Sobre el positivismo disfuncional

Alex Hernández
4 min readMar 17, 2022

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¿Cuántas veces nos ha tocado conocer, o presenciar de lejos, a personas que a través de posts en redes sociales publican la falaz idea de que para ser felices lo único necesario es ser permanentemente positivos ante cualquier circunstancia que se nos presente en la vida? ¿Cuántas veces hemos escuchado a gente decir que les resulta insoportable estar ante la presencia de gente que realmente quiere vivir la vida lanzando pétalos de rosas y poemas a todo sitio al que van?

En ocasiones es evidente conocer el contexto, y este mismo no permite ciertos estados emocionales relacionados con la alegría, pero hay quienes se plantean contrarrestarlo justo y necesario a sentir en el momento, con artificios que creen contrarios a lo no deseado.

El Pollyannismo, o síndrome de Pollyanna, es un término utilizado en la psicología para describir a aquellas personas que viven con un conjunto de distorsiones cognitivas que les impiden ver lo doloroso de la realidad. Fue inspirado en una novela llamada Pollyanna, de la autora Eleanor H. Porter, y de la cual surgió el “Principio Pollyanna” para describir a personas que viven bajo un exagerado optimismo.

Actualmente, y esto no quiere decir que a quien vive de esta manera en algunos aspectos de su vida, pueda ser diagnosticada(o) después de leer un poco de información como la que hay en esta lectura, el mundo vive una moda dañina cuyas bases se encuentran arraigadas, más bien, en el cinismo y en el aprendizaje de ignorar deliberadamente elementos importantes de la información necesaria para la toma de decisiones y reacciones o respuestas razonadas.

Algo que va muy de la mano con los que profesan esta filosofía fantasiosa, es el citar constantemente a la gran falacia comercial de la inteligencia emocional. Ciertamente, es un paradigma ya añejo, que no ha venido a brindar soluciones realistas a problemáticas que resultan ser mucho más complejas que el reduccionismo que intentó llevar a cabo en su momento.

La táctica clásica se refleja en el mentir sobre algo que se desea, hasta que “se haga realidad”. Algo muy parecido a intentar decir mil veces una mentira y creer que por eso ya será real automáticamente y sin esfuerzo alguno por nuestra parte.

Mucha gente habla de ello, pero pocos saben sus orígenes. Y más otros pocos están enterados de que no existe un consenso entre los autores más influyentes de la psicología al respecto de este tema.

Pero ¿por qué citan tanto a la inteligencia emocional? Porque, precisamente, nutre al discurso rancio de positivismo en momentos de adversidad que requieren de ser vividos desde la realidad para poder confrontarlos y superar las dificultades e impedimentos que, en su momento, le significan a la persona que lo viva.

Resulta ser un detrimento para la resignificación de la identidad a partir de los hechos adversos, que podrían ayudar al individuo a reconstruir su autoconcepto basado en sus fortalezas adaptativas ante los cambios que el curso de la vida va presentando mediante circunstancias complejas.

Lo que necesitamos en momentos dolorosos, es permitirnos desahogar ese dolor para dar paso al transcurso saludable del duelo. Porque, generalmente, la creencia de que se tiene que ser positivo en todo momento y que el dolor es algo que se debe evitar a toda costa, solo empeora los procesos de duelo y recuperación, postergando la confrontación más de lo necesario y dejando estancado al individuo en un estatus de negación de su vulnerabilidad y necesidad de apoyo.

Buscar el lado bueno a las circunstancias puede ser benéfico para encontrar alternativas, pero, a manera de metáfora, de nada sirve cuando intentamos cerrar los ojos cuando pisamos un bache que forma un charco profundo y que pudimos evitar si aceptáramos mantener los ojos bien abiertos en todo momento. Por exclusivamente querer ver la superficie linda del camino, nos perdemos de lo bello que es aprender a adaptarnos a mejores alternativas y continuar con los zapatos secos.

La superación de obstáculos no tiene que ser siempre desde la soledad. No dejamos de ser autosuficientes si reconocemos que en algún momento de nuestra vida necesitamos un poco de ayuda.

Entre que si amargarse la vida es un arte, o que si los libros de autoayuda nos enseñarán exactamente lo que necesitamos saber y que no deja de ser una obviedad de algo menos trascendente que el sentido común, considero perjudicial la cultura de la prohibición de las sensaciones poco o nada placenteras, que también forman parte de la vida. Y, sarcasmo aparte, terminan por hacer lo que tanto combaten: amargan la vida de quienes lo creen y que intentan obligarse a ser felices sin saber que, posiblemente, ya lo eran.

Ver el lado negativo de las cosas no nos obliga a perder de vista los elementos positivos que ya habíamos identificado previamente, pero sí nos ayuda mucho a saber lo que tenemos que evitar. Nos ayuda a ser razonables en la toma de decisiones informadas y a adaptarnos desde la autorregulación del estado de ánimo, para evitar un mal mayor. Y al mismo tiempo estaremos respetando los momentos en los que es digno y saludable permitirse sentir miedo o tristeza, en vez de forzar todo a una alegría permanente y exagerada.

Ser felices no es sinónimo de estar sonriendo todo el día. La felicidad es una oscilación entre momentos agradables y otros no tan gratos, y entre momentos de estar solos o estar acompañados.

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Alex Hernández

Ψ. Quizá donde creemos que no hay nada más que decir, están las obviedades que nos faltan.