¿Cuál es la alternativa?

CRIES
5 min readOct 17, 2016

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Darynell Rodríguez Torres

Las preguntas que muchos se hacen tras el No que los colombianos han dado a los acuerdos de paz de La Habana son ¿Y ahora qué?, ¿Qué opciones existen? Para responder estas preguntas conviene hacer un análisis de la posición negociadora de cada una de las partes y estimar el espacio existente para llegar a un nuevo acuerdo. Un análisis MAAN (Mejor Alternativa a un Acuerdo Negociado), puede ser una herramienta útil para que las partes estimen de forma realista cual puede ser la nueva zona de posible acuerdo, contribuyendo a dejar atrás dogmatismos y a acercar posiciones.

El análisis de la Mejor Alternativa a un Acuerdo Negociado (MAAN), concepto popularizado por Roger Fisher y William Ury en su libro ‘Getting to Yes’, es un elemento crítico en toda negociación. El análisis de MAAN permite hacer una estimación de cuales son las líneas rojas (puntos de resistencia), en los que cada una de las partes preferirá levantarse de la mesa a seguir negociando. El área comprendida entre esos dos puntos de resistencia se denomina Zona de Posible Acuerdo (ZOPA). Cuando los negociadores del gobierno y de las FARC aseguraban que habían alcanzado el mejor acuerdo posible, seguramente lo hacían teniendo en cuenta no sólo su propio MAAN, sino especialmente el de la otra parte.

El resultado del plebiscito del pasado 2 de Octubre supone en la práctica una negociación a tres bandas y llevará a un nuevo análisis del MAAN de cada una de las partes implicadas en esa negociación. Las primeras reacciones, tanto del gobierno, la guerrilla de las FARC y el sector crítico liderado por el Ex Presidente Álvaro Uribe son esperanzadoras en cuanto que invitan a pensar que ninguna de las partes ve, de momento, una mejor alternativa a una negociación.

Las primeras declaraciones de Uribe y sus partidarios tras la votación exhortaban a las FARC a mantener vivo el proceso de paz y continuar con la negociación para obtener un ‘mejor acuerdo’.

Así las cosas, la oposición inicial al proceso de paz se ha transformado ahora en un Sí al dialogo con las FARC, Sí a buscar una paz negociada, aunque diferente de la que se han alcanzado en La Habana. La pregunta es: ¿Cuán diferente puede ser un nuevo acuerdo?

Al juzgar por el comunicado realizado por el Ex — Presidente Uribe el pasado 9 de Octubre, parece que los partidarios del No, también han hecho su análisis MAAN y han llegado a la conclusión de que la Zona de Posible Acuerdo (ZOPA) no es muy diferente de la que ya habían alcanzado los negociadores del gobierno y las FARC.

Las propuestas para mejorar el acuerdo presentadas por el expresidente Uribe distan mucho de las exigencias que se hicieron durante la campaña del plebiscito y sugieren que el nuevo acuerdo no sería muy diferente del que ya está pactado. Incluso en los dos temas bandera de los partidarios del No: el régimen de justicia transicional y la elegibilidad política de miembros de las FARC, se ha producido un giro importante en la posición de Uribe que ya no exige penas de cárcel ni rechaza automáticamente la asignación de curules en el congreso para las FARC.

Este cambio hacia posiciones mucho más moderadas obedece a un nuevo cálculo político del Uribismo. Si bien este sector ha salido reforzado tras el plebiscito, también es cierto que ahora recae sobre sus líderes la responsabilidad de articular una alternativa viable, un ‘acuerdo mejor’ que pueda ser aceptado por sus seguidores, pero que también pueda ser aceptado por las FARC. No hacerlo supondría haber guiado a los colombianos a dar un salto al vacío, echando por la borda la mejor oportunidad que han tenido para dejar atrás 52 años de confrontación armada, algo que sin duda le reprocharían no sólo la mitad de los colombianos que votaron por el Sí, sino también muchos de quienes votaron por el No, un gran porcentaje de quienes se abstuvieron, además de la comunidad internacional.

Aunque es probable que no se produzcan cambios fundamentales en el acuerdo (sobre todo en lo que se refiere al cumplimiento de penas de cárcel y los beneficios electorales para las FARC), quienes lideraron el voto por el No deberán vender a su electorado la idea de que se han incluido modificaciones sustanciales. El gran riesgo que todo esto conlleva es el de alargar indefinidamente la negociación, incrementando proporcionalmente las probabilidades de que algunos actores armados opten por reactivar la violencia.

A las FARC la victoria del No le ha dado una carta negociadora que no tenían antes: la de levantarse de la mesa argumentando falta de voluntad de dialogo, algo que hace unos días hubiese sido muy difícil de explicar. Ahora las FARC podrían argumentar que han demostrado su voluntad de paz, han alcanzado unos acuerdos y el ‘establishment’ los ha bloqueado.

Si bien los máximos líderes de las FARC han manifestado que mantienen su voluntad de paz, el No a los acuerdos y la gran incertidumbre que esto ha ocasionado podría generar una fragmentación al interior de la guerrilla y algunas células podrían estar tentadas a retomar la violencia. En otras palabras, algunos miembros de las FARC pueden llegar a concluir que su Mejor Alternativa a un Acuerdo Negociado es más atractiva y viable ahora de lo que lo era hace apenas unos días.

En resumen, el triunfo del No en el plebiscito cambia la posición negociadora de las FARC hasta un punto donde podría ser más atractivo para sus miembros el renunciar, por ahora, a una solución negociada. Por su parte, Uribe y los partidarios del No, tras rechazar los acuerdos, tienen la presión de mantener el dialogo vivo y la responsabilidad de formular una alternativa viable e intentar por todos los medios que las FARC no se levante de la mesa de negociación. Un papel curioso para quienes estuvieron desde un principio opuestos a iniciar este proceso de paz.

El papel del gobierno ante estas nuevas circunstancias tampoco es nada fácil. El Presidente Santos tiene que poner todos los medios posibles para generar una amplia concertación política y alcanzar un acuerdo a tres bandas lo más pronto posible. En este escenario, el papel del gobierno se convierte casi en el de un mediador que debe buscar acuerdos razonables entre las FARC y los Uribistas, de manera que los primeros sientan que se mantienen los términos alcanzados tras cuatro años de negociación y los segundos puedan argumentar que se han incluido cambios significativos.

Si algo nos enseña esta frustrante experiencia es la importancia de diseñar procesos incluyentes en donde todas las partes implicadas se sientan partícipes y co-responsables de lo acordado. Analizando al Zona de Posible Acuerdo (ZOPA), es muy probable que si las negociaciones hubiesen contado con la participación activa de representantes del sector más crítico se hubiera llegado a unos acuerdos muy similares; pero en el proceso, ellos también hubiesen llegado a la conclusión de que los acuerdos alcanzados eran los mejores posibles.

Darynell Rodríguez Torres es Consejero de la Global Partnership for the Prevention of Armed Conflict, GPPAC.

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CRIES

Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales