Bicis blancas para no olvidar a las víctimas

Kaja Negra
6 min readMar 2, 2015

“¿Cuántos ciclistas más tienen que morir para que tu actitud cambie?”, pregunta la comunidad ciclista de la ciudad de México, que se organiza y rueda para exigir seguridad.

Ahí donde murió un ciclista

Texto y fotos: César Palma

La elevaron en señal de victoria. Un aplauso generalizado sonó en la lateral de Periférico. Fueron diez minutos donde todos observaban, tomaban fotos y admiraban, como si la bici blanca se tratara de una obra de arte.

Llegué poco después de las ocho de la noche a Bellas Artes. El contingente estaba bajo la marquesina del palacio, las bicis de pie, una sobre otra, en la intemperie. Los ciclistas sonreían y hablaban sobre la ruta, el piso, las herramientas y toda clase de asuntos ciclistas. Uno de los asistentes se acercó y me preguntó:

─ ¿De dónde vienes?

─Del metro Taxqueña…

─ ¿En serio? Estás muy lejos. ¿Por qué no saliste con los grupos de por allá?

─Porque leí en el evento que aquí saldría la esposa de Rafael.

─Es lo que decía, pero ya llevamos un ratito esperando y nada. Ojalá llegue más banda.

Pasaron treinta minutos y no llegó nadie más. Los líderes del grupo decidieron salir: era claro que no se sumarían más personas a la rodada. La lluvia ya había parado casi por completo, apenas se sentía una briza suave. Era momento de partir.

Se encendieron los foquitos y las lámparas del contingente. Era triste. Diez ciclistas apenas, tal vez cuatro más, a lo mucho, según mis cuentas. Los peatones nos miraban, pero los coches pasaban indiferentes. Tal vez no sabían lo que hacíamos, pero llevábamos una bici blanca, bueno, en realidad llevábamos un cuadro; es decir, una parte de ese monumento que se instala por la comunidad ciclista para no olvidar a aquellas víctimas de un atropellamiento. El resto de las piezas serían llevadas por otros grupos.

La iniciativa de las bicicletas blancas ( o bicicletas fantasma) se echó a andar en 2009. En seis años se han colocado doce. Esta noche, se montará una más para recordar a Rafael Guerrero. A pesar de la movilización de la comunidad ciclista dos personas más han fallecido en lo que va de este año. José Antonio Vázquez fue arrollado por un microbús en Eje Central. Luis Manuel Villa fue atropellado por un tráiler en Polanco. No se instalaron bicis blancas en sus casos.

Todo se supo casi en tiempo real. La mañana del domingo 25 de enero pasado, en las redes sociales aparecieron fotografías que mostraban un auto blanco, desecho del cofre, frente a un árbol; en el interior dos sujetos y cerca de la puerta del conductor una bici negra partida en dos. En seguida comenzaron a surgir detalles del evento. Se aseguraba que los pasajeros venían en estado de ebriedad. Se supo que la agrupación ciclista eran los Guepardos. Que recorrían la ruta del “gato”, la cual va de Cuemanco a Perisur.

Lo que le sucedió a Rafael fue uno de esos eventos que molestaron en demasía a la comunidad ciclista, y de los cuales aterran a quienes no acostumbran a salir en este transporte o que se están habituando a hacerlo. Por eso ahí estábamos en el contingente, con el cuadro de la bici enganchado a un mini remolque.

El grupo tomó buen paso, lento y ligero. Todo era silencio. Daba tiempo de pensar. Me pregunté: ¿Qué estaría platicando o pensando Rafael antes del impacto? Tal vez nada y sólo llegó el BMW desde atrás. Pensé que estábamos expuestos al mismo desenlace, aún con los radios y la logística del staff para rodar seguros. Podría llegar un auto a toda velocidad y llevarnos como barredora, llevarse la bici blanca. El grupo Guepardos tenía la experiencia, la mayoría ciclistas curtidos en las autopistas, rutas de más de 120 kilómetros. Cualquier cosa podría pasarnos. Pero nada pasó eso esa noche. Rodamos y rodamos durante kilómetros, sin mucho sudor, sin muchos jadeos. En División del Norte nos paramos, había llegado una comunicación en la que se nos pedía paciencia. Teníamos que esperar a un contingente más grande.

