Francisco Di Risio
9 min readMay 20, 2016

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Monografía : El inmortal de Borges, análisis textual.

En el cuento “El inmortal” de Jorge Luis Borges, convergen, además de una historia épica fascinante sobre un viaje en busca de la inmortalidad y posteriormente uno para cancelar la misma, un postulado filosófico, que oculto en la estructura de Abismo en la que esta narrada la historia, insinúa el panteísmo y redefine el concepto de eternidad. El cuento comienza con un narrador implícito, que bien podría ser el mismo Borges, o tal vez el anticuario, Joseph Carthapilus. Este hace entrega de seis volúmenes en cuarto menor (1715- 1720), de la Ilíada de Pope, a la princesa Lucigne. En el último de los volúmenes entregados por Carthapilus, cuenta el narrador, se encontraba un manuscrito, donde se desarrolla la parte principal del cuento, la historia de un tribuno militar al que un jinete en vísperas de su muerte le confiesa la existencia de un rio secreto, Este convierte a cualquier hombre que lo beba en inmortal. A lo largo de la próxima explicación trataremos de exponer aquellas insinuaciones a las que refiero y denotar el carácter fantástico de la historia, los recursos y matices con las que el autor genera una constante atmosfera de confusión temporal.

El relato comienza, como ya he mencionado, con la entrega de seis volúmenes de la Ilíada de Pope a la princesa Lucigne. El dueño de tales volúmenes es Joseph Carthapilus, oriundo de Esmirna, de donde proviene también Homero, Autor de la Ilíada (posteriormente traducida por el poeta británico Pope). Joseph, nace en Esmirna y muere en el mar tratando de volver allí, lo que parece ser un indicio de lo que posteriormente el relato vuelve a sugerir una y otra vez, dado que en la estructura filosófica del cuento, la originalidad, la autoría son meras construcciones simbólicas de los mortales. Como expone el texto, toda novedad no es más que un recuerdo.

En el principio del relato donde nos cuentan sobre el anticuario también se mencionan otras características particulares, como su apariencia: “un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos”. Y también su forma de hablar: “Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática del español de Salónica y de portugués de Macao”.

La atmosfera confusa con respecto al tiempo, los hechos y los nombres comienza desde la primera frase del manuscrito, que según el narrador del primer párrafo está redactado en ingles y abunda en latinismos, dando conciencia otra vez de lo difuso de su origen o de la naturaleza de su autor. La primera frase es: “que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos” Desde el comienzo nos introduce en un escenario anacrónico e incongruente. Comienza el relato sin indicar quien es el autor de tal manuscrito, dado que la princesa lo recibe de un anticuario, que reside en las puertas de su muerte en 1929 y que la historia de tal obra comienza siglos atrás, con un tribuno romano, llamado Marco Flaminio Rufo, quien esta ejecutando labores bélicos, de los cuales parece no alegrarse (“Antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte”). En una noche de desvelo, llega hasta el un jinete ensangrentado, quien le pregunta acerca de un rio secreto “Que purifica de la muerte a los hombres” dice el jinete, añade también que al margen del mismo rio se encuentra la ciudad de los inmortales, que abunda en baluartes, anfiteatros y templos. Luego de la muerte del jinete, el tribuno decide emprender la búsqueda de aquella ciudad y su rio. El tribuno comienza su viaje con doscientos soldados y algunos mercenarios. Entre deserciones, intentos de motines y tormentas de arena el tribuno queda solo. Durante el viaje el narrador subestima con insistencia no solo a los trogloditas, si no a la región que atraviesa, dudando que allí pudiera albergarse una ciudad famosa. Luego de perder a toda sus súbditos y dejarse llevar por su caballo, Rufo tiene una pesadilla, en la que menciona laberintos inextricables y un cántaro que no puede alcanzar. Al despertarse se encuentra en una cueva, maniatado. Al asomarse por fuera de la misma reconoce la Ciudad de los Inmortales pero no puede dirigirse a ella. Torturado por la sed, Rufo se deja caer por una ladera que termina en un riacho arenoso y bebe del agua enegracida que allí reside, en aquel momento, cuenta Marco Flaminio o Joseph Carthapilus, antes de perderse en el sueño y los delirios, repitió unas palabras griegas: los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo… Tales palabras son de Homero pertenecientes a “El Catalogo de la Naves”. En este momento del relato se empieza a evidenciar mas la intención de confundir a Homero, tanto con Joseph Carthapilus, como con Marco Flaminio Rufo. Luego de liberarse, el tribuno se dirige hacia la ciudad, acompañado por tres trogloditas de los cuales solo uno llega hasta las cercanía de la meseta de piedra, donde se erguía la Ciudad. A pesar de una fatídica búsqueda, este no encuentra la entrada, pero luego, refugiándose en una caverna, encontró una escalera que dirigía a sórdidas galerías, que posteriormente se dirigían a una cámara circular con 8 puertas, estas desembocaban, después de intrincados laberintos, a la primera cámara y una novena puerta (A través de otro laberinto) daba a otra cámara circular. Aquí el narrador matiza el escenario que recorre el tribuno, con la misma confusión que aplica al tiempo, y relata como el personaje habituándose a aquellos vericuetos, no podía creer en otro mundo que no fuera como aquellas cámaras y laberintos. También menciona como lo suspendió lo antiquísimo de la ciudad, anterior a los hombres y a la tierra. El personaje empieza a sentir reprobación por quienes construyeron tal ciudad, diciendo de ellos que estaban muertos o locos. El personaje que ansiaba encontrar tal ciudad ahora lo atemoriza y lo repugna. Finalmente logra salir de la ciudad, hecho que el narrador-personaje no recuerda, y que afirma que tal vez ese olvido haya sido voluntario. Fuera de la ciudad se reencuentra con el troglodita que lo acompaño previamente, este parecía estar trazando signos confusos, que Marco atribuye a su condición barbárica, subestimando aun a dicho personaje. A pesar de no estar seguro, el narrador cree tener algún tipo de interacción con el troglodita e intenta enseñarle algunas palabras, pero sus esfuerzos resultan inútiles. Posteriormente, recordando al perro moribundo de la Odisea, le da el nombre de Argos al troglodita, pero este parece no aprenderlo, ni siquiera escucharlo. El narrador ya sea, Joseph o Rufo analiza al troglodita, el cual deja que los cielos giren sobre el, y empieza a dar una reflexión distinta a las denigrantes conjeturas anteriores sobre aquellos hombre de barbas negligentes que comen carne cruda de serpiente: “Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y constituía con ellas otros objetos: pensé que acaso no había objetos para el, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos.” Aquí el autor vuelve a mostrar por fuera la estructura filosófica panteísta, que de a momentos sugiere, centralizando en los personajes inmortales las características de la inmortalidad, que es simplemente el desconocimiento de la muerte, como mas tarde dice: “Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.” Luego de aquellas reflexiones sobre Argos, durante una lluvia, nuestro protagonista se despierta y corre a recibirla desnudo, tal como lo hacen otros trogloditas. Afuera en la lluvia se encontraba Argos gimiendo y llorando. Conmovido por la lluvia y por Argos, Rufo grita su nombre y este le habla por primera vez. “Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme: Este perro tirado en el estiércol.

