Se apareció Robinho: noche de pedaladas sin gol en Cádiz

Álvaro de la Paz
4 min readOct 6, 2018

El fichaje se prolongó durante todo el verano, en las siete u ocho semanas que el madridismo tuitero llama ahora summeriana. El deseado llegó pocos días antes del comienzo de la Liga, costó 24 millones, procedía del Santos y sobre su anatomía poco poderosa se habría de asentar el punto de inflexión en la inercia errante de los Galácticos. Aquel eslogan de zidanes y pavones desembocaba en el joven Robson de Souza (Sao Vicente, 1984), el último jugón brasileño, el futbolista que reunía sobre sí la juventud de los canteranos y el brillo de las estrellas de los grandes traspasos.

Debutó en Cádiz y aquel primer partido marcó el resto de sus tres años en el Madrid. Tal fue su explosión que los goles, asistencias y buenos partidos que el dorsal diez firmó hasta agosto de 2008, que también los hubo, quedaron ensombrecidos por aquel fulgor a orillas del Atlántico. Aquella noche en el Ramón de Carranza consagró a una estrella que el paso de los meses desvanecería. Robinho fue el mejor fichaje de la historia del Madrid durante media hora; casi todos los que aquello vieron, in situ o por la pantalla, aseguran que Robinho anotó al menos un tanto en la Tacita de Plata. Los mismos ratifican que el periplo del cuasi delantero en la casa blanca fue un fracaso tanto para el futbolista como para el club.

Robinho no marcó el domingo 28 de agosto de 2005. Ganó el Madrid, 1–2, y el debutante participó en la jugada del segundo gol visitante. Aquel lo hizo Raúl, Ronaldo había abierto el marcador en la primera parte y el argentino Matías Pavoni empataba poco antes de que el flamante fichaje saltara a la cancha. Remplazó a Gravesen, Wanderlei Luxemburgo dirigía desde el banquillo. O Rei das pedaladas se hacía presente. Su primer contacto reseñable con la pelota es un elegante sombrero sobre el uruguayo Fleurquin; dos minutos después, un eslalon de veinte metros deja atrás a dos zagueros amarillos.

El madridismo recuerda dónde estaba la noche del gozoso debut. Regala Robinho tres bicicletas, tal era su especialidad, una para regatear, otra que concluye con un tiro raso que lame el poste y una postrera que propicia que Helguera, casi en el área pequeña, estrelle un balón contra el larguero. Un control con el pecho algunos metros y un posterior pase filtrado a Ronaldo, quien cede a Raúl para que emboque, origina el gol de la victoria. Pero el diez, el que cambia el sino del partido, no ve puerta.

Robinho jugando con la selección brasileña en 2010./ Marcello Casal Jr (Agência Brasil), en https://bit.ly/2E1rCCj

Hay algo de posverdad en aquella epifanía de bicicletas y jogo bonito. Prueben y comprueben, pregunten al madridismo. Fue tal el impacto, tanta la ilusión por aquella media hora de fútbol, que muchos siguen creyendo que el recién llegado obró la remontada, una de tantas de un club acostumbrado a ellas, pero una especial. Afirman los que vieron el partido que Robinho marcó uno o dos tantos en aquel ratito. La reconstrucción tiene mucho de mentira piadosa, de acontecimiento tantas veces contado, y tan exageradamente, que se ha ido pervirtiendo.

Medio año después, Florentino abandonaba la nave acusándose por haber malcriado a sus figuras. En las dos siguientes campañas, con una nómina menguante de figuras, el Madrid conseguiría dos Ligas consecutivas siendo el brasileño protagonista en ambas. En el verano de 2008, el menudo trescuartista salía del club blanco a cambio de 43 millones de euros, cifra de ingreso récord para las arcas de Chamartín.

Y dios creó a Robinho”, tituló As el día posterior al recital en el Ramón de Carranza. La cumbre del brasileño quedó marcada por un primer partido de ensueño. Hubo más: titularidades habituales con Fabio Capello y Bernd Schuster, buenas actuaciones contra Barcelona o Bayern Múnich –rivalísimos ambos–, una decente cifra de goles para quien alternaba centro del campo con posiciones de ataque rara veces frontales, participación en la creación de juego y en labores defensivas –jugó como falso interior con asiduidad– y un saldo positivo de casi 20 millones.

Peo aquella etapa breve, sólo tres campañas con el Madrid, se sigue considerando un fracaso. El veredicto tiene tanto de consenso como de desmesura. Fueron tan grandes las expectativas creadas que sólo una Copa de Europa o más actuaciones como la de la primera noche podrían haber colmado las ilusiones disparadas. Robinho cayó de pie. Y en Cádiz, aunque aún no lo podíamos saber, empezó a apagarse su estrella.

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