Todo lo que me acuerdo de mi abuelo

Todo, absolutamente todo, incluyendo las anécdotas.

Amos Hochman
5 min readNov 2, 2020
Sean Connery, que no era mi abuelo pero que también era viejo y murió anteayer

Cuando era chico, lloré por sus empanadas. Había una reunión en su casa, la casa de mis abuelos. Pidieron empanadas y alguien, quizás mi tío, llevó la cuenta de cuántas empanadas quería cada uno y de qué. Yo ví cómo mi abuelo pidió tres de jamón y queso. Quizás eran dos. Y vi toda la secuencia, vi las empanadas llegar y mientras todos estaban ocupados agarrando sus empanadas y comiendo y hablando, yo estaba ocupado viendo lo que me intuí unos segundos antes, vi a mi abuelo de refilón buscando las empanadas de jamón y queso, cuando mi abuelo preguntó “¿y las de jamón y queso?” yo ya me la había visto venir. De noche le conté la anécdota a mi mamá, que creo no había estado en la reunión y me puse a llorar. Hoy las empanadas de jamón y queso son de mis preferidas. Por ese entonces por mi papá me había convencido de que las de jamón y queso son malas. O algo así. Mi papá tiene, igual que tenía mi abuelo, categorías de cosas, cosas buenísimas y cosas malísimas. Eso mi papá seguramente lo heredó de mi abuelo. Algunas de las dicotomías que me acuerdo de mi abuelo son Perón-Evita versus Palacios y Boca versus Independiente. Perón, nefasto. Palacios, un prócer. Todo lo que era de Boca era nefasto. Si algo tenía los colores de boca era nefasto. Y él lo usaba para hacer chistes, hacía chistes pésimos, es probable que nunca en la vida me haya reído de un chiste que haya hecho mi abuelo.

Era lo opuesto de lo cool. También contaba una y otra vez las mismas anécdotas. En las anécdotas, las citas no variaban nunca. Algunas citas eran de diarios o revistas. Una era de la revista El Gráfico. Independiente le había ganado a Boca por goleada. Y El Gráfico había escrito: “podían haber sido seis goles, o siete. La cantidad de goles no importa. Pero un baile así no se vio nunca.” Él la repetía siempre como debía y tengo impregnado en el cerebro el tono que tenía cuando citaba emocionado siempre la parte de que un baile así no se vió nunca.

Otras cosas nefastas eran el cigarrillo y la cebolla. Creo que la cebolla él la comía si y solo si estaba frita. Y no admitía, ni aún cuando lo presionaban, que a él no le gustaba la cebolla, y punto. La cebolla era mala. O algo así. Y el cigarrillo, lo mismo. El médico le había dicho que si él se salvó de morir no sé cuándo “es porque nunca tocó un cigarrillo”.

Tenía la típica costumbre de pobre de tener mucho cuidado con el derroche. En su casa no se podía así nomás abrir una mermelada si ya había abierta otra aunque fuese de otro gusto. Yo hoy tengo en mi heladera varias mermeladas simultáneas. Cuando yo le explicaba que era otro gusto me respondía: ¿Qué diferencia hay?

Una vez me quedé a dormir en la casa de mis abuelos y le dije a mi abuela que qué lástima que no había “nada rico para comer”. Mis abuelos eran de esos a los que les gusta darte los gustos. Al menos conmigo era así o al menos yo lo sentía así. “José, ¿por qué no vas a Imperio a traerle una sopa inglesa?” le dijo mi abuela a mi abuelo. Quizás le dijo “¿por qué no vas a Imperio a traerle un postre?”, quizás ni siquiera le mencionó Imperio. Si yo escuché lo de la sopa inglesa, entonces no sabía lo que era, porque hasta que mi abuelo fué y volvió yo tenía mucha expectativa. Pero a esa edad, cuando ví el postre que había traido, no sé qué dije. No lo comí y me pregunto si dije algo como para que no se sintieran como el orto.

Una vez me preguntó: Amos, ¿qué es más rico, el pan con manteca o el pan con queso? No sé, le dije, el pan con manteca. Me respondió: no.

Además de las anécdotas, también se repetían las frases y expresiones. Una que me encanta: “es un caso de chaleco”. No sé si se la escuché a alguien exceptuándolo a él. Una vez le pregunté qué significaba, me explicó que es alguien loco, alguien que necesita que le pongan un chaleco de fuerza.

Me dio sus últimos dólares, sus últimos ahorros. Poco antes de morir. Cuando yo era chico, él tenía plata guardada. Creo que era plata que “solo él sabía que existía”. O quizás eso pensaba mi papá. Creo que mi papá pensaba que solo él (mi papá) sabía de esa plata que era ultra secreta. Creo que mi abuelo había ahorrado para hacer un viaje con mi abuela o algo por el estilo. Y no sé por qué no lo pudieron a hacer. Y se convirtió en Papá Noel. Cada vez que yo necesitaba plata, él me daba de esos dólares. En realidad, recuerdo solo dos veces. Una, cuando le dije que me quería comprar una batería. Le dije que me iba a comprar la más barata que se podía conseguir. Me preguntó cuánto necesitaba para comprar algo pasable y me dió la diferencia. Quizás me salió cien pesos. O doscientos. La otra vez fue la de poco antes de morir. Yo me quería ir de vacaciones con una novia. Le conté eso y que estaba raspando guita y me dió unos dólares que creo que eran de los últimos. Quizás me dijo que eran de los últimos. Eran billetes de uno. Eso era cuando ya estaba la mayor parte del tiempo acostado, medio moribundo.

Nos decía a sus nietos “lindo” y “linda”. No sé si de otras maneras. A su hija le decía “muñeca”. “Hola, lindo”, decía y pinchaba un poco con la cara. Si no me equivoco, recién afeitado tenía la mejilla muy suave y un día después ya era muy pinchudo.

Era vergonzoso ir con él, de chico a un McDonald´s. Era un abuelo no cool, a diferencia de mi otro abuelo.

En casa de mis abuelos siempre había gritos y yo lo veía como algo simpático, casi cálido. Sus peleas a los gritos con mi abuela nunca me molestaron demasiado. Creo. “Margarita, ¡por favor!” es un clásico familiar.

Hablaba muchísimo.

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