Venezuela: la lucha contra el poder total

CRIES
5 min readNov 8, 2016

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Armando Chaguaceda

Lo que tenemos ante nosotros no es la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas

Max Weber

Hace dos años, describí en un pequeño texto la ruta especificamente totalitaria (en lo programático y lo operativo) de la autocratización de Venezuela. Alertaba sobre algunas condiciones y desafíos que suponía enfrentar y revertir tal proceso. Hoy, en un escenario donde confluyen el destape dictatorial, el descontento social y la apertura de un diálogo extraño, reflexionaré sobre la naturaleza del conflicto y sus posibles salidas. Destacando tres ideas: a) la autocratización es un fenómeno objetivamente irreversible desde la óptica oficial; b) los aliados internacionales para la mediación/transición son escasos y cautos, c) la estrategia opositora debe combinar, en ese orden, movilización y diálogo, atendiendo a factores temporales y psicosociales ligados a la coyuntura.

La autocratización irreversible: El gobierno, al perder apoyo social y legitimidad política, se ve obligado a endurecerse. Tal proceder se conecta con la expansión global de las autocracias (de Rusia a Turquía) y el declive relativo de las democracias (incluidos EEUU y Europa) agobiadas por crisis domésticas y regionales. Los principales aliados de Caracas (desde Managua a La Paz) viven hoy procesos acelerados de desdemocratización. Y si bien la existencia de gobiernos de centro(derecha/izquierda) y el consenso formal mayoritario (OEA dixit) en torno a la poliarquía como régimen deseable en el entorno interamericano ponen vallas a la ALBAnización continental, el bloque bolivariano posee aún importantes recursos, aliados e incentivos para mantener su activismo en un futuro inmediato de la crisis venezolana.

Partiendo de ese contexto y regresando a Venezuela, vemos que los costos de fractura y apertura son percibidos por el gobierno como impagables, por lo que la consigna es arrollar a los opositores y a su propia disidencia. La represión se ampliará en correspondencia con la protesta ciudadana, el control social se extenderá mediante el bloqueo informativo, la provisión selectiva de alimentos (vía CLAPs) y la retaliación laboral y comunitaria. El ejemplo nicaraguense (como táctica) y el modelo cubano (como horizonte) conforman el manual del madurismo, convencido de que “nunca más” abandonará el poder.

Mediación limitada: Con un mundo ocupado con la crisis siria, el Brexit, la guerra ucraniana y las mareas migratorias, los actores globales (EEUU, Vaticano) buscarán evitar escenarios de mayor inestabilidad en Venezuela. Por ende, todo apoyo a una eventual transición pasa por evaluar si esta desemboca una mejora notable y sostenida de la situación interna, capaz de evitar explosiones sociales y crisis humanitarias. Si los mediadores no ven certeza de ello, privilegiarán una estabilización del status quo, privilegiando la situación socioeconómica (precios, abastos, finanzas) y alguna descompresión política (liberación de presos, baja de la retórica polarizante) pero nada más. Solo un mayor activismo y una mejor estrategia opositoras harán, paradojicamente, que los mediadores presionen al gobierno para conducirse a modo en una negociación digna de ese nombre. Como plantea Margarita López Maya, “los mediadores podrían sólo estar interesados en evitar un baño de sangre en Venezuela. Como en Cuba, dejarían al régimen seguir, si perciben que los ciudadanos estamos dispuestos a soportarlo”.[1]

Cuba, lejos de lo que algunos analistas opinan, no actuará “razonablemente” aceptando una transición tout court. Venezuela es, para los Castro, un asunto de seguridad nacional y política interna. La obtención y provision de recursos (petróleo por servicios) así como el activismo diplomático que la Habana ejerce a través de las plataformas tipo ALBA (incluido apoyos a su rol en el proceso colombiano) refuerzan el status del régimen cubano. Ambos países comparten hoy un rol crucial de sus aparatos de seguridad y defensa en los procesos de estabilización/recomposición de las respectivas élites políticas. De modo que confiar en el pragmatismo de Raúl Castro, como hacen algunos, es naive. Son una acción concertada de otros gobiernos latinoamericanos (al estilo de Contadora o Esquipulas) podría ayudar a la transición.

La estrategia opositora: El diálogo es necesario, máxime cuando desde la MUD se insistió en el rol mediador del Vaticano. Pero si bien ha sido un error la inasistencia de Voluntad Popular, también ha sido errática la estrategia comunicacional y, presumimos, negociadora de sus representantes en la mesa. El Referéndum Revocatorio (RR) es innegociable por razones prácticas (es la estrategia de cambio pacifico consensuada por la mayoría de la sociedad), legales (su defensa implica la defensa de la Constitución bolivariana, violada sistemáticamente por el gobierno) y morales (no se puede abandonar a su suerte a tanta gente común que asumió costos, incluso laborales o penales, de acompañar al RR) y nada compensa su abandono. El liderazgo opositor no puede aceptar que concesiones “menores” -en términos políticos, aunque lleven alto contenido humano, como la liberación de algunos presos- o promesas frágiles -como elecciones generales dependientes de la voluntad gubernamental- sean monedas de cambio. Son atajos peligrosos, perfectamente denunciables desde la lógica del oficialismo, una vez que se vayan los mediadores, baje la atención internacional y que, por efecto del desgaste cotidiano y de la propia decepción de las bases con un liderazgo errático, la MUD pierda parte de ese pueblo que constituye hoy su único recurso de presión potencial. Todo corrimiento de “principios” y fechas límite, una mala estrategia de comunicación y una composición/discurso débiles del equipo negociador (por culpa de los que se autoexcluyeron y de los participantes) pasará factura a la lucha democrática.

Lamentablemente, la naturaleza del conflicto, el paradigma oficialista y la fuerza relativa de las partes presagian que la crisis venezolana no se resolverá sin movilización, protesta y, presumiblemente, violencia. Es humanamente terrible pero políticamente exacto. Ceder hoy para evitar violencia sólo significará violencia sin cauce (ni consecuencia) mañana, ejercida por una población reactiva y sin liderazgo, condenada a la derrota. Y en ese mismo escenario (que ya se asoma) la oposición moderada no tendrá tampoco sentido ni espacio. Hay que recordar el caso de Nicaragua, donde la oposición desapareció como consecuencia de una cascada de pactos y concesiones cupulares, que la convirtieron en un ente decorativo, a merced del orteguismo.

La movilización (como se hizo con la marcha a Miraflores) no puede desmontarse más. La única posibilidad de que este diálogo no se convierta en una saga de tácticas dilatorias y legitimantes es que el oficialismo sienta que no puede reprimir sin costo a una masa movilizada. Pero esa masa debe estar bien informada, organizada y motivada. Los liderazgos tienen que hacer su papel, identificando los riesgos y oportunidades de la calle. Y jugándose la suerte de los movilizados. Lo demás -movilización a ciegas o desmovilización dialoguera- es una agenda suicida, que refuerza la autocracia.

Frente a un adversario con (muchas) armas, (algo) de plata y (aún) bastantes contactos internacionales, el capital político de la oposición es la gente. Inmensa, crecida ante la crisis, que no se ha desmovilizado y aprende de sus errores lo largo de 15 años de resistencia a un proyecto de vocación totalitaria. Pero la Unidad tiene que cuidar los recursos (psíquicos, materiales, morales) de sus bases, vulnerables ante estrategias de desarme planificado de la ciudadanía típicamente totalitarias.

[1] http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/margarita-lopez-maya-estabilidad-cambio-politico/

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CRIES

Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales