Mudanças

Meryone
3 min readJun 5, 2019

--

Hace siete años que murió Ray Bradbury. También de que le dieron a Philip Roth el Príncipe (que aún no era Princesa) de Asturias de las Letras. Yo vivía en Zug y hacía mis primeros exámenes de Antropología en Berna. Los primeros allí porque los dos primeros-primeros habían sido en Coruña entre Nyon y Zug aquel febrero. Puede que fuera el día que me caí y una señora me preguntó “¿caíche?”. Creo que el día de la caída salía del examen de Historia Moderna. Que suspendí y luego aprobé en septiembre sin hacer nada, igual que la asignatura que se llamaba como la carrera, en la que saqué la primera matrícula de honor de mi vida al tiempo en que volvía a suspender por enésima vez la última de portuguesa. Faltaba año y pico de sí estudiarla muchísimo para terminar de una vez y ya me estaba enamorando de mi carrera nueva.

Ya conocía a quien me hizo formular el primer sentidísimo “una cosa terrible, los muchachos” los días en que el príncipe pasó a ser rey. Aquel que motivó que le pidiera llorando a otro alguien que por favor, por favor, por favor, me prometiera que nunca me iba a hacer algo que luego le faltó tiempo para hacer. Me acordé de él hace poco por una historia de un tatuaje y porque primero como tragedia y luego como farsa.

Había otro Papa. Rajoy iba por la primera legislatura. Yo cada año cobraba menos que el anterior y me alejaba un paso más de la que hacía no tanto parecía que fuera a ser mi vida adulta.

Acababa de reconciliarme con Stephen King y leía It y sentía una punzada inconfesable que sólo reconocía cuando tenía la regla al leer sobre amistades de adolescencia que iban a durar para siempre porque aquella que parecía una de las más claras de las mías y yo llevábamos años sin hablarnos. Ahora llevamos año y pico de escribirnos casi todos los días aunque vivamos en países diferentes.

Ya zorreaba con alguien con quien sigo zorreando de vez en cuando ahora. Cuando nos acordamos.

No sé cuántas vidas parece que hayan pasado desde entonces.

Sigo quedando cada vez que viene con una de mis amigas de la Suiza alemana y hablamos de ir unos días este verano por fin juntas a algún lado en Portugal.

Ahora los exámenes los hago yo y son, manda carallo, de portugués. Después de tantos años de síndrome de stress post-traumático y de casi no querer saber nada de la que una vez fue (y siempre seguirá siendo) mi lengua románica favorita. “¿A dónde voy yo si me llaman de la lista de portugués?” decía hace no tantos meses. Pues a León fuiste, Meriuán. A recuperar por lo menos unos meses la vida adulta que sentías que empezaba a escaparse entonces.

Y tan contenta que bajabas hoy por la cuesta de la muralla pensando “tengo que escribir cuando vuelva a casa algo sobre todo esto”.

Luego me acordé de todo eso y de este poema y de que hubo un tiempo en que me encantaban los sonetos de Camões.

Mudam-se os tempos, mudam-se as vontades,
Muda-se o ser, muda-se a confiança:
Todo o mundo é composto de mudança,
Tomando sempre novas qualidades.

Continuamente vemos novidades,
Diferentes em tudo da esperança:
Do mal ficam as mágoas na lembrança,
E do bem (se algum houve) as saudades.

O tempo cobre o chão de verde manto,
Que já coberto foi de neve fria,
E em mim converte em choro o doce canto.

E afora este mudar-se cada dia,
Outra mudança faz de mor espanto,
Que não se muda já como soía.

--

--