La oscuridad se adueñó del Hospital Psiquiátrico de Caracas
Los excrementos e insectos se dejan ver dentro de las habitaciones, baños y patios en la enorme estructura blanca que se cuela en la cima del Barrio Manicomio, en la capital, lugar que permanece sin electricidad desde hace 20 meses
Por: Jackelin Díaz y Reinaldo Oliveros | @JackelinDz y @_reioliveros
A medida que va cayendo la tarde sobre Lídice, uno de los sectores populares de la capital, las luces del barrio comienzan a encenderse pero en la calle manicomio un edificio de más de 80 años se mantiene en penumbras: el Hospital Psiquiátrico de Caracas.
Desde una garita una persona custodia, sin ningún tipo de instrumento para defenderse, la entrada del lugar. Al ingresar lo primero que se observa es el estacionamiento y el acceso para los pacientes que llegan de emergencia, zona que se encuentra parcialmente cerrada debido a que no hay electricidad, ni insumos.
La entrada está en penumbra, el recinto permanece sin electricidad desde hace 20 meses. En ella se visualiza una pizarra con nombres recién borrados, ese es el único registro escrito que hace constar la existencia de los pacientes en el recinto. También hay un número 4 apuntado, esa es la cantidad de camas disponibles en el área de emergencia.
El Hospital Psiquiátrico de Caracas se fundó en 1938. Fue reconocido como uno de los mejores centros hospitalarios del país, espacio en el que también se formaban psicólogos y psiquiatras. El centro contaba con un área de asistencia, consulta externa, servicio de emergencia y observación, servicio de hospitalización de adultos, unidad de atención al fármaco dependiente, servicio de psicología, psiquiatría y de recuperación del alcoholismo.
En la actualidad, la realidad dista mucho de los “buenos tiempos” del hospital. Los enfermeros llegan aproximadamente a las 6:30 pm para hacer la guardia nocturna, se colocan el “uniforme” que ellos deben costear debido a que las autoridades del centro no lo proveen desde hace años. Las cerraduras de las puertas de las habitaciones están remendadas porque han sido violentadas, por lo que los trabajadores han optado por utilizar candados.
En unas hojas blancas transcritas a mano las enfermeras de guardia describen, tras cada chequeo, casi siempre la misma situación: No hay productos para la limpieza, ni alcohol para curar una herida. Tampoco existen las tiras de seguridad en caso de que un paciente presente un cuadro psicótico. Las enfermeras se reinventan y utilizan retazos de telas de jean para controlar a los pacientes durante las crisis.
Sin sedación, las enfermeras solo pueden limitar la movilidad de los pacientes y colocarlos en celdas de aislamiento para que no se hagan daño. Esto le ocurrió a Raúl Martínez cuando tuvo un episodio psicótico: una enfermera lo ató a una camilla.
Las medicinas escasean del antiguo sanatorio mental. La lluvia se cuela por las ventanas, abiertas de par en par en habitaciones y despachos. No hay nadie más, solo las enfermeras que intentan salvar el hospital, el último psiquiátrico que todavía presta servicio en el país.
La falta de personal es otra de las adversidades que enfrenta este centro de salud. El turno de la noche debería contar, por lo menos, con 10 o 12 trabajadores por servicio, pero actualmente solo hay 2 o 3 personas porque todos los demás solicitaron sus vacaciones o tienen dificultades económicas para llegar al lugar.
En el pasillo se escucha el constante sonido de agua goteando, ruido que proviene del baño debido a que las llaves de paso de los lavamanos están deterioradas y no funcionan. Solo un bombillo genera la luz para ese espacio donde algunos pacientes caminan y otros optan por acostarse en las sillas de espera hechas de metal.
Para llegar al Ala 2 los enfermeros y trabajadores deben caminar por un pasillo, totalmente a oscuras y deben dar cada paso con cautela para evitar caerse. En esta área del hospital se encuentra la sala de “descanso” de los trabajadores, en la que los cuartos no tienen bombillos y ni siquiera poseen una cama para reposar. En este sector se encuentran varias pacientes, están en una zona encerrada donde suelen sentarse a tomar sol, y esperar la noche. Ellas denuncian la poca comida que ingieren y le piden a las autoridades que actúen para resolver esta problemática.
