El bebé de Schrödinger

Eneko Beraza
2 min readNov 14, 2016

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La luz fluorescente parpadea más rápido de lo que su ojo puede distinguir. Había leído en algún sitio cómo funcionaban y eso le hace pensar que, cada poco tiempo, la luz muere en toda la sala de espera. Se imagina a sí mismo durante esos nanosegundos, como un maniquí sentado en una silla de plástico rodeado de una oscuridad absoluta hasta que la luz vuelve a hacerse dueña de la habitación.

Es esa antihora en la que todo el mundo duerme. En el hospital, él está muy despierto porque a cuatro muros de distancia su mujer debe estar ya trayendo al mundo a su pequeño. Casi nueve meses de cariño y esperanza se concentran en ese momento como si de un embudo se tratase y se siente como un animal torpe pasando su cuerpo por la estrechez de su propio reloj de arena.

Maneja todas las posibilidades, hace malabares con futuros que jamás serán. Todo saldrá bien. ¿Y si sale mal? Sentirse eufórico y, cinco segundos más tarde, estúpido por sentirse eufórico.

Se abre una puerta y una enfermera pasea su mirada sobre él antes de asentir con la cabeza a un hombre que aguarda en otro asiento con dos mochilas llenas de ropa, que salta y sigue a la enfermera con ruido de zapatillas sobre el suelo de linóleo.

La luz parpadea. La mente vuela.

Tras la ventana, un pequeño jardín rodeado de muros que tienen tubos por venas. Pregunta al árbol que reina en su centro si sabe algo. Pero no hay un sonido en sus hojas ni una brisa que las mueva. Todo es silencio. No hay respuestas aún.

El tipo de las mochilas seguro que ya sabe lo suyo. ¿Y yo? ¿Y ella? ¿Y el enano? Quizá dentro la moneda ya haya dejado de girar y exista por fin una certeza. Pero no en esa sala que huele a miedo y desinfectante.

Piensa en ella cuando le enseñó el predictor con una sonrisa más amplia que ninguna que vio en su rostro jamás, en el olor a pintura en la habitación del pequeño, en sus manos sobre las de ella y las de ella sobre su vientre hinchado y hermoso.

Una enfermera detiene ahora su mirada en él. Él busca una respuesta y ella, sonriente, cierra los ojos asintiendo.

La brisa ahora mueve las hojas del árbol del jardín.

Por fin.

Este relato es parte de la iniciativa #RelatosEspera de Divagacionistas

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