¿Se enderezará Brasil?

Harold A. Trinkunas, The Brookings Institution

CRIES
6 min readApr 24, 2016

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Este artículo apareció también en inglés en el blog ‘Order from Chaos’ del programa de política exterior del Brookings Institution

El domingo 17 de abril, más de dos tercios de los diputados en la cámara baja del Congreso de Brasil votó a favor del ‘impeachment’ de la presidenta Dilma Rousseff. La presidenta es acusada de mala administración y de manipular las cuentas fiscales para que la economía luciera más saludable de lo que era antes de la elección presidencial de 2014.

La profundización de la crisis económica y el estancamiento político en Brasil, coronada por un constante flujo de revelaciones que salen de la investigación de corrupción Lava Jato, llevó al centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) a que abandonara su apoyo al gobierno y se uniera a la oposición. Las elecciones de 2014 llevaron a un mayor número de representantes conservadores al Congreso, particularmente evangélicos y pro-militares, lo cual hizo aún más difícil para la presidenta Rousseff y sus aliados encontrar apoyo para bloquear el juicio político en su contra.

La decisión sobre el futuro político de la presidenta pasa ahora al Senado brasileño, que si se decide poner a la presidenta Rousseff a juicio iniciará un proceso de seis meses durante el cual el vicepresidente Michel Temer se hace cargo de forma temporal. Pero más fundamentalmente, el juicio político es impulsado por el sentimiento entre la élite de Brasil y muchos en su clase media, de que la presidenta Rousseff y su gobierno ya no son capaces de gestionar la crisis en Brasil. Y de hecho, la administración Rousseff ha sido incapaz de hacer frente a la recesión más profunda en 80 años y el aumento de la inflación, ni ha sido capaz de controlar a un déficit público cada vez mayor, y mucho menos poner en práctica reformas de largo plazo muy necesarias para ajustar el gasto público.

La política es local, las consecuencias son globales

Los discursos pronunciados por los diputados en maratónicas sesiones legislativas previas a la votación el domingo dejaron claro que el ‘impeachment’ es un proceso eminentemente político en Brasil, tanto como lo es en los Estados Unidos. Esta politización ha contribuido a una reacción negativa considerable entre la izquierda en Brasil y en América Latina en términos más generales, rechazando la legitimidad del proceso. Los partidarios de Rousseff también han cuestionado la legitimidad del proceso debido a que un número muy considerable de los legisladores a favor del ‘impeachment’ de la presidenta Rousseff enfrentan cargos criminales y civiles ellos mismos, sobre todo en materia de corrupción. Sin embargo, algunos de la izquierda han ido tan lejos como llamar al proceso de destitución en Brasil un golpe de estado, parte de una vasta conspiración de la derecha en el continente suramericano para hacer retroceder los logros políticos de la nueva izquierda latinoamericana.

Una evaluación más matizada de la situación actual nos debe llevar a tres conclusiones:

1. Esto no es un golpe de Estado: Un golpe de estado tiene lugar cuando un jefe de gobierno legítimamente electo es destituido de forma ilegal e inconstitucional a través del uso o la amenaza del uso de la fuerza. En el contexto latinoamericano, esto implica sobre todo un papel de los militares en el desplazamiento de líderes civiles del poder. El proceso de juicio político en Brasil, aunque tenga motivos políticos, se lleva a cabo dentro de los lineamientos establecidos por la Constitución brasileña. Hay controles y equilibrios que han trabajado durante todo el proceso, los cuales han permitido a la presidenta y sus opositores presentar recursos y apelaciones, hasta e incluyendo al Tribunal Supremo Federal. Por definición, un proceso que opera dentro de los límites de la Constitución brasileña y sus instituciones no es un golpe de Estado. La presidenta Rousseff y sus aliados pueden estar descontentos con el resultado del proceso de juicio político, pero son poco prudentes en tildar de golpe a un proceso constitucionalmente permitido. Tal marco tampoco les ganará mucha simpatía, ni en su país ni en el extranjero, más allá de sus seguidores habituales.

