Historias de tres lustros negros en el Madrid de baloncesto (1997–2011)

Álvaro de la Paz
16 min readJul 29, 2015

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Lazaros Papadopoulos, pívot griego del Real Madrid entre 2007 y 2008. Fotografía: Emmanuel Mulo (CC)

La canasta, única sección viva de un club de largo pasado polideportivo, se cerró de repente. Aquella regularidad para sumar títulos, interrumpida en algún período de la década de los ochenta, se disipó. El Real Madrid de baloncesto, más laureado entonces que el de fútbol, inició su particular travesía por el desierto con la derrota en la final de la liga ACB de 1997. Dolorosa caída en casa frente al Barcelona de Aíto García Reneses y de un inspiradísimo Roberto Dueñas. El máximo rival profanó el Palacio de los Deportes y el Madrid se dejó inesperadamente el torneo. La posterior exhibición de violenta impotencia, con el intento de agresión de un líder ultrasur a los vencedores, corona el despropósito.

Un par de años antes se había sumado, por fin y quince años después, la octava Copa de Europa. La plantilla blanca que conquistó tan preciado galardón estaba copada de veteranos ilustres. Levantado el torneo, el plantel fue renovándose. Se buscaban nuevas figuras, gente joven con hambre y ganas de afrontar nuevos retos. Procedente de la calle Serrano recala Alberto Herreros, otro más en el trasvase entre los grandes de la canasta de la capital, y desde los Balcanes Dejan Bodiroga, un extraño escolta multiusos que habría de mandar en Europa años después pero que el Madrid sólo disfrutó un curso. Precisamente el mismo que finalizó con estruendo liguero en la capital y la cuarta Recopa en el palmarés, un edulcorante de la máxima competición de clubes.

Desde 1986 la casa del Madrid es el Palacio. Propiedad de la Comunidad, es hogar también del Estudiantes. Los del Ramiro de Maeztu, a quienes su Magariños se les queda pequeño, llegan a una Final Four. 1992: Estambul, chimpún. El recinto, habitual para el boxeo y el ciclismo en pista los años anteriores, respira baloncesto y por su parqué desfilan Fernando Martín y Drazen Petrovic, eternos tras su prematura muerte. En el otoño de 1988 el Mundial de Clubes que patrocina McDonald’s depara una final contra los Boston Celtics de Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Hay noches europeas aciagas (Joventut, marzo de 1994, a la misma hora que el equipo de fútbol cae contra el PSG por segundo año consecutivo) y hermosas (Limoges, febrero del mismo año, exhibición defensiva y venganza de la Final Four de la temporada anterior).

En la competición doméstica, la que sale cada mediodía de domingo a través del segundo canal de la pública, la lucha reproduce el clásico de fútbol. También los derbis madrileños y los duelos contra el último gran Joventut. Crecen TAU Vitoria, Caja San Fernando y Unicaja Málaga. En aquellos noventa sólo se ganan dos campeonatos ligueros, en 1993 y 1994. Llega la octava Copa de Europa, la del Jueves Santo de 1995 en Zaragoza y con Olympiacos enfrente, y la cuarta Recopa, en 1997 en Nicosia y contra el Mash Verona. Aquel 96/97 es el penúltimo del Madrid en el Palacio, con Nike vistiendo la sección. Se va Obradovic que ocupa el banquillo en el último trienio. Arvydas Sabonis había emigrado a la NBA tras la conquista del cetro continental.

No hay mejor suerte la campaña siguiente, última en el centro urbano de la ciudad. Fracasa Miguel Ángel Martín, responsable del gran Estudiantes de principios de década, y Tirso Lorente no endereza la situación. El Caja San Fernando apea al Madrid de la carrera por el título doméstico en las semifinales. Adiós al Palacio y adiós a Joe Arlauckas, carismático pívot, ídolo de la afición y pareja en la pintura del genio lituano ya en Portland.

Destierro en el corredor del Henares

Lorenzo Sanz, presidente tras una sucesión de intrigas palaciegas y atajos varios que le permiten derrocar a Ramón Mendoza y continuar en el cargo evitando las urnas y al innovador Florentino Pérez, decide devolver al equipo a su casa en propiedad. En 1997 comienzan las obras de reforma del pabellón Raimundo Saporta sito en la ya extinta Ciudad Deportiva de la Castellana y que lleva el nombre del legendario responsable de la sección fallecido aquel invierno. La remodelación no concluye a tiempo y con el contrato con el Palacio autonómico rescindido toca buscar un plan b. En muchos partidos de los cursos anteriores, y así lo atestigua Youtube, el recinto de la calle Goya ha lucido semivacío…

En octubre de 1998 el Madrid se muda al Parque Corredor, al pabellón de un centro comercial de extrarradio. Deja la villa y corte para instalarse en una ciudad que disparó su población en los sesenta y setenta por la emigración rural. Toca acomodarse al corredor del Henares, a un municipio de escasos 100.000 habitantes (entonces). Aquellos meses son fríos, pobres en apoyo y asistencia. La única victoria de relumbrón se consigue en la visita del Barcelona en la liga regular. Hasta luego, Lucas, dice la crónica de Marca sobre la acertada actuación de Lucas Victoriano, el base argentino que lidera una remontada muy del gusto de la hinchada. Otro recién incorporado es Eric Struelens, pívot belga y apuesta –una de tantas– para reforzar un juego interior huérfano de Sabas. La temporada concluye con el equipo en el remozado Saporta y sin títulos. Clifford Luyk aguanta el curso entero aunque se marcha al final del mismo.

Canal Plus desembolsa 10.000 millones de pesetas (unos 60 millones de euros al cambio) en 1999 por los derechos televisivos de la ACB para las siguientes cuatro temporadas. Con la campaña empezada el Madrid firma a Shasha Djordjevic, sin contrato después de salir rebotado del Barça. Sergio Scariolo está al mando del equipo. Fea caída en Copa contra los culés y pobre discurrir por Europa. La gloria, inesperada y fortuita, llega en el quinto partido de la final de la ACB. El Madrid puede sentenciar en el cuarto, en un Saporta abarrotado. Resiste el Barcelona que lleva la serie hasta el Palau. Los blancos van perdiendo al descanso, aunque en el tramo final recortan distancias. Brent Scott, pívot negro norteamericano que juega las rondas postreras teñido de estridente rubio platino, empata el partido a falta de cinco minutos. El estadounidense, que disputa su último duelo de blanco, y los dos hermanos Angulo, Lucio y sobre todo Alberto, sobresalen en la proeza. Para la posteridad queda la celebración de Djordjevic, brazos en alto sobre el parqué del Blaugrana y empujado por Nacho Rodríguez, ex del Unicaja a quien la prensa puso en la órbita madridista años atrás.

Varias semanas después Florentino alcanza la presidencia. Los primeros años del nuevo rector coinciden con el declive de la institución en la canasta y el esplendor en la hierba. La economía y la generación de recursos se convierten en habitual conversación en el entorno del aficionado. Cuesta, pues, justificar las pérdidas recurrentes de la sección, que además no brilla ni cuenta con nombres del nivel de los galácticos Figo, Zidane, Ronaldo, Raúl,… Como solución, un hipotético ingreso en la NBA o el liderazgo para la creación de una división europea de la liga profesional de Estados Unidos. Las asambleas de socios debaten sobre baloncesto. No tanto sobre cómo recuperar la senda del éxito: se habla de la salud de primer equipo y cantera, de su coste, su viabilidad futura, su pertinencia quizás. Y el presidente, de perfil en tan delicada cuestión. Delicada por histórica: porque el Saporta partido a partido se vacía y el baloncesto pierde visibilidad y espacio.

La Euroliga elige en otoño de 2000 al pabellón del Real Madrid como sede del primer partido de la nueva competición, renombrada así la vieja Copa de Europa. El local gana a Olympiacos en el debut aunque su periplo no rebasa los cuartos de final, donde cae frente al PAF Bolonia de Gregor Fucka. La buena campaña del Madrid hubiera sido rentable en títulos de no mediar la irrupción de Pau Gasol en las filas del enemigo culé. El de Sant Boi de Llobregat capitaliza la final de Copa (con aperitivo en la edición precedente), que el Madrid alcanza ocho años después, y de Liga y entrega el doblete al Barcelona antes de partir a la NBA y descorchar la edad de oro del baloncesto español y una historia y palmarés de leyenda.

El Madrid se pone guapo para el curso siguiente. Se ficha, entre otros, a Dragan Tarlac y Zan Tabak, dos colosos para el juego interior. Se les compara con Hakeem Olajuwon y Ralph Sampson, el tándem de Houston Rockets. Se les llama también torres gemelas, unos días antes del 11S en Nueva York. En la capital española toca centenario y celebraciones por todo lo alto. En la tarde de Reyes, año (semi) triunfal de 2002, una selección de grandes figuras internacionales capitaneadas por Earvin Magic Johnson juega en la antigua Ciudad Deportiva. Y el Saporta tampoco se llena. Un centenar largo de entradas quedan en taquillas. Magic agradece la invitación y disputa unos minutos con la camiseta blanca. La noche anterior acude al Bernabéu y disfruta con el show Zidane (el Madrid gana 3–1 al Deportivo de La Coruña con una genialidad del francés). Al frente sigue Scariolo, cada vez más hastiado. Es cesado al final de curso y pone amargo punto final a tres temporadas en el banquillo.

Las horas más bajas

Los dos primeros años de la sección en el nuevo siglo son decepcionantes, ridículos sin interrupción. El Madrid pierde su sitio entre los grandes de Europa y los que marcan la delantera en la liga. Cada curso se ensancha la diferencia con los punteros italianos y griegos y los emergentes locales. La cantera merma por la poca atención que se le dedica a los equipos filiales: la estrategia de la dirección pasa por externalizar parte de la formación firmando acuerdos con clubes de base, como el Aristos de Getafe. Otro dudoso honor acompaña la marcha de la sección: el poderoso Madrid es uno de los últimos de la ACB en asistencia a su pabellón. Son frecuentes las mañanas, tardes y noches con escasos 3.000 espectadores.

Los fichajes se demoran en aquel verano de 2002. La marcha de Raúl López a la NBA, fichado dos temporadas antes, y el final de contrato de Djordjevic, se palia con el fichaje de Roberto Núñez. Las altas no llegan, pero la escasez la soluciona repentinamente Gorka Arrinda con Derrik Alston, Alain Digbeu y Michael Hawkins, tres descartes del Barcelona. De una tacada, y ya en agosto, el agente coloca en Madrid una terna de jugadores atléticos y poderosos en lo físico que habrían de aportar músculo y tensión a un proyecto que se intuía deslavazado, sin hoja de ruta. El Barcelona conquista el triplete y alza la Copa de Europa, el campeonato maldito en los dos decenios anteriores. Svetislav Pesic comanda un equipo con figuras como Sarunas Jasikevicius, Juan Carlos Navarro, Fucka y el exmadridista Bodiroga. El Madrid de Javier Imbroda también hace historia: por primera vez en su historia no logra clasificarse para las fases finales de la ACB. Finaliza décimo la liga regular, con nueve equipos por delante y ocho por detrás.

Varios partidos marcan aquel curso, tres concretos evidencian las carencias de un grupo desnortado. En orden cronológico: paliza que el Estudiantes inflige a su enemigo en el Saporta con 25 puntos de diferencia para los colegiales; la casi victoria en el Palau Blaugrana, anotando bajo aro Damir Mulaomerovic cuando se requería un triple; y la humillación impotente y postrera en la jornada 34 y última en casa de un Caprabo Lleida que no se jugaba nada. Imbroda, a la sazón seleccionador nacional, se marcha tras nueve meses para el olvido. Aquel será el abismo más profundo que haya visitado nunca la sección.

