SEGURO CONTRA TODO RIESGO

¿CUÁNTO LE PAGARÍAN POR LO QUE HA PERDIDO?

Alberto Chertok
7 min readApr 30, 2020

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Photo by Alexander Mils on Unsplash

Las compañías de seguro ofrecen actualmente una gran variedad de productos, desde los tradicionales seguros de vida hasta aquellos que cubren diferentes discapacidades, accidentes de tránsito y tratamientos en el exterior. Algunos contemplan la posibilidad de retiro anticipado del capital, o funcionan como cuentas de ahorro con un interés asegurado.

El seguro que nos ocupa en la presente metáfora es sumamente amplio: cubre cualquier suceso adverso que perjudique al asegurado, desde un despido del trabajo hasta un divorcio traumático.

Lo curioso de esta póliza, sin embargo, es que la indemnización se establece de acuerdo al daño causado al sujeto y no necesariamente por las pérdidas materiales ocasionadas. De hecho, la reparación que se abona al asegurado depende de cuán grave es el evento, y requiere establecer la severidad del mismo para decidir el monto a pagar. El protagonista de esta historia, Gutiérrez, se vio seducido por la amplitud de la cobertura y consideró justos los términos de la póliza: cuánto más nocivo fuera el evento sufrido, tanto mayor sería su indemnización, hasta un máximo de U$S 50.000.

Como ocurre al contratar cualquier póliza, el cliente la tomó con la esperanza de no utilizarla, y de hecho así fue: durante casi dos años, Gutiérrez pagó religiosamente sus cuotas y no tuvo necesidad de reclamar indemnización alguna. Pero tratándose de una cobertura tan amplia, era inevitable sufrir en algún momento un daño que ameritara la correspondiente reparación. Cuando esto ocurrió, nuestro personaje se dirigió a las oficinas de la compañía donde fue recibido amablemente por su agente, quien luego de conducirlo a un escritorio privado e invitarlo con un café, le preguntó por el motivo de su visita:

–Verá, –comenzó Gutiérrez– desde que contraté esta póliza he sufrido varios contratiempos, pero en ningún caso me parecieron tan importantes como para solicitar una indemnización. Ahora, lamentablemente, tuve un desgraciado incidente con mi auto, que estoy seguro justifica un reclamo…

–Cuénteme -respondió interesado su agente.

–Hace años que esperaba comprarme un 0 Km, y recién el mes pasado pude reunir el dinero necesario. Me compré un auto japonés totalmente equipado. Nunca lo dejo en la calle, pero hace dos días lo estacioné un rato en la puerta de mi casa ya que tenía que salir enseguida… se la hago corta: se desbocó un caballo, de esos que usan los hurgadores, y los chicos no pudieron controlarlo. Me destrozó el auto. No sé, la verdad, si es recuperable, y si lo es, no creo que quede como nuevo…

–Caramba, sí, qué mala suerte…

–Sí. Tengo un seguro contra accidentes, pero debo reclamar contra mi propia póliza y eso implica perder el deducible y otros beneficios… Además, me quedaré sin auto por casi dos meses. Y lo que más me afecta es la frustración de concretar un sueño y perderlo a los pocos días.

–¿En cuánto estima el perjuicio, Gutiérrez?

–Creo que es un hecho grave, yo diría muy grave. Si el tope de la póliza es de U$S 50.000, estimo que me corresponden unos U$S 30.000…

–Bien –respondió el agente–. Debemos completar algunos formularios para estimar el daño de la forma más justa posible –agregó, mientras extraía una carpeta y buscaba en ella algunos papeles. Pero no se preocupe: tal como hablamos en su momento, será usted quien hará esa estimación; nosotros sólo le mostraremos las categorías de daño.

Gutiérrez acercó su silla, interesado, mientras su agente le presentaba una hoja:

–Como ve, aquí se contempla seis grados diferentes de daño, desde los sucesos que podemos considerar terribles, es decir: lo peor que podría ocurrirle, hasta los simples contratiempos.

Gutiérrez examinó la lista mientras su agente continuaba.

–Comencemos por los eventos terribles, ¿qué incluiría usted en esta categoría?

–Bueno, la muerte de un ser querido, la mía propia…

–¿Todas ellas serían igualmente graves? Quiero decir, ¿sería tan grave la muerte de un hijo, por ejemplo, como la de otro familiar, o la suya propia?

–Bueno, no. Creo que la muerte de un hijo es lo peor que me podría pasar…

–Coincido. La mayoría de la gente lo entiende igual. Reservamos entonces la categoría «terrible» para esa eventualidad, que esperemos, naturalmente, que nunca ocurra.

–Yo pondría también allí la pérdida de mi esposa; llevamos doce años de casados y sería terrible que le pasara algo. Mis hijos son chicos, y en tal caso perderían a su madre…

–De acuerdo –respondió el agente, agregando ese dato en el formulario. Tenemos luego los sucesos que podríamos catalogar de «gravísimos»; no llegan a ser terribles, pero sin duda son dramáticos.

–Y bueno, mi propia muerte, quiero decir, contraer una enfermedad incurable…

–Sí. Para algunas personas, una discapacidad permanente, como una paraplejia que los condene a una silla de ruedas, o la pérdida de la visión, también serían hechos gravísimos.

–Sí, claro, puede poner eso también.

–¿Qué hay de la ruina económica? ¿Sería igual de malo que una discapacidad o una enfermedad incurable?

–¿Usted dice si perdiera todas mis posesiones, y tuviera que empezar de cero…?

–Exacto.

