Adriana Marcela Rico Rodríguez
5 min readSep 23, 2018

¿A qué es a lo que le tememos: a la soledad o a nosotros mismos?

“Suele decirse que Nikola Tesla fue el genio que iluminó el mundo, y que para imaginar nuestra vida sin su legado bastaría simplemente con apagar la luz. No obstante, su figura se halla a su vez imantada por esa soledad y esa incomprensión que a menudo acompañan a las grandes mentes: siempre complejas, siempre fascinantes.

Una de las frases más conocidas de Tesla es aquella que inmortalizaron los periodistas de la época y que de algún modo sirvió también para perfilar un poco más su estilo vehemente y siempre efectista: “el presente es vuestro, pero el futuro es mío”

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“Ella estaba allí, sentada sobre el sofá, envuelta en una cobija y tomando una taza de té caliente. Miraba por la ventana mientras las gotas de lluvia golpeteaban la ventana. No sólo llovía afuera, llovía en su vida, y su existencia se sumergía en una profunda tormenta. Las desgarradoras lágrimas caían impacientes a través de sus mejillas mientras a la par iban cortando su respiración. ¡Le dolía el mundo, le dolía la vida!

Su única compañía en ese momento era ella misma y sus puntiagudos pensamientos. Se autoflagelaba y se autoinflingía. No importó el esfuerzo y la dedicación, todo terminó, dejándola abatida y sin ganas de seguir. ¿Qué me faltó por hacer?, y… ¿si hubiese hecho esto o aquello?, y… ¿si me hubiese esforzado más?, y… ¿si hubiese dado más de mi? Se decía.

Se levantó de repente, molesta consigo misma, criticando todo lo que hizo y también lo que no hizo. Se dirigió a su habitación y se topó con ella misma frente al espejo. No le gustaba lo que veía. Y no me refiero a su rostro rojizo, sus ojos hinchados y su despeinada y desañilada apariencia, me refiero a lo que veía más allá, dentro de sus ojos a través de su mirada.

No pudo con eso. Se dio una ducha y tras retocarse un poco decidió salir de fiesta. Y así transcurrían sus días, lloraba, se lamentaba, se miraba al espejo, no le gustaba lo que veía, se arreglaba, salía. Lo único que no hacía era enfrentarse con ella misma. Evitaba al máximo escuchar sus pensamientos y confrontar sus sentimientos.

Abrió los ojos, estaba obscuro y el silencio era ensordecedor. 3:38 a.m. indicaba el reloj. Sus lágrimas escurrían y su pecho dolía. El cuchillo estaba entre sus manos… Se levantó, corrió al baño, prendió la luz y se encontró con su reflejo.

¿Qué te pasa? ¿A qué estás jugando? ¿Qué estás haciendo con tu vida? ¿Acaso no vale la pena…? ¿Qué vale la pena?

Por primera vez, en casi dos años pudo observarse sin juicios y hablarse suavemente mientras miraba en su interior.

Lo vales todo, lo mereces todo, has llegado hasta aquí sólo por tu esfuerzo. Eres preciosa a pesar de la tristeza que se ha dibujado en tu rostro, eres un alma pura y tienes un corazón inocente. ¿Te vas a dejar vencer?

A la mañana siguiente se sentó de nuevo en ese sofá, no llovía, amanecía. Como amanecía de nuevo en su alma. Decidió escucharse, ya no se flagelaba o se infligía. Se cuidaba. Decidió darse otra oportunidad. Retomar su vida, pero no la inmediatamente anterior, ¡no! Volvió a su esencia, aquella que se construye desde la niñez; donde se puede ser espontáneo y donde no hay temor a que los demás te hagan daño. Comenzó de nuevo y se propuso seguir caminando. Decidió renovarse y revivir como lo hace el Fénix.

Hoy, pocos años después adora verse en el espejo, dialogar con su alter ego y sonreírse. Ama lo que observa y disfruta al máximo de su soledad, pues gracias a ella, su nueva vida es mejor que nunca, ha encontrado el camino, que aún con bifurcaciones, la lleva a donde ella quiera ir, nada más.”

Este relato es solo uno de aquellos tantos que se escuchan o se ven por ahí. Creemos huirle a la soledad, sin embargo, a lo que realmente le huimos, no es a otra cosa que, a nosotros mismos.

Jean Paul Sartre dijo alguna vez: “Si te sientes solo cuando estás solo, estás en mala compañía”.

Parte de ese miedo a la soledad y sobre todo el miedo a reconocernos a nosotros mismos, nos puede llevar a encontrar “refugio” en vicios de cualquier tipo: drogas, alcohol, sexo ocasional, relaciones superficiales y tóxicas, compras compulsivas e innecesarias, fiestas constantes, aislamiento (ver series en Netflix todo un fin de semana a solas, con las cortinas bajas y comida chatarra), etc. Nos puede llevar al descuido total de nuestro propio ser, de nuestra propia imagen, de nuestro propio cuerpo. Nos abandonamos y nos echamos al olvido y a la pena.

Cuando comienzas a conocerte y a entender que acontece dentro de ti, la soledad o incluso la compañía no serán un obstáculo.

Nos han incrustado en la cabeza, un chip que constantemente nos dice que estamos obligados a ser felices todo el tiempo. ¡Como si eso fuera sólo cuestión de patear piedritas!

¡No, no estamos obligados a ser felices todo el tiempo! A lo que sí estamos obligados es a entender lo que sentimos, las emociones que esos sentimientos nos generan y los pensamientos que acarrean. Sólo reconociendo nuestras emociones y aceptándolas, lograremos comprender nuestros estados de ánimo y lidiar con ellos.

La mente es poderosa, si y solo sí, le damos las herramientas necesarias para que nos guíe y nos permita ser felices.

La vida es de momentos y hay momento de toda índole: de tristeza, preocupación, ira, melancolía, alegría, felicidad, amor, ansiedad, ociosidad, pereza, altivez, prepotencia, bondad y todas aquellas que se puedan imaginar. Entonces ¿por qué la felicidad debe ser una vida entera?

Y la felicidad al igual que las demás emociones no deben ser el fin, deben ser el camino para alcanzar la vida que queremos.

Obsérvate al espejo y acéptate, mira tu alma, deja que tus ojos hablen y que los pensamientos afloren. Permítete reconocer cada sentimiento, cada emoción, cada circunstancia y cada situación.

Suelta todo aquello que te coarta, que te maltrata y que no te deja avanzar. ¿Para qué guardar recuerdos, cosas o personas en el corazón si sólo consiguen hacerte daño y dejarte en el estanco?

Ayer eras uno, hoy eres otro y mañana… serás quien tú quieras, siempre y cuando te permitas viajar ligero, llevando contigo sólo tus ganas de vivir y de avanzar.

Observa el pasado desde el lugar en que te encuentras, agradeciendo por lo que te enseñó, vive tu presente con atención y sin afanes; ya verás como el futuro va llegando a pasos firmes sin mayor esfuerzo y sin siquiera darte cuenta.

Adriana Marcela Rico Rodríguez

Me gusta soñar con los pies en el suelo. Amante de la vida, de la música, la lectura y la escritura. Amo reír a carcajadas y llorar con ganas.