Le pregunté qué sabía de la Odisea. La práctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta.

Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé.”

Es en este momento del relato en que el narrador evidencia lo fútilmente insinuado, Los trogloditas eran los inmortales, y el riacho de agua arenosa, el río que buscaba el jinete. La ciudad, que fatigosamente recorrió nuestro protagonista, era una parodia o reverso de la ciudad anteriormente abandonada por los mismos inmortales. “Marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación” nos explica el narrador, contradiciendo las subestimaciones que antes espetaba de los trogloditas. Nuevamente la dicotomía olvido y recuerdo, se nos presenta entre la historia. “Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos”, “Sabia que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas”, “Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres”. En resumen dentro de la parte IV del manuscrito, el narrador nos explica la naturaleza de los trogloditas como resultado del olvido de su propia inmortalidad, nos devela a Argos como Homero, quien recuerda, como una novedad, el pasado del que alguna vez fue parte.

En la última parte del relato, con el objetivo de liberarse de la tenebrosa conciencia de su inmortalidad, nuestro personaje ya sea Joseph, Rufo o también Homero, emprende otro viaje en busca del río opuesto que le devolverá la mortalidad. Aquí el narrador, habiendo establecido un nuevo objetivo, comienza a sobrestimar la mortalidad: “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo”. Hecha esta nueva reflexión relata la vida del inmortal durante su viaje:

“En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford […] En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce[…] En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al ajedrez[…] En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia”.

Hasta que da con el río de la mortalidad “El 4 de octubre de 1921, el Patna, que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea Bajé; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer.” Para este momento de la narración queda expuesta la múltiple personalidad del personaje principal y con el, la idea de que un solo hombre es todo los hombres, de que Homero, que también, según una recurrente teoría sobre el origen de la Odisea, es un hombre ficticio. Así entre elipsis y anacronismos intencionalmente, de manera erudita, Borges difumina el origen temporal del relato y a su protagonista, construyendo el cierre del relato con la siguiente frase: “A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Carthapilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos” Por ultimo, para dejar mas en claro el matiz metafísico impecablemente presentado por el autor remitiría “El inmortal” a la palabra portuguesa Saudade : La saudade rechaza toda interpretación como algo estático y se muestra con un dinamismo intrínseco orientado a las raíces mismas del existir. Hay un progreso en profundidad e intensidad en su vivencia, que explica muy bien la diversidad de sus manifestaciones literarias y aclara su tendencia a ocupar toda la vida psíquica de la persona que la experimenta, sin ningún límite concreto, puesto que su culminación coincide justo con su apertura a la Trascendencia.

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