La pesadilla de los cerrajeros
A esa hora de la tarde en la que el letargo de después de almorzar pelea con las (a veces honestas y otras deshonestas) ganas de trabajar, Pedro el cerrajero recibe una llamada.
Joven, yo creo que usted no entiende, uno llama a un cerrajero cuando la puerta no le abre, no cuando no cierra; además según lo que me dice su puerta está bien.
Seis preguntas, ocho respuestas, cuatro descripciones de chapas, llaves, bisagras, materiales y medidas después, el cerrajero está al frente de una puerta abierta.
Ciérrela. Raúl cierra la puerta. Pedro mira a Raúl, después mira a la puerta, Raúl prende un cigarrillo, Pedro mira su reloj, baja el brazo y se inclina para mirar la chapa de la puerta, después vuelve a mirar Raúl que levanta la mano derecha para pedirle que espere. La paciencia del cerrajero se acaba al mismo tiempo que el cigarrillo y Pedro extiende la mano derecha hacía la puerta que se abre.
Bueno, pero qué tiene de malo que se abra sola cuando va a salir, dice el cerrajero mientras mira las partes de la puerta que había escuchado describir. Después me puedo arrepentir y la puerta se queda abierta, además que no quiero no estar, y que de pronto se abra y entre alguien o algo así.
¿Y es que se queda abierta? si señor.
El cerrajero busca los flujos de aire y cierra la puerta que se vuelve a abrir. ¿Ha intentado cerrara con fuerza? Sí, pero lo único que logro es que se devuelva con la misma fuerza y me de un golpe, el cerrajero que no estaba escuchando se golpea con la puerta.
No entiendo dice uno.
¿usted cree que yo sí? contesta el otro.