LA NOCHE TRANSFIGURADA (Arnold Schöenberg)

Ana Garmendia Prieto
2 min readDec 8, 2018

Quizás lo primero que haya que tener en cuenta es la resistencia que siempre ha despertado y aun despierta la música de Schöenberg. La noche transfigurada o Verklärte Nacht es su obra más famosa y, aun así, es desconocida para muchos melómanos.

La noche transfigurada es, posiblemente, una de mis obras preferidas y de las que más escucho. Este sexteto de cuerdas de 1899, considerado la primera obra importante de Schöenberg se inspira en el poema de Dehmel con el mismo nombre. En el poema, Dehmel describe a un hombre y una mujer caminando a través de un bosque oscuro a la luz de la luna. La mujer confiesa entonces su secreto más obscuro a su amante: está embarazada de un extraño. Los estados de ánimo y sensaciones que emanan del poema de Dehmel se reflejan en el poema en 3 secciones que expresan: la tristeza de la confesión de la mujer; un interludio de carácter neutral donde se perciben las sensaciones del hombre al recibir la noticia; y un finale, cuando el hombre le brinda aceptación y perdón a la mujer.

La obra está impregnada del cromatismo Wagneriano, rozando el atonalismo, pero a diferencia de las obras posteriores de Schöenberg, mantiene un gran lirismo y musicalidad a lo largo de toda la obra. La partitura es un único movimiento dividido en cinco secciones que se corresponden con los temas y la estructura del poema. No es difícil, si uno conoce la historia, experimentar los mismos sentimientos y empatizar con los protagonistas a medida que uno va escuchando.

Sin embargo, La noche transfigurada generó polémica cuando fue estrenada en 1902 (no sólo por las referencias sexuales explícitas del poema de Dehmel) y sigue generándola ahora pues al oído de muchos neófitos el roce con la atonalidad suena “disonante” y “moderno”. Esto se debe a que a pesar de que la pieza prevalece la armonía tradicional por terceras, no tiene un centro tonal estable. Para Schöenberg lo importante era el qué, no el cómo, los principios de selección o los medios de presentación, no tanto cumplir con los estrictos parámetros y reglas de la armonía tradicional.

Y a veces simplemente lo que queremos expresar es disonante. Los sentimientos encontrados, la incoherencia, la intensidad… aunque nuestro oído no esté hecho a ello, a veces la forma más hermosa y más real de expresarlo es mediante disonancias armoniosamente dispuestas o precisamente por el contraste entre lo que nuestro oído percibe como más “coherente” y “clásico” con lo que no entiende y se debate con los límites de “la fealdad”. Lo disonante y lo diferente pueden ser igualmente bellos.

Podría pasarme horas escuchando una y otra vez esta obra y cada vez la siento nueva, cada vez me enseña algo nuevo sobre mí, sobre la manera en que escuchamos y entendemos la música y sobre la propia naturaleza y psicología humanas y escribiendo sobre todo ello. Sin embargo, voy a dejar que la descubráis por vosotros mismos, si no la conocéis ya, y quedéis fascinados.

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Ana Garmendia Prieto

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