Miss Sex Symbol de YouTube

Andreína Borges
7 min readAug 23, 2021

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La primera vez que me llamaron sex symbol, no supe qué cara poner. No estaba segura de qué lugar ocupaba el cuerpo de una comediante

“Mujer Delfín”, por Luis Itanare.

No me había graduado de la universidad cuando me ofrecieron mi primer trabajo como escritora de comedia. Venezuela llevaba unos años en crisis, así que este trabajo era para mí un milagro. En Plop, conocí a Chucho y a Víctor, dos escritores con los que congenié de inmediato. Nuestra amistad se convirtió en una sociedad cuando creamos un canal de sketches de YouTube que llamamos Santo Robot. La idea era sencilla: juntar las propuestas rechazadas por nuestro jefe y grabarlas en nuestro tiempo libre, sin presupuesto y pidiendo muchos favores a nuestros amigos.

El primer sketch que publicamos, Burundanga (2013), fue protagonizado por Álvaro Mora y por mí. El nombre vino de una droga usada por los depredadores sexuales en las discotecas. El personaje de Mora abordaba al mío en un bar y, después de ofrecerme un trago, vertía una descomunal cantidad de burundanga en mi copa, sin molestarse en disimular. Al final, a pesar de lo evidente, mi personaje se tomaba el trago como si nada.

Ni Chucho, ni Víctor, ni yo esperábamos que nuestro experimento se convirtiera en un fenómeno de la comedia nacional. “La de Santo Robot” se convirtió en mi nuevo nombre. El proyecto tomó tanta relevancia que nos invitaron al late night show de Luis Chataing, el espacio de comedia más exitoso de la televisión nacional por aquella época. Jóse Rafael Guzmán, uno de los conductores del programa, fue el primero que me lo dijo: “Andreína, te has ido convirtiendo en un sex symbol de la web”. No sé ni qué cara puse, sentí que todo estaba en cámara lenta, creo que me reí, es lo que hago cuando no sé qué más hacer.

Mi mejor cara de desorientación, desde el estudio de ChataingTV.

Lo de sex symbol era un chiste en mi casa, mi novio hizo un gif de mi reacción para matarnos de risa viendo mi desorientación millones de veces. Pero la gente realmente se comprometió con el chiste, comenzaron a presentarme en los micrófonos abiertos como “La Sex Symbol de YouTube”. El título me hizo sentir como reina de feria, como una cáscara vacía. Sólo podía pensar en las mujeres que habían sido veneradas por su belleza en Venezuela, pero ninguna de ellas escribía.

Lo único que he querido hacer, desde que tengo memoria, es contar historias. Como las que inventaba mi abuela Elsa cuando nos daba sopa de auyama, o como las que leía mi abuelo Julio cuando me dejaba trepar su barriga para acompañarlo. Esta gente que me llamaba sex symbol, en chiste o en serio, no tenía idea de quién era yo.

Mi papá y mis tíos solían bromear con que algún día tendrían que comprar una escopeta para espantar a todos mis pretendientes. Nunca vieron venir las insinuaciones sexuales, los los insultos y las amenazas de violación en la sección de comentarios de mis videos. Estaban tan intranquilos que me ofrecieron un taser. Yo me negué a recibirlo, “es solo internet”, les dije para tranquilizarlos y para evitar mostrar que yo también tenía un poco de miedo.

El miedo se hizo más difícil de disimular cuando internet comenzó a aparecerse en mi vida cotidiana: “Andreína, te voy a violar”, me gritó un hombre cuando caminaba hacia mi carro; “no sabes la paja que me voy a dar con tu foto”, comentó otro. Incluso un comediante mucho mayor que yo, se tomó la libertad de comentar el color de mi sostén antes de una junta de trabajo.

