Los 100 años de Lucky Thompson

Ezequiel Ambrustolo
6 min readJun 16, 2024

--

Lucky Thompson in Paris with Gerard Pochonet

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Lucky Thompson, uno de los músicos más fascinantes y erráticos que diera esa música fascinante y errática llamada jazz.

Hay una suerte de injusticia cósmica que rodea toda la existencia y la obra de este increíble sujeto, que fue uno de los músicos más completos que diera la música negra y de los más injustamente olvidados.

Ese olvido lo sufrió en vida — en parte como una búsqueda personal, ya que decidió renunciar a la música y a la vida pública y retirarse por completo a los 49 años- pero también lo sigue sufriendo después de muerto.

Hay extraños sucesos que ocurren alrededor del legado de Lucky Thompson que parecen seguir rodeando de incongruencias y desatinos su fatídico destino. La caja Mosaic Select con las grabaciones completas de Thompson junto a Milt Jackson y Clark Terry podría ser un ejemplo de lo que digo, caja que durante años el sello Mosaic prometió lanzar al mercado, y sigue sin hacerlo.

Lo mismo podría decirse de la mayoría de sus grabaciones como líder, para nada accesibles (solo la Fresh Sound Records de Jordi Pujol ha sido la excepción a la regla en este aspecto). Pareciera que Eli Thompson fue de todo menos un “afortunado”. Pareciera que ese apodo inicial de algún modo no hizo más que estigmatizarlo, deparándole infortunios y desaciertos, que no colaboraron con la construcción y difusión de su obra.

Los que lo trataron aducen que era un sujeto de una personalidad endiablada. En la entrevista que Zev Feldmann le realizó a un casi póstumo Nathan Davis, éste comentó que heredó el puesto de tenor en el Blue Note de París porque al anterior ocupante de ese puesto, un tal Lucky, lo habían echado por mal comportamiento y por pelearse con la dueña del club.

La personalidad de Thompson siempre lo llevó a errar. De Detroit a Los Ángeles, de Los Ángeles a París, de París a Nueva York, de Nueva York a Lausanne, de Lausanne a Savanah -donde llegó a vivir en completo aislamiento-, de Savanah a la Seattle de los noventa, donde terminaría como homeless, alimentándose en centros de día de drogadictos y vagabundos.

Bien a la norteamericana, son muy pocos los críticos que dejan explícito que el principal problema de Lucky Thompson no era su mal genio, ni su pésimo vínculo con los productores, sino que su verdadero problema era una enfermedad llamada depresión. Depresión de la que él mismo habló y de la que dejó patencia en las liner notes de A Lucky Thompson Songbook, cuando reflexiona que en el parque Sauvabelin, en Lausanne, los animales llegaron a ser sus únicos amigos en sus momentos de mayor depresión.

Pero Lucky Thompson fue, pese a su personalidad, y a su desafortunado apodo, un genio. Palabra exagerada? No. Thompson fue uno de los pocos saxofonistas que diseñó trabajosa, meticulosamente su propio sonido, en una época en la que todos clonaban o a Lester Young o a Ben Webster o a Coleman Hawkins o a Charlie Parker (Thompson podía jactarse de haber tocado junto a Charlie Parker y haber evitado por completo su influencia. De esto pocos podían vanagloriarse).

Hay algo de Coleman Hawkins en su vibrato, y algo de Don Byas en sus tempos y en su humor, decantadamente nocturno, melancólico y parisino, y también algo de la metafísica depresiva de Lester Young en su metodología interpretativa, pero estos visitantes ilustres no alcanzan para comprender el enigma: ¿de dónde proviene el sonido de Lucky Thompson? Probablemente de su enigmático mundo interior.

Si en algo están de acuerdo todos -aquellos pocos- que escribieron sobre Lucky Thompson es en esto: su tono y su discurso es absolutamente personal, no se parece a nada.