2. Este no es el final, esto es sólo el comienzo: Este es un punto clave que la presidenta Rousseff hizo en un discurso al reaccionar a los resultados de la votación de abril 17. Y ella está en lo correcto, tanto desde una perspectiva constitucional y una política. El proceso podría moverse con bastante rapidez una vez que el Senado brasileño vote para comenzar el juicio, pero el proceso podría tardar hasta principios del próximo año (2017) para finalizar. Mientras que las élites brasileñas desean, sin duda, que la presidenta Rousseff siga el ejemplo del ex presidente brasileño Collor de Mello, quien en circunstancias similares renunció de inmediato en 1992, esto parece poco probable dada la reacción de la presidenta Rousseff a la votación de ‘impeachment’. Así que lo que es más probable es un proceso político largo y complejo. Si el vicepresidente Temer asume el cargo temporalmente mientras el juicio político se tramita en el Senado, su gestión está en riesgo debido a que el Tribunal Supremo Federal ha ordenado que él también debe enfrentarse a un juicio político por los mismos cargos que enfrenta la presidenta Rousseff. Aquellos que están inmediatamente en la línea de sucesión presidencial después de del vicepresidente, como el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, también están bajo investigación judicial por corrupción. Esto significa que cualquier sucesor probable a la presidenta Rousseff carecerá del capital político para aplicar medidas a corto plazo para controlar la inflación y reducir los déficits públicos, ni de hablar de implementar proyectos a largo plazo para mejorar la infraestructura, la educación, la innovación y las políticas comerciales. Durante todo el tiempo enfrentarán ataques constantes de parte de Dilma Rousseff y sus amargados aliados políticos.

3. Mientras la crisis persiste, la influencia global y regional de Brasil sufre: Como analizo en mi próximo libro, Aspirational Power: Brazil’s Long Road to Global Influence, por motivos históricos la capacidad de Brasil para influir en orden global se inclina fuertemente hacia el poder blando. El poder blando se basa no sólo en una diplomacia experta, pero más bien el atractivo de modelo político, económico, social, y cultural de un país. La agitación actual en Brasil sin duda socava el atractivo de su modelo en el extranjero y por lo tanto su poder blando. Pero incluso más cerca de casa, la distracción política y la recesión económica en Brasil tiene efectos en cadena para sus socios comerciales en el Mercosur. Y la incertidumbre política sobre quién será el próximo presidente de Brasil (y por cuánto tiempo) hace que sea difícil para la diplomacia brasileña para jugar su papel tradicional como el primus inter pares en América del Sur.

Enderezando el buque, creando olas regionales

Es poco probable que se resuelva la crisis política en Brasil por completo antes de la elección presidencial del 2018, a pesar de que ha habido algunas peticiones para elecciones anticipadas. Aun si Rousseff logra batir los esfuerzos en contra suya en el juicio político en el Senado brasileño quedará bastante debilitada y carecerá del capital político para implementar reformas esenciales. Por otra parte, cualquier sucesor de Rousseff en el corto plazo enfrentará críticas de la izquierda a la legitimidad de su gobierno y a un Congreso muy polarizado. Tal líder tendrá dificultades para construir las coaliciones para aprobar y poner en práctica las reformas económicas necesarias.

A largo plazo, Brasil sin duda enderezará el buque de estado y reanudará su camino hacia el desarrollo económico y la influencia global. Pero para el resto del hemisferio, la crisis actual tiene implicaciones importantes, sobre todo si Brasil sigue el patrón de los recientes cambios políticos en la región que han tendido a la alternancia política. El resultado será una mayor diversidad en la política exterior de los estados de América del Sur, consecuentemente reduciendo el consenso regional que Brasil había auspiciado dentro de la Unión de Naciones Suramericanas.

Los Estados Unidos, después de la normalización de las relaciones con Cuba y una exitosa Cumbre de las Américas 2015, se beneficiaría de una mayor diversidad en la región por tener mejores oportunidades para construir asociaciones con nuevos líderes políticos. Pero es más importante para los Estados Unidos evitar contribuir a la polarización política en Brasil. Los Estados Unidos tendrá que enhebrar la aguja con cuidado para apoyar la democracia en Brasil, evitar tomar partido en su política nacional, mantener una relación positiva con este país clave, y construir sobre los éxitos recientes de la política exterior de EE.UU. en el hemisferio.

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Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales