Vater

Daniel Manzano Diosdado
13 min readJan 21, 2020

En el comedor del refugio hacía todavía más frío que en las habitaciones. Samuel tenía el pelo algo húmedo después de la ducha y comenzaba a no sentir las orejas. Al entrar echó un vistazo a su alrededor. Casi no había gente. Junto a la chimenea se encontraba la pareja de extranjeros jubilados que había conocido a la entrada. También había dos grupos separados de jóvenes jugando a las cartas. La mayor parte del comedor estaba desocupada. En verano hasta era difícil encontrar sitios, pero en invierno este era su estado natural.

Normal que no haya ni un alma. Ojalá yo me hubiera quedado también en casa. Mira que se lo dije, este fin de semana va a ser el más frío del puto invierno. Mejor ir solo hasta el paso y así bajamos a tiempo para ir a un hotel. Pero no, la niña quería hacer cumbre. La próxima vez que se venga sola. Está buena, pero yo ya no tengo edad para pasar este frío. Quizás con una de mi edad esté mejor. Una que no tenga la mierda esa de vivir a tope. Encima me he tenido que duchar para no apestar. Seguro que ella cuando baje no se ducha, con el frío que hace en el baño. Me tenía que haber metido en el saco sin cenar ni nada y a tomar por culo.

Siempre llevaba el saco de dormir aunque fuera a dormir en un refugio. Una vez pilló chinches y desde entonces no se fiaba de las mantas de ningún sitio. Hizo el amago de acercarse a la chimenea, pero al pensar en entablar conversación con los jubilados decidió recular. Mejor pasar frío. Se sentó en una de las enormes mesas, lejos de los dos grupos de excursionistas. Miró el reloj, eran las 15:43 y empezaba a oscurecer. Habían llegado sobre las doce, así que Marisa ya llevaba casi tres horas de excursión en solitario.

Espero que encima no se pierda la niñata. Ya le dije que sola no debía subir. No salgo a buscarla ni por un millón de euros.

Miró su móvil, pero no tenía cobertura. Recordó que en el dormitorio tampoco había. — ¿Quiere que le ponga algo?

El que preguntaba era el guarda del refugio, un chico de unos treinta años vestido con ropa de montaña.

- Sí. Algo para entrar en calor. Un café, con leche… descafeinado.

- Descafeinado sólo tenemos de sobre. ¿Quiere probar el Glüwein? Para entrar en calor es lo mejor.

Samuel tardó unos segundos en responder.

- ¿Eso qué es?

El chico le señaló la carta que había sobre la mesa.

- Es vino caliente. Es lo que se toma en Alemania cuando aprieta el frío. Tenemos el vaso a tres euros y la jarra a siete.

De nuevo hubo unos segundos de silencio.

- A mí no me vengas con mierdas. Si el descafeinado es de sobre, pues de sobre, que tampoco te lo he pedido de máquina. Con la leche caliente.

Mierda de niñato. Encima se va cabreado. Ahora tienen que probar todo lo que es moderno. Si lo hacen los alemanes por cojones tenemos que hacerlo nosotros. Se puede meter el vino caliente por el culo.

Miró a los dos grupos y, en efecto, ambos tenían jarras de cerámica de la que parecía salir algo de humo. No podía estar seguro de lo que era porque los vasos eran también de cerámica y no se veía el contenido.

Para esto suben a la montaña los jóvenes, para emborracharse con Don Simón calentado en el microondas. Hay que ser gilipollas.

El camarero le sirvió el vaso de leche con un sobre de café descafeinado y otro sobre de azúcar. Agarró el vaso con las dos manos y dejó que sus dedos entrarán en calor. Cuando se enfrió un poco se preparó el café y empezó a beberlo con pequeños sorbos.

Se pasó la mano por la cabeza y notó que tenía el pelo ya casi seco, así que se puso el gorro. Notó como las orejas comenzaban a recuperar la sensibilidad. Miró la chimenea, pero la pareja seguía ahí y desistió de poder acercarse en toda la noche. Odiaba tener el pelo húmedo, pero la toalla de montaña que había subido casi no secaba.

Después del café se pidió una copa de vino. Vino normal, sin calentar. Cuando lo probó descubrió que no era tan malo como había anticipado. Así pasaron las horas en el refugio. Todavía quedaba algo de claridad, pero empezaba a ser preocupante que Marisa no volviera. Esquiar de noche, fuera de pista, era muy peligroso.