Cada temporada baja el nivel medio de la plantilla. El Madrid de aquellos años se nutre de algunos jugadores cuya incorporación sigue causando extrañeza años después. La lista, con desconocidos, exóticos y especialistas cuyo buen hacer nunca se confirmó, incluye nombres como los de Steffano Attruia, Jean Marc Jaumin o Mario Stojic (entre otros: la lista siguió ampliándose). El Barcelona disponía de la mejor rotación fuera de la NBA, el TAU de un roster más que digno y la sección de fútbol de un galáctico cada verano presentado a bombo y platillo. El 23 de julio de 2003 aterriza David Beckham con la Spice Girl Victoria y centenares de periodistas.

El argentino Julio César Lamas es la propuesta para arreglar el descalabro. Elmer Bennett es otra de las apuestas para sacar al equipo del fango. La mejoría en la 2003/04 es poco evidente. Con él nuevo técnico también viene Kaspars Kambala, pívot letón con aspecto de ogro y dudosa reputación que termina sus días de blanco reprendido por un compañero, Alfonso Reyes, tras la brutal agresión a un rival –y hermano, Felipe Reyes– con una antideportiva fuera de tiempo. Aquel partido, el Madrid certifica su eliminación en los playoffs de la ACB cayendo en semifinales contra Estudiantes. Se dice adiós al viejo Saporta, víctima colateral de la venta de la Ciudad Deportiva que sanea las cuentas del club –maltrechas desde la ampliación del Bernabéu de los primeros noventa, con Mendoza en la poltrona de Concha Espina–. El bochorno del curso se vive en la final de la ULEB, que se pudo jugar por invitación, contra el Hapoel Jeresulén, segundísimo equipo de la liga hebrea. Tunji Femi Awojobi, un exboxeador reconvertido en base, ejerce de ejecutor del otrora rey del continente.

Florentino gana a Lorenzo Sanz las elecciones del 2004 cosechando un 95% de apoyo. Promete una inyección al baloncesto. Su antecesor y rival, aun sin estima entre la masa social, le recuerda la liga de 2000 en cancha azulgrana como último gran hito de la canasta blanca. Es época de cambios: llega Bozidar Maljkovic y toca nueva mudanza de pabellón. El Madrid se instala en Vistalegre en octubre. La plaza de toros, reconvertida en moderno palacio multiusos, es la sede del Estudiantes desde el 2001 tras el incendio del Palacio. Pocos meses antes del desembarco merengue, los colegiales acarician la ACB. Sí, son el primer equipo de Madrid. Estudiantes bate en el cuarto partido de la final liguera el récord de asistencia en un partido de baloncesto en España, con más 15.500 fieles en los tendidos de Carabanchel.

La renovación trae caras nuevas. Mous Sonko, Mickael Gelabale, Axel Hervelle y el temporero Justin Hamilton entre otros, además de dos que marcarán el futuro: Louis Bullock, uno de los preferidos de la hinchada durante sus seis campañas con la blanca, y Felipe Reyes, center del Estudiantes subcampeón y júnior de oro que cambia de bando en la capital tras el pago de dos millones de euros y de cuya necesidad advierte el míster al presidente. Si se lo lleva el Barcelona, dominarán la próxima década, explica el serbio intuyendo el esplendoroso futuro del pívot de la generación del 80.

Y el éxito llega. Aunque el Unicaja de Jorge Garbajosa se impone al Madrid en la final de Copa en Zaragoza, la liga endulza con creces aquel sinsabor. En el Buesa Arena de Vitoria los guerreros de Boza firman una remontada épica en tiempo récord. El visitante, ocho abajo a falta de menos de cincuenta segundos, conquista el torneo con triple de Herreros. La proeza pone el broche de oro a la carrera del alero madrileño: el último balón que toca como profesional le da a su equipo un título cinco años después. Pero el exquisito exterior de Fuencarral termina su periplo de blanco sumando sólo dos ligas en diez años. Cabe suponer que mejor palmarés imaginó en el otoño de 1996, cuando cambio Estudiantes por Real y desembarcó en un reciente campeón de Europa.

