Arcadia

Emberdá
2 min readMay 19, 2021

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Si hay un mito que en las mentes más púberes de nuestro país ha arraigado con fuerza es, a mi humilde parecer, el de Arcadia. Su imagen es la del lugar repleto de animalitos cantarines, tupidos prados, arcoiris de flores y veneros cristalinos capaces de saciar no sólo las gargantas, también las lastimadas almas de sus avatares. Allí la brisa se desplaza con la intensidad de la caricia y arrastra notas musicales que embelesan los oídos y apaciguan las mentes. No hay miseria, ni llanto, ni guerra; no cabe la angustia, por superflua; no hay espacio para lo feo, por prosaico. La Arcadia feliz, el Edén.

La abundancia de Venezuela, la concordia de la Rusia comunista, la tolerancia de Palestina, la prosperidad cubana o la estabilidad de la España republicana: todos ellos son lugares que, salientes del mismo crisol incasdencente, conforman la imagen idílica del lugar al que aspirar para muchos de nuestros conciudadanos. El ideal que guía a la Humanidad. La otra mitad, el otro bando, teníamos como referencia bucólica la imagen de la Españita feliz. Nuestra Arcadia anida hoy en el recuerdo y en el corazón. Son las postales de un país que fue maravilloso en su mágica ideosincrasia, mezcla de inocencia, descaro y humildad. Creo que en la figura del torero toma forma nuestro ser: de puertas para afuera, arte, bravura y brillo; hacia dentro, recogimiento, espíritu y silencio.

Hay que estar muerto por dentro para no emocionarse con eso, pero.

Estos días estamos viviendo el asalto a nuestras fronteras de forma sistemática por emigrantes provenientes de África. Asistimos, en directo, a un momento histórico: los estertores de un país que ya fue y que, por voluntad de la mayoría de su pueblo, no será más. Hay quienes se resisten y luchan, pero estamos más cerca del colapso que de la concordia, como nuestra, cada vez menos veladamente, la izquierda en su discurso: hace unas horas nuestro presidente reivindicaba la ominosa figura de Largo Caballero.

La mitología, en fin, es sólo invención. Servía, entre otras cosas, para soñar con metas, para elevarnos, pero aquí se han corrompido esos propósitos y se han deformado en muecas irónicas. Luego que si no “son tierras para el águila”.

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