Si lo escuchamos ejecutando el saxo soprano, un instrumento del demonio al que nadie, salvo él, le pudo dar una sonoridad dulce, redonda y sin vibrato, es necesario considerar que, después de Sidney Bechet, Lucky Thompson fue prácticamente el introductor del soprano en toda una generación de músicos que lo harían mucho más famoso: John Coltrane o Steve Lacy, por poner dos ejemplos notables. Para mesurar lo que digo: desde la década del 40 y hasta finales de los 50, sólo un músico tocaba el saxo soprano. Adivinen su desafortunado apodo.

Lucky Thompson fue uno de los primeros músicos de jazz en ser productor de sus propios discos. Esto obedeció a un hecho que determinaría su carrera, su vida y evidentemente su posteridad: Thompson odiaba a los productores y a las discográficas.

Otro asunto complejo. Los formatos: Thompson, al igual que el tardío Chet Baker de Steeplechase, no se llevaba muy bien con los bateristas. Odiaba la contundencia de la batería (me siento menos solo): tal es así que su mejor grabación es un novedoso drumless trio con Oscar Pettiford y Skeeter Best. Novedoso, sí, pero no reconocido como pionero por casi nadie, ya que cuando hablamos de tríos para guitarra, saxo y contrabajo, el primero que se nos viene a la mente es el afamado (y excelente) Jimmy Giuffre 3.

Pero estas grabaciones de Thompson con Skeeter Best y Pettiford son casi un año anteriores al primer disco de Giuffre con Jim Hall y el malogrado Ralph Pena.

¿Por qué cuando Lucky Thompson inventaba un sonido (el del aterciopelado soprano) o un formato (el drumless trio) nadie se lo reconocía? Me cuesta justificar que todo esté asociado a su personalidad endiablada o a su depresión.

Desde hace muchas décadas, las habilidades comunicativas, diplomáticas y las de gestionar contactos valen mucho más que reescribir la quinta sinfonía de Beethoven o diseñar un complejo mundo de simbologías sonoras, como el que creó Lucky Thompson. Vivimos en el mundo del marketing, todo es cuantificable, todo es medible. Y todas las cosas se consiguen con buenos contactos.

Lucky Thompson no quería contactos, no quería amigos (no tomaba alcohol, no se drogaba, era un padre de familia que apenas interpretaba composiciones de otros. Era, como Sonny Stitt, un Lone Wolf). Solo quería tocar su música, llevar a cabo su obra.

Y quizás aquí encontremos la génesis del desencuentro que produjo y sigue produciendo su música: la obra de Lucky Thompson, como la de Herbie Nichols y la de Andrew Hill, es una obra de autor. Thompson evita siempre que puede el arte del standard, aunque a cada standard que ejecuta le da un color y calidez únicas. Es un excepcional compositor, arreglador e instrumentista que se encuentra absolutamente calibrado en sí mismo. En una música en la que principalmente el músico puede granjearse la fama improvisando sobre composiciones ajenas, esta actitud puede terminar convirtiéndose en un estigma. Lo llamaré: el estigma Lucky Thompson.

Aquí quizás podamos encontrar uno de los motivos fatídicos del absoluto desapercibimiento por el que pasó su música, mientras la escribía y publicaba, desapercibimiento que sufre hasta el día de hoy. 100 años. Mucho silencio.

Pero para los que amamos el jazz, ese desencuentro tiene fecha de caducidad. Es cierto que depende del nivel de intensidad en el que el aficionado bucea. Pero en algún momento de tu vida, por casualidad o no, un día prestás atención y te encontrás con Lucky Thompson: lo escuchás detenidamente y ese encuentro casual se forja definitivo.

Las pocas personas con las que he compartido mi pasión por Lucky Thompson coinciden conmigo en este aserto: Lucky Thompson es un músico para toda la vida.

Una última consideración. Lucky Thompson, un solitario en una música solitaria, un errático, refinado y perfeccionista como pocos, es el músico de los solitarios, de los que prefieren las calles laterales a las avenidas, de los que valoran más el silencio que el ruido. Quizás por eso su destino siempre sea éste, estar en los laterales en una música de laterales. Y en esa categoría –excepción hecha quizás a Ed Bickert y a Bill Evans- acaso no exista nadie que se le asemeje.

--

--