No continúan los éxitos en el curso siguiente. El Madrid vuelve a la Euroliga tras varias ediciones sin participar aunque pronto finaliza su discurrir. La liga acaba en la semifinal. Y en la misma ronda la Copa, eliminando al Barcelona en los cuartos de final. El Madrid fundamenta esa victoria en la efectividad de Igor Rakocevic, que sólo permanece un curso. Se juega casi en casa, en el remozado Palacio de los Deportes. La Comunidad tarda menos de cinco años en reconstruir el emblemático edificio. Será uno de los buques insignia de las candidaturas olímpicas fallidas de la capital. Mientras, en Carabanchel y con el inicio del curso, un grupo de jóvenes aficionados funda Berserkers. Los Ojos del Tigre, creada en los primeros noventa como la primera peña genuinamente de baloncesto del Real Madrid, revive tras un inicio multitudinario y un pasado próximo sombrío. Florentino Pérez dimite en febrero. Dice que ha malcriado a los jugadores, a las estrellas del primer equipo de fútbol.

La oportunidad que frustró un triple

De la mano del nuevo presidente, Ramón Calderón, arriba Joan Plaza. Regresan Raúl López y Álex Mumbrú, se incorporan Charles Smith, Kerem Tunceri o Marko Tomas. El nuevo equipo comienza con brío, buen juego y victorias convincentes. Especialmente convincentes son dos en la primera vuelta, contra Estudiantes y Barça en casa. Raúl López firma actuaciones excelentes en la dirección. También es buena la marcha en la competición continental. La remontada de la semifinal frente a Unics Kazán es la primera gran noche europea que vive una generación de madridistas huérfanos de épica mayúscula. Aunque el rival no sea un histórico ni la ULEB la primera competición de clubes continental 14.000 gargantas empujan y llevan al Madrid a la final que se disputa en la belga Charleroi. El rival es el Lietuvos Rytas lituano. Felipe Reyes levanta un galardón como no hay igual en las vitrinas del Bernabéu tras un partido más cómodo del que se podía haber supuesto. También cae la ACB, segunda en tres años, con triunfo en Barcelona en el cuarto partido. Un joven Sergio Llull, novato y menor de edad llegado del filial del Manresa, carga con el torneo en las celebraciones oficiales.

Sin embargo, el segundo año de Plaza será la gran oportunidad perdida. A golpe de talonario y a razón de tres millones anuales por tres cursos firmados, recala Lazaros Papadopoulos, quien debía formar pareja temible en la pintura con Reyes. Pero la ilusión del año anterior se desvanece en la primavera. Mediado el curso y en la visita del Maccabi Tel Aviv a Vistalegre –correspondiente al top 16– se produce el hecho que marcará la suerte del catalán en el banquillo merengue. El partido marcha igualado, con alternancia y posibilidades para ambos. Del resultado del choque depende el factor cancha para la eliminatoria de cuartos de final. Los blancos marchan tres arriba y Maccabi disfruta la última posesión. No se hace falta y Yotam Halperin, exterior secundario, iguala desde el triple. El local cae en la prórroga y queda condenado a un choque contra Olympiacos en los cuartos de final. El equipo heleno, liderado por Ionnis Bouroussis, vence en el quinto partido y deja al Madrid fuera de Europa. Meses antes, una sensacional actuación de Rudy Fernández, entonces en la Penya, certifica la eliminación en las semifinales de Copa. Tampoco sirve de nada firmar un récord de 29 victorias en la liga regular: el Unicaja apea al primer clasificado en los cuartos por la vía rápida.

Aquella acción de tres puntos, entre desafortunada, imprevista y mal gestionada, lastra al equipo la campaña siguiente. Sin apenas inversión, con el ánimo por los suelos y el fichaje interruptus de un joven Ricky Rubio, el Madrid se ve superado en todas las competiciones que disputa. En invierno dimite Ramón Calderón y Florentino Pérez regresa en junio, con el equipo inmerso en la disputa de la semifinal liguera contra el Baskonia. Tras el acto de toma de posesión, la presencia en un partido en Vistalegre es el primer acto de un presidente de vuelta. El todavía TAU cierra la serie en el partido decisivo, también el trienio de Plaza. Viene un tándem renombrado, Ettore Messina y Antonio Maceiras. El italiano como entrenador; el exdirector deportivo del Barcelona ejercerá de general manager de la sección y disfrutará de más poder que el depuesto Antonio Martín.

