Poco a poco, mejorando

Juan Aguilera
5 min readApr 11, 2022

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Un mensaje que escribí por lo menos 300 veces en el último mes, al punto que mi teléfono ya se tienta a autocompletar el texto con tan solo acercar el dedo a la ‘p’.

Después de un 2020 pandémico y un 2021 de ‘volver a la normalidad’, todo apuntaba a un 2022 para aprender, crecer, disfrutar, divertirse, en fin, atacar con todo. Total, no había manera que pudiera ser peor que los años anteriores. El año comenzó tranquilo, con par de viajes, retomando ejercicio consistentemente después de una época de vagancia y pereza pandémica, y unos inminentes escapes planeados a la playa, mi destino favorito. Todo pintaba bien.

Llevaba unos meses dejándome crecer el pelo, hasta que un día la melena se volvió intolerable y finalmente decidí que era hora de echarle tijeras. Agendé cita en mi barbería de confianza, en Polanco. Que hueva estacionarse en Polanco, voy mejor en moto, aunque va a quedar el casco lleno de pelitos, pensé. Salí triunfante con mi nuevo look, listo para bañarme en casa y matar esa picazón característica que deja un corte de pelo.

El trayecto a casa no era largo. Paso todos los días por ahí en carro, bici, moto o caminando. Ya sé dónde están los huecos y alcantarillas, y te canto el timing de los semáforos con mayor precisión que los limpiavidrios de la cuadra. En 6 minutos estaría duchándome, y se acabaría la picazón de los ‘pelitos’.

De pronto, boom. De un punto ciego apareció un acelerado Impala blanco, enterrando su chasis en mi pierna izquierda. No había tiempo de frenar, de acelerar, de esquivar. El Impala me embiste cual su antílope tocayo, enterrando su chasis en mi pierna con un golpe tan céntrico que hasta su placa me llevé. Caí en el piso y rápidamente me arrastré hacia la acera, buscando evitar una estampida automovilística de otros agresivos Impalas. Veo hacia abajo y pienso fuck, maybe 2022 sí va a estar peor.

Inmediatamente me di cuenta de que no se trataba de un golpe leve, y podía ver claramente asomadas afuera mi rodilla, tibia y peroné. Como se imaginarán, se supone que todas esas ‘van por dentro’, y el pie izquierdo guindando tampoco se veía muy prometedor.

En pocos minutos llegaron policías, una ambulancia, y mi papá; nunca se bajó el conductor del Impala, y hasta el día de hoy no me ha dirigido la palabra. Ahogado en adrenalina seguía bastante despierto, sin mayor dolor hasta que me levantaron para subirme a la ambulancia. Llegamos a emergencias del Hospital Español, y me administraron sedantes hasta que finalmente se puso todo negro.

De los siguientes días, las memorias están nubladas y desorganizadas. Me desperté en la unidad de terapia intensiva del hospital, dopado (y no de la forma divertida), con las piernas vendadas completamente, y un exoesqueleto externo de titanio que salía de mis extremidades inferiores mientras “mantenían todo en su lugar”. En la habitación sin puertas me pasaban a ver decenas de médicos por día, como animalito de zoológico. La pequeña TV sin control remoto se quedó pegada en TVE, reportando incesablemente sobre los deprimentes inicios de la guerra en Ucrania.

La lista de afectaciones era interminable: fractura de fémures derecho e izquierdo, fractura de rodilla izquierda, fractura desplazada de tobillo izquierdo, fractura de pómulo y nariz, contusión cerebral, y una pérdida tan severa de sangre que al llegar al hospital me daban un 10–15% de probabilidades de sobrevivir. En retrospectiva, nunca se me cruzó la idea de la muerte como una posibilidad, y ahí estaba vivo, fuerte, y con toda la voluntad de salir adelante. Se hablaba de ‘hacer lo posible por rescatar esa pierna’ (la izquierda), que varios médicos veían como caso perdido, y habrían votado por amputar.

