Mentiras, merecimientos, roturas, intuiciones, gritos, llantos, amor

Meryone
6 min readFeb 19, 2018

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Me dijo tantas veces desde pequeñita que siempre mentía para hacer culpables a los demás que hoy soy incapaz de mentir y siempre busco tener yo la culpa. Tampoco soporto que me mientan y no es sólo porque él sí me lo hace cuando quiere responsabilizarme a mí de algo que está haciendo.

Hace cosa de un mes fui capaz de decirle “eres tú quien me machaca a mí, así que por lo menos no me tomes el pelo”; hace algo más de dos le pregunté totalmente en serio y con testigos que qué quería que yo hiciera si la realidad (una realidad tangible) no era como él intentaba hacerme creer.

De manera intuitiva siempre supe muchas cosas. Siempre me sentí también una exagerada. Siempre hubo quien no me creía. Ah, otra vez la mentira. Siempre (siempre no, un par de veces) encontré personas que me trataban exactamente igual. Que me drenaban exactamente igual. Que me convencían exactamente igual de todo lo que estaba mal conmigo (nunca nada con ellos). Todo ocurría por mi culpa.

Una vez alguien llegó a su casa y describió la situación en que nos encontró a su compañero de piso y a mí con “sodes como unha parella: ti berras, ela chora”. No recuerdo por qué fue esa bronca, como no recuerdo por qué fueron tantas otras. Tampoco había pensado en ellas como equivalentes a otras hasta hace muy poco. Si recurrentemente personas diferentes te acusan de lo mismo, lo normal es pensar que el problema eres tú, que quien provoca que te traten así eres tú. Que te lo mereces.

Y pedía perdón y se me decía la mayor parte de las veces que no llegaba con pedir perdón, que lo que había que hacer era no hacerlo. Y me sentía aún peor. Porque me creía genuinamente rota, realmente no merecedora de otra oportunidad. Y mira la que estás montando delante de todo el mundo. Cuando la que llora lo más silenciosamente posible eres tú y quien grita es la otra persona. Pero es muy difícil ver eso cuando eres la que llora, la que pone muy nerviosa a la otra parte porque ya tienes los ojos empañados de lágrimas otra vez y no se te puede decir nunca nada.

O eres una exagerada o lo mereces

Intuitivamente yo sentía que estaba dando algo cada vez que lloraba. Lo sentí fortísimo (porque a veces se siente de manera casi sobrenatural) con una jefa que tuve, la primera persona que odié en mi vida porque con ella no me unía ningún tipo de lazo sentimental, no había nada que hiciera que yo tuviera que entender que me hacía eso por mi bien o porque me quería. Me trataba así porque le daba la gana y porque podía.

Ahí aprendí muchas cosas que no quise explorar. O no pude. Hay que ser muy valiente o mucho más de lo que yo soy para poner determinados nombres a las conductas de la gente que quieres. De la gente que te ha convencido de que son los únicos que podrían quererte. Porque la mayor desgracia es que la gente que te trata así es gente a la que quieres. Gente que quieres creer que te quiere porque cómo vas a pensar de ellos algo tan horrible como que no sepan querer.

Esta semana me dieron por primera vez en varios meses dos ataques de llanto incontenibles de madrugada. En ellos ya no repetía sin poder parar “¿qué te hice, mi amor, qué te hice?” como durante seis u ocho meses sino “ni se te ocurra volver a acercarte a mí” en el primero, “¿y si realmente no soy capaz de querer, sólo soy capaz de esta ilusión?” en el segundo. ¿Quieres realmente a alguien que no sabe querer de vuelta? ¿No es el hecho de que no distingas entre quien sí y quien no la clave de que quien no sabe eres tú?

Tres veces viví la misma situación (la primera era un amigo, la segunda alguien con quien estaba o creía estar liada y que estaba en un episodio psicótico -él, no yo- y me dijo cosas espantosas, la tercera casi todo este medium trata indirectamente -directamente trata de mí, lo siento- de la tercera) de llegar llorando y decir “la cagué enormemente, lo hice todo mal, no sé qué pasa pero no quiere saber nada”.

La primera éramos amigos y la persona a quien se lo dije intentaba (lo logró temporalmente) que dejáramos de serlo. Lo logró durante un tiempo eterno. Ahora intercambiamos mensajes todos los días y el mundo tiene un poco más de sentido por eso mismo. Quien yo creía que era mi amiga empezó a contarme los motivos por los que (sin ella estar presente) yo obviamente la había cagado, yo obviamente lo había hecho todo mal, él obviamente estaba enfadado. No siempre jugaba así: otras veces era que él le había dicho cosas de mí a mis espaldas. ¡A mi amiga! Cosas que yo le preguntaba y él me negaba y bah, demasiado largo, demasiado doloroso en su momento, demasiado en el pasado ahora. A ella ni se le pasó por la cabeza animarme cuando llegué hecha un mar de lágrimas, a mí ni se me ocurrió que eso fuera algo que yo mereciera.

Muchos años después, el ahora le vamos a contar a todo el mundo que por fin estamos liados, ahora no sé si puedo confiar en ti, ahora te aclaras la garganta y estoy seguro de que me estás mintiendo. Ahora vuelvo a confiar en ti, ahora cuéntame cuál fue la peor cosa que te ha pasado nunca para que pueda hacerlo, ahora te abrazo, ahora te aparto, no dejo un segundo de acariciarte, tienes razón, los ojos azules me dan grima, te estás aclarando la garganta otra vez, ¿eso es que mientes o me dices la verdad?, este taxista ha dicho una frase hecha que dijiste tú anoche cuando llegamos a casa, seguro que estáis los dos compinchados para engañarme, vete, no te vayas, confío, no confío, vas a manipularme hasta conseguir lo que quieras, tú sabrás qué hiciste, yo no te lo voy a contar, ni se te ocurra ponerte a llorar, ayer era distinto, ayer me gustabas, ven, dame un beso. Y otra amiga distinta en otra ciudad distinta me recogió con cucharilla, me llevó a (no) tomar un helado y me dijo todas las veces que necesité para dejar de llorar que ese chico no podía estar bien y que mis amigos sabían que yo no era así.

La tercera fue hace algo menos de un año. La primera persona que me recogió (o lo intentó) con cucharilla fue Alicia. Que no se lo podía creer y que estaba (militantemente) de mi lado. Y luego vino Cris. Y después literalmente un ejército de personas, antiguas y nuevas, a decirme, a explicarme, a hacerme ver que no, que no era mi culpa. Una decía muy enfáticamente (y con no demasiada paciencia) “nada, Meriuán, no le hiciste nada, sólo te cruzaste en su camino y eso le bastó”. Otras emplearon palabras que yo nunca me había atrevido a usar tantas otras veces, con esas personas que me gritaban y me hacían llorar, que me hacían sentir que quien estaba mal era yo, que el problema era mío.

Y un día sueltas la mano (las docenas de manos) y echas a andar sola. Sin que nadie tenga que decirte esas palabras, esas cosas. Un día eres capaz de sentirlas, de pensarlas tú. Y recuerdas a quien te dijo que no es que tú lo hayas hecho mal, es que te han maltratado tanto (sí, lo he dicho, lo había estado evitando todo el post, todo el medium, todo el año) que te han hecho creer que estás rota, que algo está fatal contigo.

Supongo, quiero creer que si me han convencido o intentado convencer tantas veces de que no estoy rota es porque lo que no han conseguido todavía es romperme.

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