La falacia del #DíaSinMóvil

Martinelli
8 min readJul 9, 2015

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Hubo un tiempo en que había un puñado de “Día de” al año, y cada uno de ellos se hacía algo en conmemoración de un concepto o una efeméride. Puede que por la globalización, por las redes sociales o por la tontería humana en general, desde hace unos años todos los días es “Día de” algo (recuerda, el día menos menos pensado, será tu día). Sin ir más lejos, ayer día 8 de julio se celebró concretamente el “Día sin móvil” (con su hashtag, #díasinmóvil), creo que por segunda vez tras haberse celebrado el primero el pasado 2014. ¿El motivo? Dejar de ser “esclavo” por un día de nuestros terminales, esconder el móvil desde la hora 0 y no tocarlo hasta 24 horas después, y ver qué tal nos va el día.

La propuesta busca mostrar la (extrema) dependencia del ser humano actual con el móvil, y crear cierta reflexión al respecto. Sin embargo, pese a esta aparente buena intención, me parece una propuesta bastante inconsistente y que al final tampoco muestra del todo lo que se pretendería. Si me queréis acompañar, procedamos a destripar el #DíaSinMóvil y, por supuesto, a opinar.

Los fundamentos: qué es y qué no es

Al preguntar a San Google veremos que nos muestra dos #DíaSinMóvil (en adelante, DSM). Está el primigenio, el que surgió en protesta de las tarifas de las operadoras móviles allá por 2007, cuando en España hubo una subida tanto de las tarifas por tiempo de conversación como en el establecimiento de llamada.

El DSM actual surgió unos 6 ó 7 años después y, como hemos visto, con un propósito totalmente distinto. Lo dio a conocer Antonio Lorenzo en 2014 para probar la enfermiza dependencia de nuestro smartphone (lo que ya tiene palabro, la nomofobia) y proponer a los lectores que se pusiesen a prueba y viesen hasta qué punto se puede “sobrevivir” sin el teléfono móvil y ver los límites de su paciencia, fuerza de voluntad e, incluso, humor.

Vemos pues un fin claro de sanearse, de evitar ese “síndrome de la cabeza bajada” y de enfrentarse a los “peligros” de no recibir los aspectos de nuestra rutina (información, comunicación y localización, entre otros) que habitualmente controlamos desde el terminal a tiro de unos pocos taps. Pero, ¿realmente así se comprueba esto? ¿Son el enfoque y el procedimiento más indicados para llevar a cabo un reto así y extraer unas conclusiones válidas?

Si hay experimento, que haya método científico

No voy a ocultar mi devoción a este patrón de patrones, pero aún dejando la subjetividad a parte, este método se entiende como la manera correcta de probar o refutar una hipótesis. Por eso creo que es una buena herramienta para estudiar el experimento que nos ocupa y, si cabe, replantearlo. Por tanto, yendo a su estructura más básica, y tomando como fuentes tanto a Antonio Lorenzo como a David Arráez (que contó su experiencia tras pasar el DSM) tendríamos:

  1. Observación: los móviles acaparan un “exceso de atención”.
  2. Hipótesis:estar un día sin móvil es llevadero y en absoluto traumático
  3. Experimentación:dejar el teléfono apagado durante 24 horas seguidas
  4. Demostración o refutación de la hipótesis:Había conseguido sobrevivir a un día entero sin el móvil, y pese a esa crisis inicial provocada por la adicción digital que sufrimos, el día había sido magnífico. Soberbio. Único.
  5. Tesis: no hay ninguna cita que encaje aquí textualmente, pero englobando las informaciones podría ser algo como “Estar un día sin móvil es recomendable”

Personalmente veo una inconsistencia entre el planteamiento y lo que se pretende probar. En la práctica, el experimento es evitar las notificaciones que se emiten en el terminal, pero no los servicios en su totalidad. Es decir, sí se evitará el uso de apps exclusivas (como podría ser Instagram), pero admitiendo ordenadores y tablets (iPad en este caso), se suplen la mayoría de servicios y comunicaciones, al menos en pequeñas dosis según lo itinerante que sea la rutina de cada caso.

Evitaremos, como dicen los autores y propios sujetos del experimento, el phubbing, otro palabro nuevo nacido del abuso de los dispositivos móviles, que define el comportamiento de ignorar a la/s persona/s con las que compartimos mesa para centrar nuestra atención en la pantalla del dispositivo que sea. Pero el DSM sigue siendo un bloqueo relativo, intermitente y parcial de la información de redes sociales o de otras plataformas, no es una privación al uso, como la de Skinner con el alimento o el agua.

La esencia y el replanteamiento

El teléfono móvil se ha convertido en la manera directa de nutrirnos de lo virtual, compartiendo ahora terreno con los smartwatches, que aunque dependientes de los primeros logran acortar aún más el camino del mail o la notificación de turno. Pero lo que nos crea dependencia es el contenido virtual en sí, no el continente. Va más allá de desde dónde o cómo nos llegue.

Es decir, obviamente, para quienes sufrimos dicha dependencia, hay al menos un rato de desesperación cuando de golpe nos quedamos sin recibir (o emitir) estos contenidos. Pero sólo privándonos a ratos y de manera parcial, el experimento se queda en aperitivo. Queda demostrado que hay cierto placer al verse vivito y coleando tras superar el “castigo”, pero el hecho de tener acceso a un PC y a un tablet puntualmente son avituallamientos demasiado ventajosos en este maratón neo-ermitaño.