¿Se habrá perdido? Es raro. Llevaba el GPS y marcamos el refugio antes de subir. Le basta con volver a hacer el mismo camino para abajo. ¿Le habrá pillado una avalancha? No, estamos a riesgo mínimo. Con este frío seguro que no ha habido una avalancha. ¿Llevaba el arva? Da igual, yendo sola no le va a servir de mucho. Mira que le dije que se quedase. La montaña es muy traicionera y el esquí de montaña no es una actividad para hacer solo. Será gilipollas. Mira mi amigo El Pulga. Más experiencia que él no tenía nadie, pero le gustaba ir solo. Cuando rompió esa placa y se lo llevó la nieve no lo encontraron hasta primavera. Como le pase algo todavía me echarán la culpa a mí.

El remordimiento y el nerviosismo fueron creciendo mientras fuera oscurecía. Estaba ya considerando llamar a los servicios de rescate cuando escuchó como se abría la puerta del refugio. Inmediatamente después escuchó el inequívoco sonido de unas botas de esquí golpeando el suelo del pasillo. Samuel notó como su espalda se relajaba al ver a entrar a Marisa al comedor. Sin embargo, no le duró mucho ese estado. Le bastó ver bien su cara para saber que algo grave ocurría. Cogida de su mano entró también andando una niña, de unos diez años. La niña tenía signos evidentes de hipotermia.

Samuel saltó de su silla y corrió a su encuentro. Cuando llegó a su lado la pareja extranjera ya había cogido a la niña en brazos. Estaba casi inconsciente. Sus labios estaban morados y tenía la piel pálida. Sin duda llevaba muchas horas en la montaña.

- ¡Marisa! ¿Qué cojones ha pasado?

La chica levantó la cabeza y lo miró unos segundos antes de responder.

- ¡Samu! ¿Dónde estabas? Pensaba que al no volver vendrías tú a buscarme. He tenido que bajarla yo sola desde el Paso del Águila.

Manda cojones. Encima de que sube sola ahora tengo yo que ser adivino y saber cuando subir y cuando no.

- Encima no hay cobertura en ningún sitio. -Prosiguió Marisa.- No he podido llamar al 112. ¿Es que no pensabas subir nunca?

- ¿Yo qué cojones sé qué te ha pasado ni donde estás? -Samuel notó que había elevado demasiado la voz al escuchar su propio eco. Miró a su alrededor y vio como todo el mundo le estaba mirando, así que decidió bajar el tono.- Marisa, cariño, estaba a punto de salir, pero no sabía qué hacer. Cuéntame qué te ha pasado.

- Esta niña. Me la encontré cuando iba subiendo. Estaba andando sola por la nieve, Samu. Parecía un fantasma de una película de miedo. No paraba de gritar y decirme cosas en alemán, pero no la podía entender. Ya sabes que hice un curso de alemán, pero debe hablar algún dialecto. -Samuel la miró con cara condescendiente, pero ella no pareció apreciarlo.- Sólo he podido entender la palabra “Vater”, que significa “padre”. Todo el rato señalaba hacia arriba. Creo que su padre tuvo algún tipo de accidente y quería que subiéramos a buscarlo. Miré por todos lados, pero no vi a nadie. He intentado llamar a los servicios de rescate, pero no hay cobertura en…

No llegó a terminar la frase porque fue bruscamente interrumpida por el guarda.

- Aquí tenemos un teléfono, voy a llamarlos.

Salió corriendo y desapareció. Marisa ya no se sintió con necesidad de acabar su historia, así que se sentó un momento en uno de los bancos del refugio. Samuel se sentó a su lado sin saber muy bien qué hacer. Mientras, el matrimonio se llevó a la niña alemana junto a la chimenea. Añadieron también un par de troncos para avivar el fuego.

- Ha sido horrible Samu, de verdad. -Dijo Marisa.- Pensaba que no me llegaban las fuerzas para bajar. Habrías salido a buscarme, ¿verdad? No me ibas a dejar tirada.

- Claro que no. Estaba a punto de salir.

Pasaron así unos minutos. Marisa descansando, y Samuel sin saber qué decir. La niña había recuperado el color anaranjado propio de unos labios sin hipotermia, y dormía en los brazos de la anciana. Perdieron la noción del tiempo y les parecía que habían pasado horas cuando el responsable del refugio volvió.

- ¡Escuchadme todos! He llamado a los servicios de rescate, y ya vienen los picolos de camino. El problema es que no pueden mandar el helicóptero porque al parecer no vuelan de noche. — Hizo una pequeña pausa, pero nadie dijo nada.- Vienen a pie, así que tardarán por lo menos cinco ó seis horas. Mañana en principio podría venir el helicóptero, pero no se sabe. La previsión es que va a empezar una tormenta en cuatro o cinco horas, así que puede ser que no salga. Por lo visto sí que sabían que se había perdido un alemán que iba con dos niños. Parece que les ha llamado un familiar porque no han vuelto, pero no sabían donde habían ido. Primero vendrán aquí, al refugio, y ya desde aquí harán varios grupos para buscarlos.

Marisa rompió a llorar, y por un momento solo se oyeron sus sollozos entremezclados con el ruido de la madera ardiendo en la chimenea. Se habían perdidos dos niños, y uno seguía fuera, perdido.

- Bueno, me han dicho que también otra cosa. Si hay alguien con experiencia puede subir a ver si los encuentra, y que los baje aquí, o que les ayude a pasar la noche. Yo no puedo ir, porque por ley no puedo abandonar el refugio. Si no sí que subía. Tenemos aquí una baliza que se puede usar para marcar la posición, y también para mandar algún mensaje. Como va por satélite no tiene problemas de cobertura. Así si no se les pueden bajar al menos los picolos sabrán donde encontrarlos.

Volvió el silencio. Todos los habitantes del refugio se miraban unos a otros, salvo la pareja que seguía en la chimenea. Nadie dijo nada. Samuel los miró a todos uno a uno.

Claro cabrón, no puedes abandonar el refugio. Me cago en mi puta estampa. Los niñatos estos están borrachos y, además, ¿qué saben ellos de montaña? Habría que rescatarlos a ellos después. Los viejos no van a subir. ¿Y los servicios de rescate dónde están? ¿Para eso pagamos nuestra federativa? Y los impuestos también los pagamos, claro. Habrá que ver en que se lo gastan todo. Es verdad que se la juegan los tíos esos, pero ya podrían venir antes.

Sus ojos se encontraron con los de Marisa que lo miraban llenos de lágrimas.

- Pero joder. -Comenzó a decir, anticipándose a la situación.- Si no sabemos ni donde están, ¿cómo vamos a subir? Si además viene una tormenta.

Se formó un murmullo entre los más jóvenes del refugio.

- ¡Eres un cobarde! -Le espetó Marisa.- Tú conoces esta sierra mejor que nadie, estás descansado, tienes el material y todo. ¡Por lo menos sube hasta el paso y mira a ver si los encuentras!

Encima cobarde. ¡Yo! Pero si no quería ni pasar aquí la noche y ahora me dicen de ir de rescate. ¿Y qué cojones hago si los encuentro? ¿Los bajo a los dos yo solo? Sí, miradme todos como si fuera mi culpa, cabrones, pero ninguno os ofrecéis a subir. Mierda. Si no subo capaces son de denunciarme por no ayudarlos. Bueno, si a la tormenta le quedan cuatro horas todavía tengo tiempo. Puedo ir a echar un vistazo, no ver nada y bajarme. De aquí al paso tardo una hora y media. En bajar la mitad. Bueno, siendo de noche será un poco más de la mitad. En tres horas seguro que estoy de vuelta. ¿Pero como piensan que los voy a encontrar?

Sin decir palabra se levantó y salió del comedor. Volvió a los diez minutos totalmente equipado. Llevaba su anorak de plumas rojo, los pantalones de gore-tex negros y su vieja mochila verde a la espalda. En la cabeza llevaba su casco en el que ya se encontraba su linterna frontal. Era una de las mejores del mercado, y él siempre llevaba pilas de repuesto, por lo que no tendría problemas. La mochila estaba llena, casi tanto como cuando llegó esa misma tarde al refugio. Por fuera llevaba la pala antiavalanchas, y abajo del todo sobresalía su esterilla aislante.

- ¿Entonces vas a subir? — Preguntó Marisa con un leve tono de ilusión.- ¿Para qué llevas el aislante?

- ¿Cómo que para qué? -Respondió Samuel enfadado.- ¿Si los encuentro qué quieres que haga con ellos? ¿Qué los baje? Tendré que cavar un hoyo y cubrirnos de nieve hasta que pase la tormenta.

Marisa entendió el porqué de la mochila cargada y lo miró con admiración. Era un bruto y un cascarrabias, pero también era el alpinista más experimentado que conocia. No tenía nada que ver con los jóvenes que se gastaban miles de euros en material de alpinismo y luego no sabían ni calzarse los esquís. Se levantó y lo abrazó abarcando la mochila con sus brazos.

- Muchas gracias, Samu. Eres mi héroe. Ten cuidado que al principio hay un trozo mixto.

- Hay piedras, Marisa, que mierdas de trozo mixto. Eso se dice en escalada. -La miró con desdén.- En la montaña siempre hay piedras.

Marisa lo soltó y decidió no discutirle. El guarda le entregó el pequeño dispositivo GPS. No era muy complicado. Parecía un móvil antiguo, con teclado alfanumérico. Un botón mandaba la señal de rescate junto con la localización. Para mandar mensajes funcionaba como un teléfono normal. Samuel lo ató a una brida de la mochila y se dirigió hacia la salida. A Marisa le dedicó una mirada de despedida, pero nada más. Una vez en la puerta se quitó la mochila, le puso los esquís a los lados, se colocó una máscara de neopreno para el frío, encendió su linterna, se puso los guantes y salió del refugio.