–Sería muy grave, por supuesto, aunque no como una enfermedad incurable

–¿Lo ubicamos entonces en la siguiente categoría, como un evento «muy grave»?

–Sí, debería ir allí.

–Mucha gente considera también muy graves las separaciones familiares traumáticas, por ejemplo un divorcio violento, episodios de infidelidad o las peleas y distanciamientos de padres o hijos, cuando duran años o toda la vida.

–Es verdad. Sería tan malo como quedar en la ruina económica. Póngalo allí.

–La cuarta categoría reúne los sucesos «graves».

–No se me ocurre nada concreto…

–Cualquiera de los anteriores, sin llegar a ser tan malo, podría integrar este grupo. Por ejemplo: enfermedades importantes aunque no mortales, como un infarto que requiere atención y cuidado, o una pérdida económica importante que afecte su nivel de vida pero que no lo lleve a la ruina… Tal vez quedar desempleado y no conseguir trabajo por un tiempo.

–Cierto. Ser asaltado, podría ser, aunque no es tan malo como padecer un infarto o perder el trabajo.

–Lo ponemos en la siguiente categoría: «malos».

–Una vez se inundó mi casa, eso también podría ir allí.

–Nos quedan los «contratiempos», como pinchar una rueda, perder un vuelo y otros similares, que no llevan indemnización. La lista completa sería entonces como sigue:

Escala de sucesos adversos según su gravedad

Sucesos TERRIBLES:
- Muerte de un hijo.
- Muerte de la esposa.
Indemnización: U$S 50.000

Sucesos GRAVÍSIMOS:
- Contraer enfermedad terminal incurable
- Discapacidad permanente.
Indemnización: U$S 40.000

Sucesos MUY GRAVES:
- Quedar en la ruina económica.
- Divorcio traumático, infidelidad.
- Distanciamiento permanente de padres o hijos.
Indemnización: U$S 30.000

Sucesos GRAVES:
- Enfermedades crónicas severas que requieren atención.
Indemnización: U$S 20.000

Sucesos MALOS:
- Ser asaltado.
- Inundación o incendio en su casa de carácter limitado.
Indemnización: U$S 10.000

CONTRATIEMPOS:
- Perder un vuelo, ser multado, retrasarse por un embotellamiento.
Sin Indemnización

–Ubiquemos ahora el choque de su auto, Gutiérrez, ¿dónde lo pondría?

–Bueno, yo pensé que era muy grave, pero viendo la escala completa, no parece tan severo como quedar en la ruina económica.

–¿Preferiría por ejemplo contraer una enfermedad crónica que requiere cuidados y tratamiento, como diabetes o insuficiencia renal?

–No, claro. Viéndolo así, creo que entra en la categoría de «malo». Es más que un contratiempo, pero menos que el resto de los dramas.

–De acuerdo, Gutiérrez. Sí, creo que su estimación es razonable, le voy a extender la autorización para cobrar la indemnización que corresponde a ese nivel.

¿Qué enseñanzas nos ofrece esta metáfora? Seguro que usted no contrató una póliza como la de esta historia y nadie lo compensará por sus pérdidas y frustraciones. Pero el relato ilustra un error que solemos cometer al evaluar nuestras dificultades:

Muchas veces sobrestimamos la magnitud de un suceso y reaccionamos como si hubiéramos sufrido una tragedia cuando en realidad se trata de un contratiempo o de un hecho que podemos calificar como «malo» y hasta «grave» pero no «terrible» o «gravísimo».

Al examinar el relato, tenga en cuenta las siguientes reflexiones:

  • La metáfora describe una situación ficticia en que el interesado debía cobrar una póliza; en la vida real no nos pagan por los sucesos adversos, pero estimarlos en forma adecuada nos permite moderar nuestra respuesta emocional.
  • Si usted suele reaccionar con furia, angustia o desesperación ante problemas menores, le servirá examinar la escala de eventos desgraciados que proponemos en esta metáfora o mejor aún, confeccionar una propia. Tal ejercicio le permitirá estimar el problema que atraviesa de forma más realista en lugar de magnificarlo.
  • Sucede algo similar cuando se amarga excesivamente por perder un examen o por abollar un guardabarros del auto y se cruza con alguien que ha sufrido una dura pérdida o un accidente severo. En esos casos es posible que piense, con cierta culpa: «y yo me preocupo por esto…». La escala de eventos desgraciados cumple la misma función; sólo debe tenerla presente.
  • Un ejercicio adicional consiste en estimar cuán manejable o reversible es el suceso que lo afecta. Con frecuencia quedamos encandilados por el impacto actualdel problema, cuando la dificultad o la pérdida se manifiestan en toda su magnitud. Pero la vida continúa, y lo que hoy nos parece insoportable mañana puede ser sólo un mal recuerdo.
  • Usted puede recordar algunos de los golpes que sufrió en su vida y compararlo con el impacto que le genera actualmente. Hágalo. Verá que aquello que en su momento le pareció intolerable hoy le afecta mucho menos que entonces.

Entonces…

Recuerde que algunos problemas son potencialmente reversibles; otros no lo son pero pueden manejarse en forma razonable; en otros casos nuestros intereses y objetivos cambian radicalmente y aquello que nos parecía imprescindible hoy no lo es; y a veces, simplemente, nos acostumbramos a una situación desgraciada y podemos disfrutar de la vida a pesar de ella.

De modo que si quiere apreciar sus problemas de forma realista, además de estimar correctamente su importancia puede ser útil imaginar cuánto le afectará en seis meses, en un año o en dos.

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