La impaciencia se empezó a manifestar en forma de humor:

─Se me hace que nadie va a venir. A lo mejor ni completamos la bici…

De pronto, sin previo aviso, cuatro patrullas de tránsito se acercaron con las torretas encendidas, daban indicaciones y se aproximaban para cerrar el paso a los automovilistas; nos pidieron que fuéramos rápidos para subir el puente de División que cruza Tlalpan. Los oficiales permitieron pasar a unos cinco automóviles y a algunas motocicletas. Todos iban escoltando a un contingente copioso. Nada que ver con el nuestro. En aquel sí iba como líder la esposa de Rafael Guerrero, Lorena Mendicuti. Detrás de ella varias decenas de personas, entre personal de Derechos Humanos del DF, periodistas, ciclistas y motociclistas.

Un ciclista no pudo evitar la emoción y dijo:

─¡A huevo! Ahora sí vamos a rodar como se debe.

La expresión me hizo pensar en “Pepe Cleto”, cuando me contó que a su salida de Monterrey hacia el DF esperaba no encontrarse con una patrulla que lo escoltara, que era innecesario porque el ciclista cotidiano se las arregla solo y como puede. Pero ahí estábamos, con la calle a nuestras anchas.

Por un instante nadie sabía a dónde íbamos. Los oficiales se preguntaban entre ellos qué ruta tomar, cuál es el mejor camino y el más seguro. A nadie parecía importarle el retraso, en su lugar bromeaban y platicaban. El chofer de una furgoneta le confesaba a su copiloto:

─Ya quisiéramos que así hubiera convocatoria para nuestras rodadas… así está chingón, con patrullas y toda la cosa.

Por fin llegamos a unos metros donde el BMW se impactó sobre el grupo aquél 25 de enero. Ya eran como las diez y media, treinta minutos después de la hora programada. Sin embargo, con menos lluvia, ya había en el lugar más ciclistas esperando el momento cumbre: poner la bici blanca.

Se escogió un puente peatonal como lugar estratégico para que los peatones y automovilistas pudieran verla. El espacio tenía iluminación, no estaba cubierto por árboles, de modo que la bici era visible desde varios metros a la distancia. La única preocupación latente era que ésta fuera robada, como en otras ocasiones, o que las autoridades la quitaran, como el triciclo de pan que le rendía homenaje a un vendedor -Rubén Vázquez- en Reforma y Julio Verne, en Polanco. La misma preocupación de todo ciclista, incluso de los asistentes, quienes amarraban su bici a un árbol antes de acercarse a rendirle homenaje a Rafael.

La bici blanca fue armada rápidamente, seis manos trabajaron para lograrlo. Algunas experimentadas, un par con menos destreza. Cada tornillo, cada tubo vestido de blanco. Mientras era armada, Lorena Mendicuti caminaba entre la multitud de ciclistas y agradecía con pocas palabras; la madre de Rafael otorgaba entrevistas, explicaba el estado de las investigaciones; los policías vigilaban que ningún automóvil atropellara a los asistentes. En el camellón se exhibía una manta gigante en dirección a los automovilistas: “¿Cuántos ciclistas más tienen que morir para que tu actitud cambie?”

Todo hasta que por fin quedó la bici.

Poco a poco los ciclistas abandonaron el lugar; algunos en grupo, otros en solitario. De vuelta, sin los derechos humanos, sin patrullas, sin calles cerradas… La vialidad volvía a tener su cauce cotidiano, ahí donde murió un ciclista.

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