No en nuestros nombres
Por Nicolás Cuello, para EMERGENTE
Fotos: Getty Images
En la madrugada del domingo 12 de junio, en el transcurso de una noche dedicada a celebrar la cultura latina en el boliche gay Pulse, ubicado en el corazón de la ciudad de Orlando (Florida), Omar Mateen, abría fuego en el medio de la pista de baile de manera sorpresiva y a mansalva. Hasta el momento se han confirmado un numero aproximado de 50 victimas fatales, y mas de 53 herid*s de distinta gravedad que continúan peleando por su vida.
Pocos minutos después de iniciado el tiroteo que enfrentó a Mateen con los trabajadores de seguridad del lugar, la policía local se hizo presente de forma inmediata irrumpiendo violentamente con un vehículo armado dentro del espacio para intentar intervenir en la situación. En el medio del caos que daría lugar a la tragedia, quienes lograban salir corriendo de las instalaciones hicieron circular por las redes sociales imágenes de una angustiosa comunidad de latin*s y afrodecendientes LGBT llamándose por teléfono, buscando refugio ante la conmoción del hecho e intentando rescatarse mutuamente de la continuidad del ataque.
Cuando la noticia ingresó en los medios masivos de comunicación el hecho de que Omar Mateen fuese un ciudadano americano hijo de afganos, estableció un vinculo directo y veloz, con los imaginarios latentes de la islamofobia americana. Un recurso, vale decir, asiduamente visitado para el reforzamiento del patriotismo en pleno despliegue electoral por parte de los sectores mas conservadores de la política norteamericana, en especial, por la campaña presidencial de Donald Trump.
Fue así como la totalidad de la cobertura de esta tragedia en Pulse se convirtió en una tecnología comunicativa dispuesta a multiplicar prejuicios racistas, a fomentar una intolerancia punitiva y a apropiarse de nuestro dolor dejando de lado la urgente necesidad de dar apoyo y contención social a l*s afectad*s por este ataque homofóbico y violento. De forma inmediata, los discursos mayoritarios se concentraron en representar y nombrar a Mateen como un terrorista, como un fanático religioso, reanimando aquel espíritu de criminalización del islam como sucedió post 11 de Septiembre aunque efectivamente él no figurara en los listados oficiales del FBI.
Esta aproximación al hecho despertó un inmediato repudio internacional y un llamado comunitario de solidaridad, no solo para defender la vida de l*s sobrevivientes, sino para dar y extender valor a la vida de la comunidad musulmana.
Porque efectivamente la sensación que nos regalaban estos discursos es que no importa cuánto nos duele que mueran personas lgbt. No importa cuan desmembradas quedan nuestras comunidades, nuestras redes de afinidad, nuestras familias, nuestras parejas. No importa si el bar era mayoritariamente vulnerable, porque era visitado en especial por latinos y afrodescendientes. No importa que el padre del asesino haya dicho que la religión no tenía que ver con que su hijo fuera violento o responsable de estos ataques . No importa que haya sucedido en un país en el cual comprar armas, rifles, explosivos, dinamita sea más fácil que ir al odontólogo. No importa que sea en un país que construye la idea de nación, la afirmación identitaria del yo y del nosotros por la circulación del miedo, del odio, de la ansiedad paranoica a lo distinto. No, no importa eso.
Lo que importa es que es esta una nueva masacre terrorista. Es que Omar Mateen, a pesar de ser americano, era descendiente una familia afgana. Lo que importa es que llevaba explosivos en el cuerpo, que era una persona llena de rabia. Lo que importa es que su rostro será la razón necesaria para insistir en que son las leyes antidiscriminatorias, la legislación punitivista, y la persecución de cualquier cultura no occidental, las únicas estrategias posibles para garantizarnos el sentimiento de protección. Lo que importa es el número de nuestros cuerpos pulverizados al ser expuestos al odio social sistemático e histórico de un capitalismo fóbico que nos destruye por el miedo a la diferencia que encarnan nuestros cuerpos, nuestras sexualidades. Lo que importan son las imágenes de nuestra sangre y nuestra tristeza al ver que la prolongación de nuestra existencia puede ser interrumpida, y lo es, en cualquier momento y de cualquier manera. Lo que importa es que las personas LGBT sirvamos alguna vez para algo, y en este caso, la cobertura de este lamentable hecho de violencia, refuerza el valor de lo narrado sólo para el sostenimiento de un sistema privado de encarcelamiento, de producción de trabajo forzoso/esclavo, de precarización de la clase trabajadora migrante, de regímenes racializados de organización de las fronteras y de sus guerras imperialistas de civilización e integracionismo económico cultural.
II
En el transcurso de Mayo hubo un episodio similar en un bar gay de Xalapa, en Veracruz, México. Allí nuevamente un sujeto armado irrumpe de manera sorpresiva en el boliche y dispara aleatoriamente entre los asistentes de la fiesta dejando un saldo de mas de 10 victimas fatales y un número grande de herid*s ¿Cómo es posible que no nos hayamos enterado de la misma forma, con la misma velocidad y preocupación? ¿Por qué no contó con la misma cobertura ni despertó la solidaridad de tant*s? Primero, podríamos pensar, porque la distribución colonial de la preocupación y de la importancia sobre la extensión vital de los cuerpos de las personas LGBT, produce valores y escuchas diferenciales marcadas por la dolorosa desigualdad que organiza los territorios. Pero incluso desde allí, también es importante identificar algunos aspectos: En Estados Unidos, el ataque en el bar Pulse es leído como un motivo de afirmación en las políticas islamofobicas, en la persecución racializada de las fronteras y de la paranoia estructural que sostiene la construcción de su nacionalidad americana. Los medios mexicanos, por su parte, sostuvieron un encuadre similar poco tiempo después de que el caso del bar Madame se hiciera conocido. Aquí, mediado por la implementación de las mismas estrategias de apropiación del dolor, de exposición de las victimas, y de invisibilizacion de la sistematicidad histórico política de opresiones sobre la comunidad lgbt, quedó afirmada en los medios de comunicación la necesidad urgente de reforzar la intervención militar en la zona próxima del atentado porque la “batalla contra el narcotráfico” era la solución efectiva para dar por tierra con este tipo de incidentes.
