Negociar sexo por vida

Sobre la charla de Inés Hercovich en Tedx Rio de la Plata

Gaiawyn
5 min readOct 25, 2015
Inés Hercovich

“¡Qué barbaridad! ¡Qué vulnerada está la mujer en esta sociedad! ¡Qué suerte que nunca pasé por algo tan doloroso!” Eso era lo que pensaba cada vez que escuchaba casos de violación, o al menos era lo que pensaba hasta las charlas TEDx de este año.

En segundo bloque de esta hermosísima jornada a la que tuve el privilegio de asistir, me encontré con un mensaje que no sólo fue extraordinariamente confrontados, revelador y conmovedor para mí sino que al parecer también lo fue para la mayoría de las mujeres que nos encontrábamos en ese sala.

Inés Hercovich nos habló de algo que no se habla, de algo que se subestima, se descarta, se desconfía, se avergüenza y se niega en esta sociedad, y esto es el abuso sexual. No creo poder hacer justicia a la fuerza y sabiduría de esta charla con mis propias palabras, es por eso que los voy a invitar a que vean el vídeo antes de seguir con este artículo.

Antes de esta charla, yo creía que nunca había sido víctima de una violación, pero después de que esta extraordinaria mujer describiese que es lo que siente y cuáles son los estados que transita una víctima de violación, descubrí que tenía mucho más en común con ellas de lo que me imaginaba.

El 4 de mayo del 2009, yo trabajaba en un callcenter y terminaba mi horario a las 3 de la mañana por microcentro, una noche me retrasé en el trabajo charlando con mis compañeros y salí a eso de las 5 de la mañana, en esa época vivía en San Telmo y solía esperar el colectivo 29 por Diagonal Norte para volver a mi departamento. Esperando ese día el colectivo, cruzó un tipo por enfrente de la parada y parecía que iba a seguir de largo pero se volvió y se paró detrás de mí, eso me pareció extraño pero como hacía poco le habían robado a una amiga pensé que estaba siendo paranoica; el sujeto no paraba de ver a unos turistas que estaban en la esquina como esperando a que se fueran y eso me inquietó mucho más pero antes de que pudiese tomar alguna precaución me abrazó, puso un metal en el cuello y me dijo que si no iba con él me abriría de par en par, yo le dije “Señor, si quiere mi cartera, llévesela”, él me respondió “No quiero tu cartera, si te portás bien en media hora te devuelvo; y no me digas señor”. En ese momento mi cabeza empezó a andar a mil por hora y mis pies se movían super despacio para intentar ganar tiempo; rápidamente me di cuenta que sólo podía hacer dos cosas: o me iba con él, o trataba de liberarme:

  • Si me iba con él me podía abusar, o secuestrar, vender a algún tratante de blancas, matarme, soltarme, o también podía combinar varias de esas opciones.
  • Si no me iba con él podía liberarme o morir.

En un instante en el que me dijo que iba a acercarme más el cuchillo, aproveché el movimiento y le golpeé al costado de las costillas y logré liberarme. Empecé a correr por las calles pero estaba tan aturdida por la situación que no me di cuenta de que estaba moviéndome para el mismo lado al que él me había estado llevando y que ahora él me estaba siguiendo, me detuve, traté de tomar otra dirección, se paró un camión y se ofreció a llevarme, estuve a punto de subirme pero vi como el abusador se detenía como esperándome, entonces desconfié del camionero, pensé que estaban juntos en eso y empecé a gritar. De repente, detrás de unas puertas enrejadas se oyeron dos voces, eran dos guardias de seguridad, gritando “¡Soltarla!”, me acerqué a ellos y les pedí que me abrieran y me ayudaran, me dijeron que por una cuestión de seguridad no podían hacerlo (probablemente por si todo esto era un teatro para entrar a robar), pero me dijeron que vaya a la cuadra de enfrente que había un diariero que a esa hora debería estar recibiendo los diarios de la mañana, corrí para allá y no sé en qué momento perdí a mi ofensor pero cuando miré para atrás él ya no estaba.

Como verán no he sido víctima de una violación y eso es lo que me dije todo este tiempo, pero cuando escuché las palabras de Inés, cuando dijo que la penetración es lo que menos les dolía a estas mujeres, que lo más doloroso fue todo lo que sintieron antes: la pasiva desesperación, el intento de amablemente conciliar la situación, el sentirse atrapadas; y lo que pasaron después: la incomodidad de todas las personas a las que necesitaron contarles lo que les pasó, la vergüenza de sentir que de alguna forma fue su culpa, la humillación de tener que verse en la situación de negociar sexo por vida.

Es cierto, hubo una diferencia entre esas mujeres y yo, la diferencia fue que a la hora de tener que sentarme a negociar decidí considerar mis dos posibilidades y elegí levantarme de la silla; pensé que en las dos opciones el daño era factible, en las dos opciones morir era una posibilidad pero me puse a pensar que no estaba dispuesta a arriesgarme a resignificar la sexualidad como algo doloroso a partir de esta experiencia, que el sexo es hermoso y es un punto de conexión muy intenso con otro ser humano y con uno mismo, y entonces decidí que iba a defender con mi vida el derecho a vivir mi sexualidad como yo quiero, y que si eso representaba correr el riesgo de morir, lo correría pero al menos moriría bajo mis propios términos.

Esta diferencia a la hora de negociar no es nada comparada con las similitudes que encontré con estas mujeres, porque después de todo lo que pasamos, lo que más nos une a todas por igual es el hecho de compartir el deseo de que, sin tener que esconder quienes somos o avergonzarnos de lo que nos ha pasado, podamos ejercer el derecho de elegir cómo y con quién queremos vivir nuestra sexualidad.

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