El ser mujer

Alejandra León
7 min readAug 15, 2020

--

Abrí mis ojos por primera vez un sábado muy temprano en la mañana. Nací sintiéndome segura rodeada de mi mamá y papá. El doctor les dijo, “es una niña” y entre el regocijo de mi madre una repentina chispa de temor estremeció su cuerpo.

Ahora yo debía enfrentar lo que esa mujer con valor atravesó durante 24 años, el ser mujer en un país/mundo en donde salir a las calles sola es motivo de provocación y potencial exposición al peligro. Sí, nací sola, por qué tendría entonces que depender de la compañía de alguien más para poder ser “libre”. Porque “la libertad no es para muchos” me decía, y menos para quien nació con ovarios en lugar de escroto.

Porque sí, el ser mujer es ser “madre, esposa, inteligente, y vanidosa, y siempre debe salir a la calle arreglada” me decía ella una y otra vez. Como casi un himno que me recitaba al oido y que sigue estando en una voz cada vez más tenue pero aún persistente. Como cuando decidía no usar aretes para salir, “así pareces hombre, una niña es siempre bien portada y está arreglada Alejandra”.

Desde muy pequeña empecé a utilizar maquillaje en mi rostro.

Pero, cómo es que antes de haber si quiera tenido la capacidad de transmitir mis ideas a través de palabras, el mundo decidió hacerme madre y esposa. “Hija las mujeres somos más sentimentales, más organizadas, somos más inteligentes, y sabes por qué, porque somos capaces de hacer muchas más cosas que los hombres por el mismo hecho de que podemos traer vida, y más porque a pesar del inmenso dolor lo volvemos a hacer. Somos más fuertes”. Entonces, mi fuerza proviene de mi inherente camino a la maternidad. Y si decido no serlo, si decido no ser madre o esposa, entonces ¿dejo de ser fuerte?.

Porque hija, la fuerza está en los hombres me dijo mi papá, “la mujer es más delicada, es hogareña”, hogar = familia = maternidad. De repente todo a mi alrededor evocaba a un llamado hacia ser madre, y claro, que más podría ser. Como mujeres solo “tratamos de encajar en la sociedad en la que vivimos, y siento que a veces cambiamos solo para agradar a los demás y no necesariamente para nosotras mismas”, afirmó mi hermana.

Al cumplir 18 años, sometí mi nariz a más de 2 cirugías. Decidí culpar a un desvío en mi tabique.

Nací mujer y para ponerle la cereza al pastel nací con un color de ojos poco común al del ecuatoriano promedio (2% tiene ojos verdes). Y fue así como al parecer, mi apariencia se acercaba más a la de un animal que a la de un ser humano, salía de lo normal. “Uhi gatita” al caminar por las calles, otro himno que retumbaba en mi mente. El verde en mis ojos me convertía en un blanco obvio. Deshumanizada, así me sentía, cuando en clases mis maestros se referían a la gatita en lugar de a Alejandra, quien buscó ser siempre una estudiante destacada con ensayos de 10, proyectos impecables y buenas calificaciones. Mi realce y recordación se debía a una mutación en mis cromosomas que me hacían más atractiva al ser menos común. Es así como crecemos en una sociedad que desde que naces te quita el poder de sentirte bien contigo misma, que busca fortalecer una imagen insuficiente respecto a tus capacidades poniendo al físico primero para luego definir estándares irreales que no lograrás alcanzar. ¿Por qué? simple, nos quieren sumisas e inconformes, en una sociedad en la que te insegurizan para convencerte de comprar perfección, felicidad y éxito que jamás será suficiente.

Al preguntarme por mis ojos decía que eran color moco, tratando de trasladar la atención a algo poco agradable.

Esta imagen animalesca a la que se me había asociado, no solo sexualizaba mi apariencia sino que en algunos casos terminaba siendo una crítica. “Que grandes orejas como las de Dumbo, imposible que no escuches bien con esas parabólicas”, me decían como un chiste -inofensivo- al que yo decidía unirme. Cada parte de mi cuerpo, al parecer, podía estar en la boca de quienes me rodeaban. Claro, no estoy siguiendo la línea estética occidental bajo la cual se rigen esos imaginarios que deciden juzgarme. Estos retumbantes pensamientos se profundizaron cada vez más, casi como una voz inconsciente que aparecía cuando me encontraba frente a un espejo, y no soy la única; 7 de cada diez mujeres se sintió avergonzada por su cuerpo durante la última semana (La Rebelión del cuerpo, 2018). Este constante monstruo interno hace que inclusive enfoquemos nuestros pensamientos en él, alrededor de 3,6 horas al día las mujeres pensamos en nuestros cuerpos. Tal es la presión de como nos vemos que desperdiciamos casi dos meses en el año pensando en cómo deberíamos lucir e incluso decidimos cambiarnos por ello.

