Toni
Este es un relato que escribí hace ya diez años, está en mi viejo blog, pero sigo creyendo que es de lo mejor que he escrito, así que, ¿por qué no compartirlo aquí?
Toni le cae bien a todo el mundo. Siempre va con calma, sabiendo a dónde va, aunque a nadie le importe. Aunque, claro, no le importa a nadie, porque aún no les importa nada que no sea jugar. Todas las amigas de Toni tienen cuatro años.
La comida favorita de Toni es la lechuga. Le gusta porque es verde y crujiente, pero a sus amigos no les gusta. Prefieren caramelos.
A Toni le gusta mucho andar. También le deben gustar mucho los globos, por eso todos los días tiene uno distinto. El lunes siempre tiene uno azul, el martes es rojo. Los miércoles tocan los de color amarillo, pero los jueves es morado. Algunos viernes es rosa y otros es blanco. Las amigas de Toni no saben qué globos tiene los sábados y domingos, porque sus mamás no les dejan jugar con él los findes.
A los amigos de Toni no les importa, porque los fines de semana juegan en sus casas. A Toni tampoco. A Toni le gustaba estar a solas. Así hacía lo que le gustaba de verdad:
Andar despacito y sin globos. Los globos los llevaba para que le pudiesen ver sus amigas y amigos, no porque le gustasen. Toni es una tortuga pequeñita, pequeñita.
Un miércoles, los niños, sin darse cuenta, rompieron el globo amarillo de Toni. Él no se dio cuenta hasta que le cayó encima.
“Que día tan bonito.” estaba pensando la tortuga. “Mis amigos están muy contentos hoy.” Toni no sabía que era porque les habían dado chucherías. Si lo hubiese sabido habría manifestado su opinión mordiendo el zapato de su dueña, la seño de preescolar. Cuando comen dulces las niñas se portan mal. Corren mucho y chillan. A Toni no le molesta que sus amigos se comporten así, pero si tienen azúcar… es distinto. Se ponen nerviosas. Según Toni (si nadie le escuchase), hay una diferencia entre un niño chillando y un niño intranquilo chillando. La segunda es más estridente.
“¿Qué es esto?” siguió el pensamiento de Toni, mientras su vista era cubierta por un agresivo amarillo. Le costó llegar a la conclusión de que, en efecto, el globo que le identificaba, había caído. “¡Dios mío! ¡Me van a pisar! Mi coraza es fuerte, pero no sé si tanto.”
Chilló todo lo fuerte que pudo. Sólo consiguió que en su boca entrase parte de la goma. Al inspirar el agobio se limitó a aumentar.
“¡Nononononononono!”
Empezó a correr, y, por primera vez en su vida, sin saber a dónde. Lo que era más ¡no le importaba! De pronto, llegó a un escalón. Sintió como su pata no se apoyaba. Empezó a tener miedo a caer. Al cabo de otro paso, arriesgado, eso sí, Toni se dio cuenta de que su otra pata tampoco tocaba el suelo. “¿Qué pasa aquí?” se dijo la tortuga. Súbitamente, cayó la goma amarilla. Al mismo tiempo, las patas traseras de Toni dejaron de tocar el suelo. “Estoy volando. ¡Estoy volando!”
Toni sopesó qué hacer “¿Me voy de aquí? ¿O quizás debiera quedarme?”
Antes de que el animal decidiese nada, un niño chilló algo. Toni no le oyó bien, pero de pronto su dueña salió y le puso otro globo.
“Aquí me quieren, aquí me quedo.”
El jueves Toni tenía dos globos: uno amarillo y uno morado. El niño que había avisado a la “seño” dijo que Toni necesitaba dos globos. Era un niño mayor, de siete años. Estaba seguro de que, si no hubiese levantado a Toni, alguien le habría pisado.
Toni estaba muy ocupado comiendo su ración de lechuga como para preocuparse. ¡Era una tortuga voladora!