Abuelo

Afotoquimico
3 min readOct 3, 2016

--

Hace mucho que no voy a verte. Por unas cosas o por otras, siempre hay algo que parece más importante y lo pospongo una y otra vez. No creas que no pienso en ti, al contrario. Lo hago cada día y sé que por eso no me lo tienes en cuenta. ¿Sabes? Tengo tanto que contarte que no sé por dónde empezar. Supongo que lo mejor es empezar por lo más reciente, que es darte la enhorabuena: ya eres bisabuelo. Bisabuelo de un pequeño de alborotada cabeza trigueña, tez rosada, alegres y profundos ojos oscuros, vivaracho, inquieto, de carcajada fácil y contagiosa y tremendamente feliz, que hemos llamado Rafael. La próxima vez que vaya a verte vendrá conmigo y podré presentártelo.

Mientras llega ese momento, voy a hablarle de ti, para que te vaya conociendo. Le contaré cómo durante unos años fui tu único nieto y eso hizo que yo fuera un poco diferente a los demás, según me contó después abuela. Diferente como esa camisa que escoges para ocasiones especiales, aunque sabes que todas las que cuelgan en el armario te quedan bien. Yo, claro, no era consciente y es ahora, echando la vista atrás, cuando caigo en algunos detalles que me dicen que era cierto. Como el hecho de venir desde el pueblo siempre en mis cumpleaños y aprovechar para celebrar también el de mi hermano, que era un mes después. O recibir más de una vez algo más de ese dinerillo que nos dabas siempre que íbamos a veros. O que fuera mi cara la que iluminaba tus ojillos cuando ya tu mente caminaba entre penumbras.

Le contaré también cómo te gustaba echar un paseo por las tardes al campo de fútbol y como siempre, a la vuelta, parábamos en lo Anselmo a echar una monedilla en las tragaperras y a tomar un quinto tú, una fanta yo y una tapilla, de carne frita, servida en unos pequeños platillos metálicos con un pequeño pedazo de ese pan cateto con la consistencia del hormigón armado. También cómo tenías presente los años de las hambres y cómo te gustaba tener la nevera llena hasta los topes, el poyete de la chimenea a rebosar de tomates, cajas y cajas de cerveza apiladas y dos jamones siempre colgados tras la puerta de la cocina porque “ahora que puedo, que no falte”. Es curioso, yo soy exactamente igual.

Le contaré a Rafael cómo te fuiste a Alemania, con una maleta de cartón y una muda, a poner vías de tren “enterrado en nieve”, le contaré que tenías miedo y salías a la calle siempre con un cuchillo en el pantalón y le contaré cómo enfermaste de pena y que sólo volver a casa te curó. También sabrá cómo, más de 40 años después, estuve allí donde tú estuviste y quizás pasé por las vías que tus manos heladas pusieron tiempo atrás. Nunca lo sabré pero ojalá hubieras estado aquí para contártelo.

Sabes que hace mucho que no voy a verte. Ya van a ser diez años. Pero yo sé que no te importa. Porque lo que hay tras esa piedra de mármol no serás nunca tú. Porque donde estás es en esos vídeos y esas fotos que miro cada poco, en esa voz que escucho cada día diciéndome lo fresca que mantenían el agua los pirulos de la mesa, contándome del uno al diez en alemán o tarareando cualquier pasodoble torero mientras llevabas el ritmo con los dedos. Porque te veo regando ese patio donde tanto y tanto jugamos y que ya nunca más volverá a estar más que en mi memoria. Porque de ti me acuerdo cuando llegan las 1 de la tarde y sé que a esa hora estarías comiendo. A las 1 de la tarde.

Te echo de menos, abuelo.

--

--