Cuando muera quisiera que haya aplausos

Franco D'Amelio
4 min readJan 30, 2017

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ACLARACIÓN: SI LO VAS A LEER, QUE SEA HASTA EL FINAL, SI NO HAY RIESGO DE MALA INTERPRETACIÓN.

Cuando muera quisiera que haya aplausos. Cuando muera quisiera, aunque no lo pueda ver,que la gente aplaudiera.

No es un complejo de inferioridad exacerbado, no es una culpa carcomiendo mi alma la que me hace pensar esto. Todo lo contrario, es uno de los sueños que más he anhelado.

No te confundas, no quiero mi muerte, pero tampoco le temo a ella. La considero una meta, un punto más en la vida al que seguramente lleguemos.

De hecho no le temo a la muerte porque la elegí y la elijo cada día. Sí, elijo morir desde que conocí la vida. Cuando renuncio a mis placeres efímeros por una causa más noble, una parte ajena a mí pero apegada a mi alma muere, y brota como agua desde mi interior una vida más despierta que un corazón de recién nacido dando su primer y enérgico grito de bienvenida a la creación.

No hablo de ser un altruista poético que termina siendo víctima de su propia libertad. Porque de hecho sólo me considero libre para ser esclavo, esclavo de mi misión.

Misión que no me autoasigné sino que desde un principio, desde antes que las estrellas iluminaran los cielos que esta noche ves, ya estaba.

Había algo denominado “propósito” que vibraba en la eternidad y dijo mi nombre. Un tiempo después, sólo el Eterno sabe con exactitud cuánto, él mismo volvió a susurrar ese inmenso código repleto de aventura y motivado por el Amor perfecto y lo sopló en el vientre de mi madre.

En medio de la profunda oscuridad del útero recientemente amado por mi padre, brilló la luz creadora, la misma que en un principio marcó la separación con las tinieblas, y en medio de un soplo tan elocuente como silencioso me dio existencia.

Desde ese momento, sin que yo tomara consciencia hasta muchos años después, se asentó su propósito en mí y se me dio una misión.

Más de trece años después, en los primeros días de febrero, el reconocimiento de esa luz me hizo despertar a la verdad, a la vida, y el propósito renació en mí. Había estado, como una semilla aguardando paciente, hasta que por fin la vida lo hizo emerger, atravesando mis circunstancias, todas ellas, había estado tranquilo esperando mi despertar.

Luego de eso una tormenta fuerte volteó al árbol recién nacido, y tardé años en permitirle y permitirme levantarlo. Pero Él, mi Papá por adopción, el que me impartió Su soplo, nunca se rindió, porque sabía que el propósito seguía existiendo, independientemente de mi obstinación por obviarlo. Y poco a poco, fue reordenando todo…

El saberse parte de un propósito mayor, eterno, perfecto, divino, resplandeciente e infinitamente bello, nos maravilla, nos enciende, nos da fuerzas y esperanzas.

Pero también nos compromete, nos moviliza, nos conflictúa, nos entrecruza, nos hace llorar, nos duele…Porque el despertar a la verdad nos hace reaccionar de que es mentira que nuestras decisiones sólo afectan nuestras vidas, al ser parte de un inmenso diseño todos tenemos una función en el mismo (y no con esto me hago amigo de los intelectuales adictos al status quo social) pero digo, somos más que individuos nacidos para golpearnos constantemente en la prueba y error del vivir “a nuestra manera”.

Día a día, al renunciar a mis voluntades individualistas, esas que este entorno confuso y retorcido me inculcó, subo un paso más en la escalera, mis raíces se hacen más profundas, me siento más vivo…

Por eso, el día en que muera quisiera que aplaudan abajo en la tierra y arriba en el cielo, sean audibles o no, realmente no me interesa mientras haya aplausos, fuertes y alegres, que digan sin palabras: “no ha sido en vano, su propósito ha cumplido”.

Si eso pasa, sólo si eso pasa, yo sé, y lo sé bien, que aunque este cascarón deje de respirar, mi esencia, lo que hice, dije y viví, latirá, latirá en generaciones que tal vez jamás conozca, pero latirá, burlando a la muerte y diciendo: “Sigue vivo porque supo vivir para morir”.

Creo que este mensaje, este mensaje es lo único que a mis casi 25 años puedo legarle a mis generaciones, esas que aún no nacen pero que ya han sido vistas, en Su propósito. Lo que verdaderamente puedo darles, lo más valioso, es inculcarles un profundo deseo por buscar fervientemente descubrir para qué han sido traídos a este mundo por el Eterno. Para ello deberán saber que sólo hay un camino, ya no vivir nosotros sino Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, en nuestras vidas.

Legarles el anhelo de que cuando mueran -si es que mueren- haya aplausos…Pero ojo, quiero aclarar y no es menor el dato, los aplausos, como dije al principio no los podré escuchar, por eso y porque verdaderamente es Él quien se lo merece, los aplausos son para mi Creador.

YAHVÉH es su nombre y es el único que en verdad debe recibir esos y todos los aplausos y júbilos, porque ante una obra de arte maravillosa no se la aplaude a ella sino al artista que le trajo a existencia.

El Dios verdadero tiene una particularidad, que su obra tiene capacidad de decisión, por eso no siempre dan ganas de aplaudir todas las vidas, porque se alejan del diseño del artista. Pero cuando uno se deja moldear acorde a la intención del diseñador, ahí sí se hace admirable, pero una vez más aunque la obra sea admirable, los aplausos son para el Hacedor.

“Y ya sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, a los que conforme al Propósito son llamados (a ser santos)”.

Romanos 8.28 (versión OSO).

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