Las esperas.

Jota punto y coma
2 min readNov 13, 2016

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Abro los ojos temprano, sorprendido por un rayo de luz que entra por una agujero de la persiana, con el sol despuntando con cara de frío, como dando por perdida la batalla de calentar las afueras de esta casa bañada en cristales de escarcha. Miro el móvil sólo para ver que es demasiado pronto, pero sé que ya no podré volver a coger el sueño. Un hocico asoma y me toca la mano, silencioso, mientras se despereza estirándose unos largos segundos para volver a tumbarse en su cama. Es su forma de dar los buenos días. Primera espera.

Me echo la mano a los ojos y me los froto despacio, asimilando que la noche ha acabado deprisa, apenas ha pasado a mi parecer un segundo desde que me fui a dormir anoche. El ruido de la ropa de cama trae más sonidos desde el pasillo, pequeños pasos que se acercan a ver si ya me he levantado, pues hay quien quiere salir. Salgo despacio, sin hacer ruido, y hago una señal a los perros que me miran impacientes, yendo de la puerta de la habitación a la de la calle. Me pongo un gorro, una sudadera, y salgo a la parcela mientras un tropel con patas sale corriendo hacia todas partes. Me quedo de pie en la antojana, y me coloco el gorro para que me tape las orejas mientras se me escapa un temblor por el frío. Dentro, he dejado enchufada la cafetera. Segunda espera.

La luz es preciosa hoy, tamizada entre nubes, y un lejano chubasco que se interpone entre el amanecer y yo. El hielo pegado a todas partes brilla con tintes anaranjados, cálidos, que nada parecen pegar con el frío que hace en esta mañana de enero. Pero aún es pronto para que ella se despierte, por muchas ganas que de ver su sonrisa esta mañana. Paso dejando a los perros jugando, ajenos al frío, y a estas horas, corriendo unos detrás de otros, saltando, amagando mordiscos que no llegarán a doler.

La cafetera está lista, y me preparo una taza, siempre con leche fría. Un sorbo, dos sorbos, mientras me apoyo en el quicio de la puerta de la habitación, en penumbra, donde apenas puedo ver nada tras entrar. Otro sorbo más, otro escalofrío. Recuerdo que no me he quitado el gorro aún, y lo dejo encima de la cómoda, junto a la taza y la sudadera. Despacio, me vuelvo a meter en la cama rodeándola con un brazo mientras beso su nuca. Ella se rebulle tranquilamente mientras murmura algo ininteligible. Suspira, y sigue durmiendo. Ya llegará el tiempo de besar sus labios y contemplar su sonrisa en un rato. Tercera espera.

La Espera, con mayúsculas, terminó hace unos meses. Cuando ella apareció.

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