Cómo deshacerte de tu coherencia, amistades y ética y cagarte en tu propio legado

Alejandro Fernandes Riera
10 min readJun 11, 2022

Desde el año 2013 y hasta 2019 que me vine a vivir a España, trabajé como jefe de prensa y productor de uno de los programas radiales de una fundación cultural, la Fundación Nuevas Bandas, encargada de organizar un festival de música muy conocido en el mundillo alternativo de mi país. Fueron buenos años donde no dejamos de tener ni una edición del Festival pese a las protestas y la cruda situación económica.

Cientos de entrevistas, ruedas de prensa, conciertos, charlas, una beca para los talleres de la Fundación, muchas fiestas y demás figuran en mi recuerdo y en mi currículum con orgullo, pero si bien he estado periféricamente implicado en algunas cosas desde 2019 hasta este momento, como en un disco recién publicado, quisiera que se me excluya de una narrativa muy específica desde antes de que siquiera comience, porque veo venir una oleada de críticas tal y como le llovió a Desorden Público tras su infame gira como banda oficial del Drácula de Puerto Cabello, tras años de vivir de la renta de que quisieran que los políticos fueran paralíticos y que si van a seguir robando cambien los ladrones y demás.

Todo comienza con la sorpresiva salida de Max Manzano como director y productor general del festival. Es válido no querer seguir trabajando con alguien: Cristiano y Zizou (x3) se fueron del Madrid, Messi del Barcelona y así un largo etcétera. Las dinámicas laborales son como las relaciones sentimentales en el sentido de que tiene que ser mutuo y sentirse bien. Pero si hay que terminar, siempre las cosas se pueden hacer mucho mejor, no apartando a alguien arbitrariamente por ser “una alcabala” ante las nuevas vías, filosofías y alianzas que estaban por venir. En el caso de Max, me consta que es un activista que fue fiel y leal a la causa de la fundación durante 16 años y que solo vivía para la evolución de un festival con todo lo que requiere en estos tiempos, merecía un cierre de ciclos diferente. Todo esto ha conllevado al apartamiento de todo un equipo que ha formado parte del ala operativa y creativa de estos últimos convulsos años, y que está preparando su dimisión mientras leen estas líneas, si es que no lo hicieron ya.

En medio de la pandemia y por la crisis migratoria que nos apartó a muchos de los que trabajábamos en el Festival, hubo acercamiento de parte de sectores “culturales” del chavismo, entiéndase, organizadores, managers y propietarios de locales con clara tendencia chavista, que tomaron esos espacios que dejamos Max y otros tantos como yo. Es cierto, nadie es imprescindible, pero no hubiese estado de más valorar esos años de trabajo de alguien que, en parte, se quedó en el país porque creía en el proyecto.

Pero, volviendo al punto, bajo la excusa buensalvajista de “hay que unir al país”, tenemos un panorama donde gente relacionada al chavismo forma parte del nuevo equipo de trabajo del Festival, que abrió inscripciones hace poco para su próxima edición. Es cierto, en un país normal no sería problema que contrarios ideológicos trabajen juntos en algo que no tiene que ver con política (de hecho, lo hacen también en cosas que sí tienen que ver), pero en un país con el poder secuestrado como el nuestro, y habiendo visto la barbarie con la que ha operado la dictadura desde 1999, uno esperaría que la coherencia, el sentido común, o al menos la amistad, primara sobre las demás cosas. Los países se construyen con todos, excepto cuando los otros quieren acabar con tu verdad. Y ponernos a estas alturas con que todo el mundo fue chavista es negar la importancia de que lo sigan siendo hoy mismo.

Quiero hacer un pequeño inciso para decir que durante mi gestión, cualquier cosa que leyeron en Panfleto Negro alguna vez, de que si el presidente tenía un apartamento en España, de que si le pasaban cheques para que ganara tal o cual banda, o cualquier teoría de conspiración, es completamente falsa. De hecho, hubo una banda de la región central del país ofreció una gran suma de dinero para tocar en una edición del festival -una que nos hubiera ayudado a que el evento saliera aún mejor- y me consta que se rechazó esta propuesta por no alinearse con la ética y las buenas costumbres. Desconozco las condiciones del acuerdo actual, pero creo que trasciende más allá de lo pecuniario sino que atañe a lo ético y a lo moral: eso no fue lo que se me enseñó en casa.

