Las olas y el mar: sobre Red.

Paratexto Mag
4 min readFeb 3, 2015

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[Crítica. TEATRO]

Red, de John Logan. Dirigida por Daniel Barone. Con Julio Chávez y Gerardo Otero. En el Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660, C.A.B.A. Funciones: jueves y sábados 20.30, viernes 22 y domingos 19.30 hs. Entrada: $ 250. Hasta el 08 de Febrero de 2015.

Como en esas grandes aventuras que arriban a un melancólico final, relatos de viajes, luchas y conquistas, donde el héroe, ya envejecido y debilitado es asistido por una mano amiga para transitar sus últimos momentos, queriendo quedarse pero yéndose irremediablemente, en Red, el inmenso Mark Rothko (Julio Chávez), recibe a un joven ayudante (Gerardo Otero) para asistirlo en la confección de un encargo faraónico y muy bien redituado. El trabajo y la nueva compañía han llegado en un momento crucial, aquel de la transición entre el arte moderno y el nacimiento del contemporáneo.

Para el hombre de carácter contundente, representante y bandera del expresionismo abstracto, asomarse al abismo de su propio final no puede resultar sencillo, y el público asiste al desarrollo de un texto que oscila entre lo mono y lo dialógico, donde el pintor expone y protesta hasta aceptar su inalterable destino. En este sentido, su interlocutor resulta ser poco más que una excusa, ya que lo único que el hiper-consciente y lúcido artista necesita –y logra finalmente- es aceptar lo que ya ha intuido.

Al proponer que el cambio interior del protagonista sea producto del resorte del soliloquio (en lugar del democrático y clásico duelo del diálogo argumentativo), la obra deja expuesta la pregunta de si es más grato no alcanzar nunca el cielo estrellado del éxito y el reconocimiento, y proseguir la eterna búsqueda de la expresión personal, desde los márgenes, puesto que parece querer decir que todo tótem será a su tiempo derrumbado. En el parlamento de Rothko vuelven los nombres de Dalí, Picasso, Monet y otros, como postas del imaginario del occidente iluminista. Nombres-firma de autores como punto de llegada y de nueva partida. ¡Qué distinto aquel mundo cultural del nuestro! ¡Cuán sencillo parece a la distancia ese instante previo al estallido de los “multi” y de los “pos”!

Reconocerse viejo, reconocerse “parte del mar” para dejar lugar a las “nuevas olas” es, también, el ágora supuesto para hacer lugar a los pensamientos de Rothko: ¿De qué se compone el arte y la esfera socio-simbólica que lo rodea? ¿Qué hay que leer y con quiénes educarse para acceder a las verdades del alma humana? ¿Qué debe proponerse, o cómo disponerse, para dar sitio a la vida del color?

La puesta local de Red respeta el libreto original al pie de la letra, con convincentes estudios de personaje por parte de los dos protagonistas, que colman el espacio de representación de manera admirable. Durante la función, en los sucesivos cuadros, están presentes las obras que caracterizan el estilo del artista, incontables telas y bastidores, lo que combinado con los pigmentos y la omnipresente pintura roja, sumados a un poderoso y sutil uso de los recursos lumínicos, producen atmósferas particularmente atractivas y completan el verosímil. El escenario es el ámbito de taller del pintor, centro de operaciones y encuentros entre el último exponente de un tipo que probablemente ya no exista y su joven y atormentado ayudante.

Red resulta otra valiosa colaboración entre componentes de lo más productivo del circuito alternativo nacional, como Timbre 4, y el Paseo La Plaza (de modo similar a los casos de La omisión de la familia Coleman y El viento en un violín). En este sentido, la contribución se hace notoria y estimable en la adaptación de la obra extranjera en el teatro comercial porteño, que cuenta con gran capacidad de despliegue y producción, y los aditamentos del hacer poético y artístico que suma la escena independiente.

El vestuario acepta su recatado lugar, a tono con la convención epocal de mediados del siglo pasado: tonos opacos, blancos, negros y marrones como norma. Resulta y funciona a las mil maravillas, cuando estallan el jazz y el whisky acompañando los “brochazos” rojos a cuatro manos en el gigantesco lienzo, y es entonces que se puede decir: — Adiós, adiós: que pasen los que siguen, que el trabajo está bien hecho y se puede descansar por fin.

Por Christian Schmirman, PCA OA, Febrero 2015.

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