[Crítica | Teatro]

Herederos forzosos

Sobre ‘Diez olvidos al otro lado de las vías’

Paratexto Mag
3 min readOct 6, 2018

Diez olvidos al otro lado de las vías. Dramaturgia y dirección de Federico Ponce. Con Lala Buján, Gloria Cingolani, Mirta De Candia, Emiliano Diaz, Federico Falasco, Natalia Imbrosciano y Leonardo Odierna. En La Gloria. Espacio Teatral. Funciones los viernes a las 21 hs. Entradas $ 250 / $ 300. Octubre 2018.

Una constelación posible que es una hipótesis arriesgada que, al fin, no le hace mal a nadie: si Federico Ponce en Apenas el fin del mundo (2014) trabaja con un texto ajeno que es ya una pieza cerrada, hace pie dos años después en un texto también de un tercero, pero que no es una obra escénica convencional (Once hijos, 2016), ¿son estos dos pasos, al modo de un gradiente, escalones necesarios para llegar a Diez olvidos al otro lado de las vías (2018)?: tienen, los tres y como viene siendo costumbre, textos que son extensos como un pergamino (Diez olvidos… dura 120 minutos, precisos cada uno de ellos: ninguno de más) pero en esta obra de reciente estreno hay dos novedades: hay una literatura que es, por fin, personal y propia, y hay una conexión (no puede ser de otra manera) con la historia personal y los tintes de lo local.

Diez olvidos… trascurre, por aproximación, en la década del 80 del siglo pasado. Es la historia de un grupo de personajes fracasados a su modo que viven bajo la presión del deseo y en tensión con lo social. Como todos, en un sentido. Drama cómico, comedia dramática, la pieza pasaría por una tragedia si tan solo hubiera algo más que la vida misma: el horror de la costumbre, el insulso y a la vez sofocante paso de los días, la negociación con las obligaciones y el retorno siempre amenazante del pasado. Como en un Al este del Edén puigiano, provinciano y de corta mira, hay tres generaciones sufriendo las consecuencias de sus mayores que, de un modo u otro, les han torcido el destino y los han dejado con un sabor a frustración en el paladar.

Grandes logros de la puesta, (se está dando por hecho, pero las actuaciones son de una delicada composición, siempre a tono, emocionantes en más de una escena) el dispositivo escénico y el uso de separadores performáticos (que airean la realización) añaden otra capa de sentidos vinculada con una poética de metaconciencia al introducir (¿será el caso?) una especie de marca enunciativa que comenta, como en segundo grado, un estadio anterior: el relato primario, su ser una historia sin moral ni moralejas. Lo que no quiere decir que no haya, porque la hay, una ética de la libertad y del amor.

En Diez olvidos… hay algunos que se entregan sin freno al deseo, algunos que lo hacen con vergüenza y pasión, algunos que directamente no lo hacen; hay algunos que han sufrido abusos físicos y psicológicos. Hay conquistadores y conquistados. Lo que no hay de ningún modo es, justamente, ningún olvido. Porque, así como están de solos todos los personajes, no pueden dejar de vivir las tragedias del pasado como un presente continuo, y volver a decirlas y revivirlas para que, al menos por unas migas de esperanza, dejen de producir sus efectos en un presente que parece eterno y que solo se detiene con la muerte. Es tal vez por esto que, como dicta el buen manual de la convensión literaria, la pieza comience con un funeral. Eso sí: tan lleno de síntomas y anomalías que, se diría, el resto de las más de dos horas de la historia ya están contenidos ahí. A prestar atención y no dejar pasar esta joya absoluta.

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