funciona como fórmula universal. Y es que una idea me taladra últimamente el pensamiento sobre en relación a la psicoterapia, y es el hecho de que no me satisface la idea de que un ciclo que no se cerró adecuadamente, se tenga que cerrar en terapia individual, sólo con el usuario que acude a la consulta y sin buscar la manera de realmente poder solucionarlo CON el otro participante de tal relación.

En una conversación con mi madre hice mención de que me incomoda la idea de tener que solucionar el cierre de un ciclo o herida abierta que se quedó cuando una persona sólo se fue. Yo, a criterio personal, dejaría eso de crear símbolos psicoterapéuticos en solitario, solo para situaciones en las que no existe absolutamente ninguna manera de retomar comunicación con la persona ausente, o cuando las cuentas inconclusas quedaron así porque la persona involucrada falleció. Pero si la persona sigue viva, me parece profundamente necesario que las cosas se solucionen hablando directamente con ella o él. Si las relaciones interpersonales siempre son uno a uno (incluyo los grupos en esta definición categorial), entonces los desacuerdos que puedan llegar a surgir sólo tienen una manera óptima de resolverse: comunicándose directamente, uno a uno, reconociendo que cada individuo tiene un 50% de participación de la relación.

Pondré de ejemplo la situación complicada de la que hice mención. Aparentemente, la persona ha preferido sólo desaparecer de mi vida. El cambio en el tipo de interacción fue radical. La siento ausente, como si sólo se hubiera ido, pero aun así no se va del todo, puesto que en ningún momento se ha despedido (razón por la cual menciono me representa una relación en el limbo), ni ha sido grosera o tenido el mal gusto de sólo bloquearme el acceso a comunicarme con ella. Y es que lo que quiero plantear sobre la mesa es que ¿cómo podría yo proceder, si desde mi perspectiva no he hecho ninguna cosa que dé razón a pensar que he sido ofensivo de cualquier manera? Y si, además, desde el principio invité al diálogo claro de qué quería cada quien, de que la comunicación era necesaria y siempre podríamos tener la confianza de expresar cualquier cambio que notásemos y nos pudiera representar una fuente de desestabilización de nuestra cotidianidad.

La comunicación, al parecer, no sucedió cuando debió llevarse a cabo. Y se dejaron crecer algunos pensamientos y sentimientos. Por mi parte, desde una aceptación de lo que podría pasar, con un temor de nerviosismo, más que de pavor. Por parte de ella… no estoy seguro. Y no apelaré a que “se incumplió con el contrato acordado”, pues pienso que las relaciones humanas son algo mucho más complejo (y en ocasiones complicado) que sólo apelar a lo que en algún momento se dijo o se omitió y que ahora no debería ser lo contrario. Pero sí ronda en mi mente la duda de qué puedo hacer si no tengo la explicación que necesito de la otra persona. Sé que es una situación complicada porque, considero, no ha habido ofensas explícitas como para irse por el camino fácil de echarle la culpa a alguien. Y tengo actualmente muy marcada la preferencia de que, si una relación se tiene que terminar, no tiene que ser catastróficamente, ya sea en un llanto inconsolable o en una sarta de ideas y ofensas explosivas; que una despedida puede ser gentil, y triste, sí, pero suavizada bajo el entendido de que se agradecen las experiencias compartidas y que se opta por conservar los recuerdos de tal relación como algo bello y sin resentimientos, penas o rencores.

Todo lo que acabo de narrar también tiene clara relación con lo que someto a discusión ahora, solo que desde un ángulo en el que no necesariamente se incluye la violencia o la justicia social. Y sí desde una imposibilidad de concretar una continuidad o finalización de algo que le es importante a dos individuos.

¿Por qué no nos atrevemos a decir que no podemos continuar más con una relación interpersonal? ¿Por qué no podemos pedir que algo se deje de hacer porque nos molesta, o que se cambie el modo y nosotros proponer cómo querríamos ser tratados de ahora en delante? ¿Por qué le tenemos miedo a la tranquilidad responsable de no tener que escondernos de nadie? ¿Por qué le tenemos tanto miedo a aceptar que, quizá, nuestro círculo social no es el mejor para nosotros y podríamos implementar cambios relacionales a lo que pudiera impulsar el crecimiento de lo mejor de nosotros mismos?

Yo acepto que he optado, en un par de ocasiones, por el sólo desaparecer simbólicamente para dar término a la relación (esos dos casos fueron de amistad). Se podría racionalizar que las circunstancias hicieron que pareciera adecuada tal decisión, pero siendo congruente con mi pensamiento actual, creo que fue un error. Ahora pienso que siempre es mejor hablar claro y civilizadamente cuando algo ya no se quiere, para no caer, tampoco, en una credulidad petulante de supremacía moral que sirve para defender falsamente la identidad idealizada que podríamos llegar a tener. No llegar a pensar, desde cualquier ángulo, que “es por su bien”, pues no somos quién para decidir por otros qué es lo que puedan querer o necesitar. Veamos a las personas como lo que son, y démosles la dignidad por antonomasia, diciéndoles que sí o que no, y por qué.

--

--

Alex Hernández

Ψ. Quizá donde creemos que no hay nada más que decir, están las obviedades que nos faltan.