Una enfermera explica que algunos pacientes, ante la carencia de antibióticos, tienen heridas infectadas con gusanos. La situación se origina debido a la falta de mantenimiento de las instalaciones por el abandono de la directiva del hospital. Sin embargo, enfermeras costean el gasto para adquirir alcohol y ayudar a pacientes que, en su mayoría, se encuentran abandonados por sus familiares.
Ala del Terror
El Ala 1 es la más alejada de la entrada del psiquiátrico, y es la que se encuentra en peor estado, allí los insectos surcan las paredes a modo de bienvenida. En la puerta está escrito con marcador: “no hay agua y no hay luz”.
“Las cucarachas andan por las camas y los zancudos nos invaden. Aquí no se fumiga desde hace años. A ellos no les interesa si nos caminan por encima chiripas o cucarachas”, expresó Johana Hernández, enfermera del sanatorio. Al instante, manifestó que no hay personal de seguridad, así que utilizan cadenas con candados para poder resguardarse.
Cuando cae la noche, la oscuridad se convierte en protagonista. No hay luz en ninguno de los cuartos, a la izquierda de la sala solo se vislumbra un escritorio y bote de basura que está colocado para recoger el agua que se filtra por las goteras del techo. A la derecha de este sector hay un gran cuarto donde están sillas de ruedas dañadas y algunos lockers que tienen varios años sin uso. Además hay un baño en el que los insectos merodean de un lado al otro e inclusive hay prendas de vestir de algunos pacientes llenas de sangre u orine.
Los enfermeros han solicitado en varias ocasiones prendas de ropa para los pacientes puesto que una vez llenas de sangre u otras sustancias, ya no se pueden lavar y no vuelven a ser utilizadas.
En el fondo del ala 1 está el área para los pacientes psicóticos, solo hay dos que se acercan a las rejas que los separa cuando escuchan algún sonido o la voz del enfermero de guardia. Uno de ellos está en ropa interior porque tiene una herida infectada en la espalda cubierta con una gasa, lleva una revista religiosa en la mano y dice constantemente que la tiene para buscar la verdad de Dios. El otro paciente habla de manera elocuente y relata que alguna vez fue periodista y trabajó para un medio de comunicación, pero una tarde fue golpeado cuando se encontraba en Plaza Venezuela.
Las paredes están rayadas con palabras y oraciones sin sentido, no tienen camas de metal porque pueden causarse daño con ellas, por lo que tienen colchones con sábanas, es allí donde duermen. Esta sala no tiene ningún baño en funcionamiento, es por ello que algunos realizan sus necesidades en el piso y otros escriben en las paredes con parte de sus excrementos.
Ya no queda nada en el Lídice: ni medicinas, ni papel higiénico, ni productos de limpieza. La situación también se refleja en la cocina del hospital, donde las ratas merodean sin descanso en las encimeras que en algún momento tenían comida. Son los únicos visitantes que transitan esa zona, solo una licenciada es la que, por dedicación, anuncia al personal de enfermería que se había acabado el último paquete de pasta para los pacientes.
“Los pacientes no tienen a nadie que responda por ellos. Están completamente abandonados. No reciben comida, y las pocas personas que vienen de visita traen un plato de comida muy reducido ante la escasez de alimentos. La cocina está en la misma situación del hospital, hoy nos avisaron que se había acabado con la comida. Solo espero que Dios nos pueda ayudar”, dijo Hernández.
Hay más de 4 pacientes tumbados o sentados en los pasillos del Ala 1, y cada día son menos. Antes solo los pobres venían a los hospitales públicos, hoy los pacientes pertenecen a todas las clases sociales. Muchos enfermos se pasan horas recorriendo cada esquina de los pasillos esperando a que alguien los venga a visitar.
Los enfermeros ponen en riesgo su vida por la estabilidad de los pacientes. Los baños se encuentran inutilizables, lo poco que quedó se deterioró con el tiempo. Por ello, el personal debe sortear los pasillos arropados por la penumbra para trasladar a los pacientes a una sala aledaña donde pueden realizar su aseo personal. Es un recorrido de 5 minutos, pero para Hernández puede llegar a ser eterno por el riesgo de ser víctima de una agresión.
Finaliza la noche e inicia otro día lleno de incertidumbre ante la falta de alimentos e insumos, una nueva jornada que podría ser la última operativa del centro psiquiátrico luego de más de 100 años de servicio. La solidaridad, mediante las donaciones que reciben, parece ser la única opción para mantener activo el lugar que fue una referencia en el país y que hoy es el reflejo de la crisis que atraviesan los centros de salud en Venezuela.