No molestes

Jorge Matías
4 min readFeb 21, 2016

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Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que activistas de diversas causas sociales están alcanzando el poder político, y tiempos en los que los mismos activistas que alcanzan poder político, abrazan lo políticamente correcto y adquieren la actitud de un adolescente onanista ante su confesor espiritual. Este cambio al alcanzar el poder ya lo hicieron otros, por lo que no parece haber cambio más allá de la cosmética, que es el cambio que no hiere, que no cambia, que no mancha y que deja las cosas en su sitio y otorga a quien debe otorgar.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, asegura que la poetisa Dolors Miquel, que recitó lo que, en los medios de la derecha española, que vienen a ser casi todos, se ha tachado de “Padrenuestro blasfemo”, no era blasfemo y no pretendía ofender a nadie.

Rita Maestre, concejala del Ayuntamiento de Madrid, asegura que no pretendía ofender cuando decidió “asaltar” la capilla católica que incomprensiblemente hay en la Universidad Complutense de Madrid. Además, pidió perdón al Arzobispo por ello, convirtiendo así a activistas como Rosa Parks en señoras terriblemente maleducadas.

La dictadura de lo políticamente correcto en la que vivimos tiene estas cosas. La izquierda (ejem) que saca pecho como activista, quiere ir por ahí, cuando llega la hora de la verdad, sin ofender, sin molestar, sin resultar esa china en el zapato de las buenas conciencias. Esto es al activismo lo que la homeopatía es a la medicina. El problema es que la homeopatía no funciona. Uno no puede ir por ahí sin molestar si pretende cambiar cosas. Todo, absolutamente todo lo que hacemos o decimos, puede resultar ofensivo a alguien. Desde el mismo momento en el que la izquierda cae en el relativismo más bobo, en el que todas las ideas tienen la misma validez y todo credo merece respeto, ya no puede defender sus ideas. Esto es así, pues las ideas de uno valen lo mismo que las del otro, por tanto es inútil y estúpido defender tu postura. Todo tiene el mismo valor.

El caso es que tanto el asalto a la capilla como el poema catalán son actos que ofenden a los creyentes. Y sí, son blasfemos, por supuesto. Y la blasfemia es algo que toda religión que se precie intenta limitar o eliminar. Nosotros en España tenemos un artículo en el Código Penal al respecto, situándonos en la vanguardia de otros grandes países avanzados en la lucha por el laicismo como Pakistán.

La blasfemia, la burla y la crítica hacia la religión son necesarias. Y no importa si son ofensivas, se ataque a un creyente concreto o no. Para señalar los privilegios y leyes favorables a las creencias religiosas, podemos saltarnos alguna valla. Está en juego la libertad de expresión, y una de las peores cosas que le pueden pasar a la libertad de expresión es la autocensura, que de esto es de lo que estamos hablando. La dictadura de lo políticamente correcto y el relativismo nos lleva a la autocensura y a reducir el impacto de nuestros actos y reivindicaciones hasta hacerlos inútiles. Llevados por esta estupidez puedes, qué se yo, tapar las estatuas de cuerpos desnudos para no ofender a un gilipollas al que puede ofender que se muestre lo que su presunto dios creó. Sólo hay una manera de no molestar, de no ofender, y es no hacer ni decir nada, lo que finalmente lleva a hacer cosas que contradicen tus ideas sin reflexionar en ello.

Pero esto no afecta únicamente al laicismo. La misma alcaldesa de Barcelona ha demostrado recientemente que ni comprende ni parece compartir las reivindicaciones laborales en lo tocante al derecho a huelga. Su ridícula aseveración sobre que no te puedes sentar a negociar con los huelguistas mientras se mantiene la huelga es fruto de todo lo citado más arriba. No contenta con eso, opta por comportarse en este asunto como Esperanza Aguirre. Queremos huelgas que no molesten, manifestaciones que no molesten, actos culturales que no sean ofensivos, tuits inanes, exposiciones de coños sin coños, límites al sentido del humor, política sin política, ni izquierdas ni derechas, ni tú tienes razón ni yo la tengo. Esto es la muerte de la libertad de expresión y del pensamiento.

Hoy, Holbach no tendría los problemas que tuvo en 1770 para poner en circulación su Sistema de la naturaleza, pero tendría otros no menos peligrosos: el fomento del relativismo y la imposibilidad de expresar sus ideas por la presión social debidamente guiada en las sombras por los mismos poderes que se opusieron a ellas. Hoy, el punk no podría nacer y los Monty Python no podrían estrenar Life of Brian. Frank Zappa no podría haber soltado su memorable declaración en el Congreso de Estados Unidos en 1985 a favor de la libertad de expresión y contra la censura y autocensura en la música, no digamos ya tener cuenta en Twitter. La huelga de La Canadiense no habría tenido lugar por ser muy molesta, y los negros no se podrían sentar en el autobús donde les saliera de la entrepierna. Para cambiar las cosas, no basta con buenas palabras.

No podemos controlar lo que le resulta ofensivo a otros, y esos otros deben entender que la ofensa sólo está en sus ojos. Las huelgas deben resultar molestas y deben ser contundentes, y nuestras estatuas pueden enseñar las tetas y si alguien se ofende, que se arranque los ojos. La ofensa no es un problema, y molestar es necesario.

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