Cuando el adiós es para siempre

Llamole_X
2 min readJun 18, 2018

Abre los ojos, yayete, abre los ojos un poco. Sólo un poquito.

Sabía que no era posible porque mi abuelo acababa de morir, pero seguía cogiéndole la mano y pidiéndole una y otra vez que abriera los ojos, como si se tratara de despertarle de un profundo sueño y no de la muerte.

Va a hacer 6 años de aquella noche y te echo tanto de menos, yayo. Hace todos esos años que dejamos de compartir cosas, de discutir, de reír, de cuidarnos. Quién me iba a decir que aquella misma tarde iba a ser la última tarde en la que nos daríamos un beso.

Dicen que cuando se muere alguien siempre te queda clavada una espinita si no te has podido despedir. A mí la espinita que me queda es no poder hablar ahora contigo sobre la vida, sobre mis logros y mis fracasos, sobre los políticos que nos rodean (el día de la moción de censura, cuánto me acordé de ti), discutir porque te he visto cruzar sin mirar o que me llames cabezona. La espinita de que ya no estás más.

Supongo que pensaba que eras invencible e inmortal. Me acompañaste durante todos y cada uno de los 42 años que había vivido hasta entonces. Me quedan tus enseñanzas, la generosidad, la honradez, la afición por la lectura y la lucha por un mundo más justo, yo sigo intentando llevarlo a cabo día a día.

Desprendías tanta ternura y tanto amor como se ve en estas fotos. Me encanta la que estás conmigo, esos ojos llenos de amor y que tanto me hacen falta.

Qué difícil es despedirse de alguien para siempre, sabiendo que nunca más vas a volver a oír su voz, que no vas a ver su silueta a lo lejos por casualidad un día paseando por la Gran Vía. Te echo tanto de menos…

Para mi yayo, Julio.

Este relato participa en la convocatoria #relatosDespedidas, de Divagacionistas

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