De movilidad y caos ciudadano

Darinka Buendía
4 min readMar 15, 2016

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Tengo 29 años viviendo en mi D.F. (perdón, #CDMX) donde he aprendido a amarla y odiarla con todo mi ser. Es un sentimiento que solo los verdaderos chilangos sabemos identificar. Desde que me mudé a Monterrey por trabajo no dejo de pensar en todo lo que dejé (por el momento).

Sin duda, una de las problemáticas más difíciles aquí en el norte es el transporte público. Nunca he tenido carro propio, siempre he utilizado los medios que la cuidad de México me proporcionó. Ecobici, Metrobús, Metro, Pesero, Microbús, Taxi y ahora Uber. Demonios de asfalto que mueven a más de 7 millones de chilangos día con día. Con un estimado diario de 10 pesos me movía de punto A al B. Con 15 pesos más podía ir del B al C y de regreso al A.

Estación Metro Copilco, línea 2, la que más usé por 7 años consecutivos.

En D.F., oh bueno pues, Cd. de México, somos la cuidad más poblada del mundo. En 2010, el conteo del INEGI llegaba a 8,851 millones. En 6 años no dudo que esa cifra haya aumentado de manera exacerbada. Tenemos el segundo metro más usado del mundo, que toca los 4 puntos cardinales de la cuidad Tenochtitlan, donde más de 2800 personas trabajan de manera informal al día. Pelotas, discos, películas, agujas y mariposas para los aretes. Productos que te prometen no estar caducados, sopas de letras y Sudokus master. Hay cientos de performances por linea y abarcan la música, los monólogos, los circos y las necesidades del día al día.

En este universo complejo, te encuentras a mamás dedicadas enseñándoles a sus hijos sobre dicción, o bien a la que no lo es tanto y lo regaña por ser niño. Aquí, presencias romances prohibidos y amores de ensueño. Grandes historias legendarias y diversas que no crees estar viendo. En el metro, eres uno y somos todos.

Metro San Pedro de los Pinos, línea 7. La más cercana a mi casa en CDMX.

Cada vagón contiene caminos e historias que se tejen en mares de movimiento continúo. Nos lleva, lo odiamos, lo amamos, lo negamos. Pero al final, son las venas de la cuidad y estas fluyen sin parar. Ok, si para, pero solo de 12 a 5 am, todos los días.

No puedo no sentir nostalgia por ti, Chilangolandia querida. Tu me formaste y tus calles conjuran todas mis historias. Extraño todas tus configuraciones, pero particularmente a tu Metro. A sus personajes con sus contextos. Al que he guiado hasta el andén, a la que le cedí mi asiento o con los que me enojé por no dejarme entrar. A los oídos sordos que no me dan permiso, a los que se aventaron por ganarme el lugar. Eres la identidad que transpira ciudad y pululas historias que se recrean sin cesar.

Mural en Estación Tacubaya, transborde con Línea 1.

El caos de la movilidad en la cuidad es lo que está provocando una contingencia que no se había visto desde hace 14 años. El metro, aunque no es la solución mágica, si es una vía para acatar el problema. No me voy a clavar en la mala organización, o en las terribles condiciones en las que se encuentra, y menos me voy a poner a debatir si los 5 pesos son los justos por lo que obtenemos. (Aquí en Monterrey, el costo del microbús, es de 12 pesos, y el metro solo está situado en el centro de la cuidad).

Este post es para hablar de mi romanticismo y mi nostalgia por mi cuidad, no es para centralizar la atención en ningún tema en específico. Hoy lo extraño y es mi deseo hablar de él. Soy afortunada por descifrarlo y saberlo mío. Se necesita destreza para entenderle, mucha paciencia para conocerle.

Nos toleras y nos arrebatas la paciencia, nos dejas ser ridículos una vez al año, hasta en calzones y sin juzgarnos.

El metro en calzones, sí. Es real.

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Darinka Buendía

User Experience Researcher en CDMX. Escribiendo sobre mi trabajo pero quitándole lo formal. Vamos metiéndole a la vivencia personal.