Me cago en la leche, qué frío. Esto no tiene nombre. Ni con el gorro y el casco tengo las orejas calientes. Bueno, ahora subiendo empezaré a entrar en calor. Quizás me debería abrir un poco el anorak para no empezar a sudar. Bueno, más arriba mejor, cuando me ponga los esquís. Vaya faena. Tener que salir a estas horas para que no me juzgue esa panda de idiotas. ¿Y Marisa qué se habrá creído? ¿Cobarde yo? Mira como ella no va a salir. Menos mal que hay luna. Pues tenía razón en lo de las piedras, a ver cuando me voy a poder poner los esquís. Menos mal que no les quité la piel de foca ni nada. Jeje, por flojo me he ahorrado un trabajo, jeje. Mira, ya se acaban las piedras, tampoco era para tanto. Qué ganas de ponerme los esquís y quitarme peso de la mochila.

Debido al frío no quiso quitarse los guantes, y eso hizo el proceso de ponerse los esquís más largo de lo habitual. Con al mochila más ligera comenzó un lento ascenso, pero antes de comenzar a esquiar se desabrochó el anorak hasta la mitad para evitar la sudoración. La nieve estaba en unas condiciones bastante buenas, y la luna estaba casi llena, por lo que en realidad no estaba tan oscuro. En menos de una hora y media había llegado al lugar indicado por Marisa, sin haber parado una sola vez y casi sin mirar el GPS.

Bueno, aquí estamos. Ahora qué cojones pensábais que iba a hacer. ¿Recorrerme toda la sierra? El tracking del GPS prueba que he subido, así que ahora me bajo y que no me toquen más las pelotas.

Sin embargo no llegó a darse la vuelta para bajar. Al echar un último vistazo a la montaña que tenía por encima vio una pequeña luz titilando. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. No podía ser otra cosa que una linterna. Seguramente alguien había visto la luz de su frontal y estaba haciéndole señales. O quizás no lo habían visto y simplemente tenían la linterna encendida.

Joder. ¿Serán los alemanes? Si no son ellos es otro que está también jodido. Mierda, mierda, mierda. ¿Pero qué cojones hago ahora? ¿Subo? ¿Y cómo cojones los bajo? Tendría que haber subido una tienda. Lo del hoyo es una mierda, no hay suficiente nieve para eso. Además se tarda un montón. Si el aislante lo cogí para que vieran lo bien preparado que iba. Mierda. ¿Pero cómo los iba a encontrar en mitad del monte? Si preparo un vivac seguro que morimos congelados los tres. Además en un sólo aislante no cabemos. Bueno, tengo la manta de supervivencia, pero eso no sirve para nada.

De nuevo observó la luz titilando en mitad de la oscuridad un par de veces. Luego desapareció. Pasó unos minutos eternos observando sin volverla a ver.

Quizás me lo he inventado. Mejor me bajo. Tampoco he visto a nadie en realidad. Bueno. Nadie puede decir que no lo he intentado. ¿Y si se mueren? Encima viene tormenta. ¿Cómo voy a dejarlos ahí? Pero la tormenta también me pillará a mí. Joder, yo ni quería pasar noche en la montaña. ¿Ahora voy a tener que pasarla al raso?

La voz de Marisa resonó en su cabeza: “Eres un cobarde”.

Mierda. La luz ya no se ve. Igual de verdad que me lo he inventado. No, eso no es verdad. La he visto seguro. Si bajo de verdad que soy un cobarde, pero si subo seguro que morimos congelados los tres. Putos picoletos, tendrían que estar ellos aquí. Bueno, a lo mejor suben pronto. Los tíos saben lo que hacen. El helicóptero no. Seguro que con tormenta no sube. ¡Mierda! Estoy jodido. Putos domingueros que suben sin tener ni idea.

Miró de nuevo a la montaña sin alcanzar a ver la luz de la linterna. Daba igual, tenía muy buena memoria y sabía bien donde la había visto. Esta montaña la conocía a la perfección. Se quitó un guante y cogió la baliza que le había dado el guarda. Mientras la mano se le congelaba marcó el número de Marisa y escribió: “Marisa, los he encontrado. Subo a ayudarlos. Dile a los de rescate que…” En ese momento recordó que en el refugio no había cobertura y que Marisa recibiría el mensaje cuando todo hubiera terminado. Borró la última parte. Reescribió el mensaje: “Marisa, los he encontrado. Subo a ayudarles. Espero verte abajo. Te quiero.” Mandó el mensaje e inmediatamente después envió la señal de posición.

Suspiró y se desabrochó de nuevo el anorak. Lentamente comenzó a subir.

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