Así las cosas, y con los Circuitos por ciudades en camino con una curaduría dudosa y que contradice a la política de ediciones anteriores (en dos platos: Bandas que repiten en los circuitos tras tocar en el festival), la Fundación se ha asociado con otros grupos como el Festival Otro Beethoven* (a quienes durante mi gestión se invitó a una charla en la librería Lugar Común, algo con lo que manifesté mi molestia, con Max Manzano como testigo), financiado por un gobernador del partido de la dictadura en el estado Aragua, para llevar a cabo la edición 2022 del festival. No sé en qué términos a nivel monetario, pero a nivel moral ya me parece bastante cuestionable y no deseo ser asociado a eso, pues, la gente que me conoce, poca o mucha, sabe que yo trabajé en esta fundación por varios años y conoce mi férrea e intransigente posición con respecto al chavismo, sus acólitos, sus viudas y sus trasnochados.

Esto, con el corazón en la mano, me parece una completa traición a lo que el Festival alguna vez fue y lo que representa: No solo una vitrina de lo mejor que está pasando a nivel musical en el país, sino una forma de resistencia en plena dictadura, contra la dictadura.

Y no solamente lo digo yo, ni su presidente en cada rueda de prensa y evento, sino que lo dicen alianzas como las que la Fundación ha tenido con entes como A Mi Tía Internacional*, con quienes tuvimos una actividad de tolerancia a la comunidad LGBTI+, que ahora parece pisoteada por esta alianza con gente ligada a un régimen que no les respeta, ni les reconoce, ni procura sus derechos. A eso es lo que me refiero con lo peligroso de hacer negocios con una parte a la que no le importas, como se lo trasladé tantas veces al presidente de la fundación, y como queda patente cuando este tipo de incongruencias inundan tu cuerpo de trabajo. Apoyar a un colectivo vulnerable y que necesita el apoyo mientras trabajas con gente fanática de un dictador y un gabinete que se dedicó a exudar homofobia (y misoginia) contra su oposición y contra sus ciudadanos por años, y que se llena la boca de ser diverso cuando no ha aprobado ni una ley sobre matrimonio civil igualitario o reconocimiento de personas trans, se siente un poco como esas ONG ambientalistas financiadas por empresas petroleras.

Si bien es cierto que, técnicamente, la Fundación ha recibido ayuda (nunca monetariamente) por parte de la Alcaldía naranja de un municipio caraqueño, claramente -al menos en ese momento- había una gran diferencia entre trabajar con este municipio, ligado a la oposición, y trabajar con el chavismo vampírico. Y con chavismo vampírico no solo me refiero al Drácula de Puerto Cabello, sino a ese sector que se disfraza de difusor de la cultura (Arrodillados de Bandas Rebeldes* -no les conseguí un mejor chiste porque su nombre real es bastante hilarante de por sí-, Festival Otro Beethoven*, Tiuna El Débil*, cierta productora que era de los ministros de cultura que hacían los eventos en la Plaza Diego Ibarra y hoy siguen haciendo conciertos en el CCCT, la payasada del Pablo Gil Manrique* y su Misión Corazón Ratero* y otro largo etcétera) para clavarle los colmillos a cualquier dinero oficial (y el no tan oficial), su mayor fetiche.

No digo con esto que el presidente se esté lucrando con el dinero de las arcas del estado, porque no me consta (ni lo contrario), sino hablo directamente de lo moral y ético, y creo que deja patente por qué hace tanto ruido este cambio de dirección.

Curiosamente, algunos de estos personajes involucrados con estos entes o grupúsculos, llegaron a amenazar con cárcel o muerte al presidente de la Fundación, algo que me consta porque lo vi y escuché en persona, y también lo he visto en sus redes sociales que, confieso, reviso cada cierto tanto cuando la dopamina está baja.

Claramente, viendo las diferencias entre ambas cosas, debo puntualizar que durante nuestra gestión, la Fundación se valió de alianzas y la -poca- inversión de la empresa privada para, literalmente, “juntar un medio pa completar un rial” y poder celebrar, a casa llena, como se hizo en todos los eventos donde intervine, el Festival de rock más longevo de América Latina. El poco dinero que yo recibí (incluso, por bastante tiempo tuve que hacer las cosas “de gratis” con todo el amor del mundo, porque no se tomaba en cuenta la importancia de la jefatura de prensa en la difusión de los eventos, que siempre se celebraban a sala llena), fue dinero que, me consta, vino de la inversión de marcas de cerveza o cigarrillos, alianzas con ONG u organismos como el Council de los Británicos*, mientras que la contribución oficial (entiéndase, la Alcaldía naranja que todos sabemos cuál es) era simplemente prestar recintos a un Festival que es patrimonio de su municipio.