Cuando otrxs decidan comentar o busquen incidir en tu cuerpo a través de sus palabras o acciones recuerda:

Lo que sientes (y la manera en que actúas) no está determinada por lo que pasa en la vida, sino por la forma en que lo interpretas (piensas). Albert Ellis

En mi adolescencia, decidía pegar mis orejas con brujita (super pegamento) para que no se salieran entre mis cabellos.

Y esas inseguridades que traen consigo los estándares de belleza y apariencia no llegan solos, a estas amenazas a nuestro autoestima se suma esa sensación de temor de mi madre, la violencia-el abuso-el acoso-la violación. Ahora entiendo que cuando ella hablaba que las mujeres no son callejeras era un mecanismo de defensa a lo que podía pasarme fuera de casa. Al parecer, nuestros cuerpos se han convertido no solo en el foco de discusión de muchxs sino que además en un objetivo hipersexualizado que puede ser violentado por el hecho de estar en espacios públicos, como un poste a quien los hombres convierten en baño público, así, como perros irracionales. Porque una y otra vez nos deshumanizan y nos limitan. “Sentir que sales y no puedes defenderte tú sola, porque talvez te vayan a hacer algo. No poder salir y tomar un bus al frente por temor, y no solo a la delincuencia, pero por miedo a te vayan a violar o secuestrar”, joven de 23 años.

Si nos sucede algo en las calles, es porque nos vestimos de manera inapropiada, o porque no era la hora adecuada para andar caminando sola. Yo hoy decido decir que NO, y reafirmar el grito de muchas, la culpa es del perpetrador, del violador que no buscó nuestro consentimiento, no del tequila que decidí tomar esa noche. Y por primera vez, logro decirlo (escribirlo) en voz alta, porque lo que me pasó no fue culpa mía, el decir que sí a una cita con él no era consentir todo lo que pasó después. Lo repito, mientras me lo digo a mí misma, como un mantra que me hace cada vez más fuerte:

No fue tu culpa, y si en ese momento no pudiste alzar la vos, hoy lo haces. No es tarde, jamás lo es, hoy eres una sobreviviente que cuenta su historia para dar fuerza a otras hermanas cuya vos se irá alzando.

¿Sola?, entonces, ¿la compañía de alguien podría protegernos?. Detente un minuto, no cualquier compañía, es la de un hombre. Ese hombre que se cree con la potestad de rompernos. No, sola estoy a salvo, porque el matrimonio no me protegerá del peligro. Mi grito y mi lucha es la que me hará fuerte y se asegurará de que no se repita más violencia. No estamos solas, somos hermanas, amigas, profesionales, fuertes, valientes, EMPODERADAS. Capaces de detener la marea de violencia que nos rodea al aceptar la belleza de nuestro interior y dejar de criticarnos entre nosotras como un mecanismo para construir nuestro autoestima a costa del de nuestras pares. Algo que me enseñó mi mamá es que “la capacidad de sentir es algo que nos diferencia de los hombres” y es eso lo que nos hace poder ser capaces de reconstruirnos y apoyarnos.

Este autoanálisis, es parte de un proceso de diario de género inspirado por Dau García Dauder y busca inspirar a otras mujeres a analizar lo que les rodea y las raíces de esas inseguridades que ha creado la sociedad desde sus hogares. Ahora que nos encontramos en tiempos de encierro y que la convivencia hace todo aún más cotidiano, no dejemos que las redes sociales y los ideales que nos plantean nos quiten la fuerza para alcanzar nuestros sueños, yo no soy culpable y tú tampoco, somos sobrevivientes.

Tu rebelión personal comenzará el día en que al pararte frente al espejo te mires a ti misma y digas:

Basta, basta de ver carencia donde solo hay abundancia. Ese cuerpo que está ahí es el que me permite estar viva cada día, esa imagen soy yo y hoy decido quererme, valorarme y respetarme. Soy suficiente en mi individualidad, mi seguridad viene de mi fuerza y no depende de nadie más que de mi.

Yo viví mi proceso sola, pero espero que no sientas que tú tienes que hacerlo. Ten por seguro que como tu historia hay muchas y que el círculo de sororidad que hemos creado puede ser tu fortaleza.

--

--