En mi opinión, habría variantes del experimento con las que podríamos extraer una experiencia y conclusiones al respecto mucho más válidas y puras. Si, además de no utilizar un móvil, por extensión tampoco usásemos los servicios que por red éste proporciona. Es decir, no permitir redes sociales ni clientes de mensajería de escritorio. Un uso offline de ordenador y tablet si es que el trabajo lo exigiese. De ese modo, la propuesta quedaría más o menos así:

  1. Observación: los servicios móviles acaparan un “exceso de atención”.
  2. Hipótesis: “estar un día sin servicios es llevadero y en absoluto traumático”
  3. Experimentación: “dejar el teléfono apagado durante 24 horas seguidas y usar un PC y/o un tablet sólo si es imprescindible para el trabajo”. Despidos por jugar a ser ermitaño no, por favor.
  4. Demostración o refutación de la hipótesis: “He acabado el día genial” o bien “Pensaba que no acababa el día, qué horror”
  5. Tesis: “Estar un día sin servicios es recomendable” o “Estar un día sin servicios es una locura”.

De esta manera la experiencia no tendría atenuantes ni artefactos. Tendríamos que recurrir al contacto humano para muchas otras cosas, como poder tener ese fax que habitualmente recibimos por correo electrónico, y no tendríamos la opción de disponer de la mensajería instantánea en el ordenador. Lo que se valora tanto en el texto de la experiencia de Arráez, lo humano, empezaría desde nuestro propio cerebro cuando tuviésemos que estrujarlo a la hora de recordar un número o una tarea.

Un hashtag volátil

No hay duda de que vivimos en la era de la sobresaturación 2.0 y que puede llegar a ser preocupante tanto el nivel de dependencia a los servicios online como el número de personas que lo padecen. El “síndrome de la cabeza baja” que menciona Lorenzo es un hecho, lo vemos cada día e incluso puede ser un riesgo cuando el nivel de abstracción de la realidad sobrepasa lo racional, habiendo choques y atropellos.

Sin embargo, este experimento resulta efímero en la práctica, como muchos “Días de” de hecho, aunque la intención o su base sea buena y busque la reflexión del lector. El hecho de narrar por Twitter la vivencia, aunque a esta plataforma se pueda acceder desde un ordenador, es bastante contradictorio, por ejemplo, tanto para el experimento como para fomentarlo: “Hola, te propongo no tocar el móvil, pero te voy a contar mi vivencia por Twitter”. No me cuadra.

Profilaxis y educación

El “silencio digital” al que se hace referencia David Arráez es en la práctica parcial e intermitente, aunque resulte igualmente placentero según nos cuenta. De hecho, lo suyo no debería ser recuperar de manera puntual este bello concepto con experiencias así, sino no llegar a perderlo al incorporar un teléfono móvil a nuestras vidas. No al menos quienes formamos parte de esas generaciones que no nacieron con un smartphone bajo el brazo, sino con un teléfono inalámbrico tamaño Godzilla o directamente con la cabina telefónica.

Lo suyo no debería ser recuperar de manera puntual el silencio digital con experiencias así, sino no llegar a perderlo al incorporar un teléfono móvil a nuestras vidas

Es por esto que, personalmente, veo muy poco reivindicativo el experimento tal y como se plantea, además de que me resulta aterradoramente sorprendente el hecho de que se catalogue como “inesperado” la acción de conversar cara a cara, y que la variedad de interlocutores sea un hecho a recalcar. Puedo entender cierto énfasis y el uso de recursos literarios si cabe, pero si esto no forma parte de una ironía tremendamente bien hilada y muy sutil, creo que el problema va mucho más allá de no usar el terminal.

Hace unos días hice este experimento de manera involuntaria, y estuve seis horas con un no smartphone, un teléfono de tropecientos euros que hacía las veces de patata hervida. La desesperación duró lo que tardé en activar la versión web de la app de mensajería para poder comunicarme con mi entorno de trabajo. Y la comunicación con las personas ocurrió de manera habitual, sin cambios (fui rancia y social en los porcentajes habituales).

Creo que la repercusión social del abuso de lo virtual (más allá del móvil), el phubbing, o como se quiera llamar tiene una raíz educativa pura, y que hace falta algo más que pasar un día parcialmente aislado de todo esto. Puede que una experiencia así, en los casos más graves, abra un poco los ojos o haga recordar aspectos de la realidad que se habían olvidado, pero sinceramente no veo utilidad a esta experiencia más que hacer algo de ruido y no albergar el cambio social que lo digital ya hace años implicó.

Lo que realmente sirve es ser realista y no perder esa conexión con el mundo tangible en el que vivimos

Os habla una adicta, una dependiente, una trabajadora de lo virtual. Y lo que realmente sirve es ser realista y no perder esa conexión con el mundo tangible en el que vivimos. El problema no son las fechas o los números de teléfono, es nuestra atención que no es suficiente y sólo activa la memoria a corto plazo. El problema no es el WhatsApp, es cómo lo usas. El problema no es el móvil, son tus prioridades.

Como siempre, la dosis es el veneno, y tratamiento hay, pero es mejor siempre la profilaxis. No desconectes un día al año y te sientas falsamente realizado, desconecta un rato todos los días y empápate de mundo. ¿Tú también encuentras sorprendente el hablar cara a cara con una persona? Vale, pues no te engañes y sé consciente de tus prioridades. Y, si ves que no están bien ordenadas, hazlo.

La vida simple está ahí, sólo hay que querer vivirla.

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Martinelli

Veterinaria, blogger e intrusa en general. Aquí están mis reflexiones puntuales sobre tecnología, para todo lo demás, Martinelízate.es.