Como trabajador y como persona, yo puedo tolerar muchísimas cosas, pero me tomé la molestia de escribir todas estas palabras porque me parece importante desmarcarme de cualquier narrativa que surja de estas nuevas alianzas de la Fundación con sectores del chavismo, cuyo nivel de conexión llega hasta a tener fotos con criminales perseguidos internacionalmente o hacer eventos para defender a personajes como Evo Morales o para protestar en contra de quién sabe qué cosa se le ocurrió hacer a su contrario político.

Hablando por mí, me es necesario recalcar que, profesionalmente, siempre me he distanciado de dinero mal habido, de trabajar con trasnochados que siguen pegados al legado del comandante, y de cualquier borrego disfrazado de gestor cultural que guisó plata de alguna forma, y por eso me parece fundamental alzar la voz. Porque me consta, a unos cuantos kilómetros de distancia, que hay personas estrechamente ligadas al gobierno trabajando en o al menos con la Fundación y que mi legado allí, mucho o poco, y mi integridad como persona y trabajador, no pueden ser mancillados o puestos en tela de juicio por los desastres de la gestión actual, esté esta o no cobrando dinero mal habido o sencillamente aliándose por coincidencias ideológicas a alguien con los mismos objetivos a nivel cultural.

Cualquier delirio de juntar a un país que no quiere ser juntado, de unir a la empresa privada y al chavismo (?) como forma de resistencia, o de claudicar espacios donde el mensaje siempre fue de resistencia a lo que sus nuevos aliados apoyan, por cualquier razón que sea, no se alinea ni a mi forma de trabajar, ni a lo que yo vi y comí en esa casa por esos seis años que estuve en Venezuela y los tres que llevo fuera.

A la opinión pública, si es que le interesa lo que mis compañeros y yo tenemos que decir, que se sepa que todos los organizadores y trabajadores de este festival hasta el año 2019 no formamos parte de esta nueva etapa de la Fundación, que queremos que nuestro nombre no sea asociado a dinero mal habido, guisos o taras ideológicas como el chavismo, y que esperamos que la megalomanía y la terquedad, o lo que sea que pase por la psique del presidente que selló estas alianzas, no lo dejen aún más solo, porque un paso atrás para decir “me equivoqué”, lamentablemente, no lo tomará nunca y me temo que cualquier respuesta a estas palabras, si es que la hay, que seguramente no, será una bravuconada carcamánica más que otra cosa.

Con la conciencia limpia, y sin ánimos de acusar a nadie de apropiarse de dinero mal o bien habido, sino queriendo manifestar mi decepción y dolor sobre algo tan importante para mí a nivel laboral, que me apoyó de distintas formas, y que me permitió convertirme en el tipo de persona que soy hoy, debo decir que agradezco de todo corazón haber trabajado con la Fundación, que le tengo mucho cariño a todas las personas con las que trabajé allí (excepto a uno con graves problemas de pedofilia y abuso sexual que la Fundación decidió apartar y romper cualquier relación, incluso en retroactivo, luego de yo comentar lo que había pasado conmigo y otras personas) y que esto claramente no es un problema personal ni mucho menos: Es una gran decepción para con una institución en la que yo creí y que me enseñó una forma de hacer las cosas que aplico aún hoy.

Que todos tenemos derecho a tener una posición política, lo defiendo hasta con los peores. Que a mí me parezca equivocada, es algo subjetivo. Pero que sea una que arruinó de distintas formas mi vida y la de mis conciudadanos y que se pretenda blanquear a priori, no lo voy a permitir. O al menos no voy a dejar de dar guerra, así se quemen todos los puentes que se tengan que quemar en mi vida, porque sé que hay otros que resisten cualquier cosa y son los que valen la pena. Mi integridad va primero. Y en eso no aplican múltiples lecturas ni jarabes de lengua dialécticos ni menosprecios intelectuales por ser joven.

No me queda más que agradecer a todas las personas con las que compartí en estos años: desde mis compañeros de la radio (que, por cierto, la decisión de terminar con los programas de la Fundación no fue tomada en lo absoluto por la estación que los emitía), a mis compañeros de la fundación, bandas involucradas, medios que nos ayudaron con la difusión y un largo etcétera que no voy a nombrar por falta de espacio pero no de memoria. Pongo fin así a mi ciclo con la Fundación y deseo suerte y memoria a quien corresponda.

Abrazos.

-Alejandro Fernandes Riera

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