Las mismas fuerzas armadas que dicen protegernos, que dicen alejarnos de la amenaza que suponen los cuerpos negros, las gorritas, el islamismo, y el narcotráfico, esas mismas fuerzas armadas que prometen tranquilidad, circulación y consumo a las personas LGBT, actualmente están recibiendo la aprobación sin cuestionamiento alguno por parte de la sociedad. Están siendo fotografiados como héroes, como salvadores porque hicieron justicia disparandole al asesino del bar Pulse, e ingresando de manera violenta en los barrios populares mexicanos persiguiendo a los asesinos del bar Madame. Son las mismas fuerzas armadas que sistemáticamente, desde hace incontable cantidad de años, hostigan a las travestis y a las mujeres trans de La Plata, adjudicándoles la responsabilidad absoluta por los delitos que suceden en la zona roja en torno a la venta de cocaína. Son quienes las desnudan en la calle, realizándoles requisas violentas vulnerando todo tipo de derecho humano y trato digno, justificando su accionar persecutorio y racista por jueces como Juan José Ruiz y el fiscal Martin Chiorazzi, que hace menos de dos semanas condenaron a Claudia Cordova, una compañera trans migrante, a 5 años de prisión, justificando que ser peruana era agravante. Y que son los mismo que darán sentencia a un colectivo de 15 compañeras trans y travestis en los meses que vienen, tememos, por la misma justificación.
III
Lo cierto es que en este contexto donde avanzan agresivamente estas nuevas formaciones recrudecidas del conservadurismo neoliberal existen cientos de activistas lgbt en distintas ciudades del mundo que reaccionan de manera organizada para intervenir en este show humanitario hipócrita en el cual se especula con la vulnerabilidad histórica, con la opresión sistemática de nuestras comunidades para sentar una clara posición política contra el uso nacionalista de nuestro dolor y nuestras perdidas.
Las estrategias consisten en denunciar críticamente estas políticas como “pinkwashing”, es decir, como formas de lavado o instrumentalización de las necesidades, de los derechos, de las condiciones de vida de las personas lgbt para enmascarar una serie de políticas de corte imperialista que por lo general se sirven del responsabilizacion criminalizante grupos culturales no occidentales, para excusar, promover o justificar el accionar de la violencia capitalista. Estas formas de denuncia intentan torcer la atomización de nuestras resistencias para entender que el hostigamiento sobre nuestras comunidades, sobre nuestros cuerpos es una responsabilidad que no responde a la irracionalidad aislada de un solo sujeto sino que es el producto de una historia de precariedad y violencia en donde las instituciones capitalistas como la escuela, las prisiones, las fronteras y las fuerzas armadas tienen un rol protagónico en la promulgación del odio contra todo lo que desobedezca el llamado productivo de la blanca organización cis-heteropatriarcal.
Un claro ejemplo de esto, son las denuncias y los escraches contra los mensajes públicos de políticos republicanos de extrema derecha que se pronunciaron rápidamente contra los “atentados terroristas” en Pulse, intentando usufructuar la empatía social a favor de su campaña electoral, pero invisibilizando que las personas asesinadas eran gays, lesbianas, trans y en su mayoría latin*s. Además, pasando por alto su propia responsabilidad en la extensión de la intolerancia, al participar del diseño y la implementación reciente de legislaciones transfobicas como las multas aplicadas para el uso de baños públicos.
Como no podía ser de otra manera, al igual que los republicanos de su tan anhelado páramo del norte, aquí la maquinaria neoliberal del vaciamiento político y de la instrumentalización de la diferencia encarnada en Pedro Robledo y en numerosos funcionarios públicos del macrismo nos borraban insistentemente el rostro, enmudeciendo de forma cómplice y hasta prolongando los silencios que intentan ocultar una pedagogía de la crueldad que nos dispone como un blanco fácil y que denunciamos, objetando que l*s afectad*s no eran las personas lgbt, específicamente, sino la sociedad entera por la amenaza de la violencia.
IV
Así amanecía el mundo ayer: leyendo con la mirada absorta un nuevo episodio de violencia desmesurada e injustificada sobre nosotr*s, donde el lenguaje del odio hacia nuestras formas de vida, la intolerancia sobre los modos en los que construimos nuestros cuerpos desobedientemente, intenta instalar con fuerza la vulnerabilidad como destino para tod*s aquell*s placeres que desafían la normatividad de este sistema capitalista blanco cis y heterosexual.
Pero del mismo modo, a escala global y de forma interseccional las comunidades lgbt y nuestr*s aliad*s, sostenemos un llamado ígneo y sensible para resistir el lugar que se nos asigna como cuerpos-desechos en una cadena de sentido en donde sólo cobramos valor para la reproducción del capitalismo a través de nuestro dolor. Y hoy, insistimos a pesar del cansancio que arrastramos de tantas generaciones diezmadas por la violencia que no cesa, para convocarnos en un abrazo que llore la vida de nuestros herman*s que siguen siendo asesinad*s por este sistema, pero también para celebrar con rabia y defender mas que nunca, junt*s en la calle, la vida que nos merecemos vivir.