Durante los siguientes días tuve 3 cirugías más:

La primera, logró arreglar la fractura de mi fémur derecho, que ahora vive con una barra de titanio por dentro, y cada día va agarrando más fuerza.

La segunda, y más técnica, un procedimiento de 8 horas en el que 11 médicos expertos en ortopedia, cardiología, nefrología, otorrinolaringología, y otros campos, llevaron a cabo una cirugía de película, reconstruyendo una pierna que venía hecha polvo. Luego de despertar, vi hacia abajo y sonreí, ahí estaba, mi pierna izquierda, viva y rescatada. Unos días después, el Dr. Trueba me enseñó como para lograr la reconstrucción, sacó la rodilla izquierda de mi pierna, la armó afuera con placas y tornillos, y la volvió a meter para terminar de juntar el rompecabezas.

La tercera, fue la colocación de un injerto de piel en el tobillo, cubriendo el hueco dejado por mi tibia y peroné cuando se asomaron a saludar.

Todas las cirugías fueron un rotundo éxito, gracias a la espectacular habilidad de los doctores, cientos de donaciones de sangre y plaquetas de amigos, extraños, y buenos samaritanos, Dios y la incesante oración de tías, abuelos, amigos, desconocidos, y una lluvia de energía positiva y buenas vibras empujándome hacia adelante hasta el día de hoy.

Poco a poco fui progresando en el hospital, acercándome cada vez más a la salida. De terapia intensiva, me bajaron a cuidados intermedios, donde estuve un par de semanas, de cuidados intermedios, a una habitación normal, y finalmente, luego del mes más difícil de mi vida, llegó la hora de venir a casa. Sentado en el jardín, tapizado por una alfombra de jacarandas, rompí en llanto al respirar el fresco aire de la CDMX, y escuchar un silencio carente de los incesables ruidos y pitidos del hospital.

Necesitaría escribir un libro para expresar el enorme agradecimiento que le debo a muchos. Comenzando por mis papás, Juan Ernesto e Isabel, su enorme apoyo y paciencia durante todo este proceso ha sido clave para avanzar hasta donde hemos llegado, mis hermanos, Cristina y Ricardo. Los Dres. Trueba, Puente, Fandiño, Navarrete, Moguel, Viveros y todo el staff del Hospital Español. A todos mis amigos siempre presentes durante el proceso: Iván, Andrés, Luisa, Betania, Guillermo, Nicolás, Ivana, Michelle, Mauricio, Diego, Juan, Héctor, Luis Vicente. A los que han visitado, llamado, escrito, y estado pendientes. A Nubank, y su increíble gente que me ha apoyado con este proceso, rescatando proyectos y permitiendo (e insistiendo) mi total enfoque en recuperación, muchas gracias Sara, Ro, Thais, Martina, Juancho, Hector, Pauli, una vez más mostrando los espectaculares valores y gente que hacen a Nubank la increíble compañía que es. A mis fisioterapeutas, Ana, Stefanie, Teresa, que cada día me ayudan a agarrar más y más fuerza y flexibilidad. Y finalmente, a los que me han ayudado cada día desde llegar a casa: Alejandra, Iván, Salvador, Delfino. Hay muchos más, ustedes saben quienes son, y ya vendrán en el libro ;).

Ahora estoy en casa, cada día con la mente más clara y el cuerpo más fuerte, echándole ganas y ganando fuerza con retadoras y dolorosas fisioterapias diarias, pero poco a poco, mejorando.

Cada día es un poquito mejor que el anterior. Mientras se mantenga este trend, saldremos adelante y volveremos más fuertes que nunca, a hacer las cosas que me gustan, con la gente que amo. Queda un largo camino por delante, pero vamos con todo, con esfuerzo consistente y mente positiva.

Muchas gracias a todos y todas por estar presentes, mandar buenas vibras, y seguir apoyando.

Los quiere mucho,

JD

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Juan Aguilera

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