Se contratan jugadores experimentados, Darjus Lavrinovic, Pablo Prigioni, Sergi Vidal, Rimantas Kaukenas y Garbajosa, y algunas jóvenes promesas como Vladimir Dasic y Novica Velickovic. En invierno llega Ante Tomic, el Gasol de los Balcanes, como le llaman en ciertos medios y foros –para mofa de otros–. Las semifinales de la Supercopa, en el inicio del curso, deparan el primer clásico de la canasta. Cuando parece que el Madrid se va a imponer a su eterno rival, el Barcelona obra la remontada. Los pésimos resultados en los partidos contra los catalanes marca la suerte del proyecto. En liga y en fechas navideñas, los azulgrana arrasan a los blancos, líderes, en Vistalegre. También toca derrota en la final de Copa en Vizcaya y eliminación en los cuartos de la Euroliga. El Barcelona es el verdugo en todos los cruces. El Baskonia vuelve a dejar fuera de la final liguera al Madrid y gana sorprendentemente el título, aguando el triplete del que había levantado su segunda Euroliga.

Junio de 2010, el Madrid abandona Vistalegre. El paso por Carabanchel ha reactivado al equipo y a la hinchada pero la directiva escoge la Caja Mágica. El ayuntamiento ofrece las modernas –y carísimas– instalaciones de tenis al Madrid. De fondo, una interminable carrera olímpica que termina con tres veces no. La afición no está cómoda en Villaverde y el calor de la grada no se traslada a la pista. Messina tampoco es feliz en el Madrid: sigue sumando tropiezos contra el Barcelona (sólo ganará uno de 11), el último en la final copera en la capital, y la relación con el plantel, la prensa y la directiva, con Juan Carlos Sánchez de director general, está deteriorada. Una derrota contra la Montepaschi Siena, sin mayores consecuencias que las de la imagen y la competitividad, sirve de excusa para su dimisión. Salida abrupta para un técnico laureado, respetado en el continente. Le sucede su segundo, Lele Molin. Lleva al Madrid a su primera Final Four en quince años, gana al Barça –partido intrascendente de liga regular– e integra a Nikola Mirotic en la primera plantilla.

La que protagoniza el montenegrino de nacimiento es la mejor noticia para la cantera en más de una década. Muy pocos jugadores salen de la fábrica blanca desde aquellos lejanos Ismael Santos y José Lasa de los noventa, ambos presentes en los años previos al descenso a los infiernos. En el breve inventario de jugadores criados desde la cuna en la casa blanca están los Eduardo Hernández-Sonseca, José Ángel Antelo, Roberto Núñez o Maciej Lampe –al último le disfrutan los principales rivales–.

Al presidente le sigue dando dolor de cabeza el básquet. Le entrega el banquillo a Pablo Laso, tercero de la terna de candidatos y con pinta de absoluta interinidad. Parece que el enésimo experimento fallará otra vez. Sostienen al antiguo base, que llegó al club en 1996 y salió tres años después, Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros, responsables del día a día en la canasta. Un cierre patronal en la NBA ayuda en aquellos primeros meses: llegan, como temporeros de lujo, Rudy y Serge Ibaka. El primero compromete su futuro con el Madrid a partir del siguiente curso: golpe de efecto de la sección, trayendo a un jugador de la liga estadounidense criado en la cantera catalana. Los fichajes sin fecha de caducidad incluyen a Jaycee Carroll y Martynas Pocius.

Quizá la travesía en el desierto termina un domingo cualquiera en el Palacio. El 4 de diciembre de 2011, décima jornada de liga, Rudy pone punto y aparte e Ibaka punto final a su trayectoria de blanco. El Madrid llena el Palacio contra el Valencia, gana con comodidad, el público se divierte. Sergio Llull contragolpea con caños, Ibaka reparte intimidación y tapones y la afición grita Rudy no te vayas, Rudy quédate. Florentino baja a la pista y entrega sendas camisetas a los dos que se van. Dos meses después, la Copa en el Sant Jordi contra el Barça descorcha el palmarés de Laso y abre una era de títulos sin parangón en las décadas previas. Sí, la edad de plata de la sección.

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