No estaba acostumbrada a que me sexualizaran. Estaba experimentando los efectos de la burundanga: sentí que no tenía ningún control sobre lo que estaba pasando, que no me salían las palabras para pedir ayuda porque ni siquiera sabía qué clase de ayuda quería. A la gente a mi alrededor le parecía maravilloso que todo esto me estuviera sucediendo, que aprovechara. Me sentí muy sola.

“¿Está viva o muerta?”, preguntaron con indignación los manifestantes en el Metro de Londres en 1998, señalando la imagen promocional del álbum This is Hardcore, de Pulp. Alegaban que la chica de la foto lucía como si acabara de ser violada, que era inmoral exhibirla, una ofensa para las mujeres. Grafitearon y desfiguraron la imagen de la modelo que posaba sobre el sofá de piel rojo.

Jarvis Cocker, el vocalista de Pulp, basó el concepto del álbum en el desgaste emocional que sintió durante la gira del disco Different Class. La agrupación había pasado de presentaciones en bares a estadios repletos de fanáticos. “¡Terminé viendo mucho porno durante el tour! Si llegas a tu hotel y no tienes algo mejor qué hacer, pones el canal de adultos y echas un vistazo. Ves a los mismos actores en las producciones XXX y se ven sumamente vivos. Luego los miras un año después y pasa algo raro, algo de sus miradas se ha esfumado”.

Cuando leí el testimonio de Jarvis recordé la fábrica de las Misses de Osmel Sousa. Una Miss lo sacrifica todo para que otros aprecien su belleza. En la cultura venezolana ese es el mayor honor del que una mujer puede gozar; pero nadie nota el brillo en sus miradas, nadie quiere saber qué piensan, de hecho es tradición burlarse de la sección de preguntas y respuestas del certamen de belleza.

“Mete la barriga y saca el pecho, como Miss”, me decía mi abuela Teresa cuando yo tenía 4 o 5 años. A una mujer se le hace entender desde muy temprano que su belleza no es para su propio disfrute, es para los demás.

La sexualización hizo que mi autoestima, que era bastante frágil a los veinte, se viniera abajo. Para mí, que quería expresar lo que estaba en mi cabeza, resultó ser una experiencia mutiladora. Me sentía cada vez más incomprendida por mi entorno: ¿cómo iba a odiar a mis admiradores?, ¿cómo iba a despreciar mi belleza?

Aunque mi temor y mi amargura eran profundos, respondí a los ataques con más minifaldas y chistes más agresivos. A mis amigos les mostraba una actitud de fastidio cuando mencionaban el acoso por internet y escribí un sketch para burlarme de mis acosadores. Quizá no fue la reacción más sabia, pero tenía 23, y quería ser valiente

“Stalkeando con Andreína”, el sketch que escribí para burlarme de mis acosadores.

“Es posible que aquel deseo demencial de violar a R. haya sido sólo un desesperado intento de aferrarme a algo en medio de la caída”, escribió Milán Kundera en su libro De la Risa y del Olvido. El extracto es parte de un relato en el que una amiga suya lo cita para advertirle que la policía lo perseguiría por traidor a la patria. Al despreciar el título de bomba sensual, yo también me había convertido en una traidora a mi patria, sólo que en este caso, también era a mí a la que querían violar.

El miedo puede impulsarnos a hacer cosas absurdas. En el descenso hacia el inframundo nacional, la audiencia venezolana se permitió acosar a una mujer de 23 años que intentaba contarles chistes. Pero por mucho que intentaron convertirme en algo que no era, seguí tratando de hacerles ver mis ideas. El esfuerzo fue desgastante, casi aniquilador.

Cuando migré a México, mis preocupaciones cambiaron. Cerré mis redes sociales para que se me hiciera más fácil ubicar quién era yo en mi nuevo entorno. Durante dos años tomé cualquier trabajo que me permitiera pagar la renta. Eventualmente se presentó la oportunidad de volver a escribir comedia y sentí paz, no me estaba imaginando mi talento.

Y cuando ya no estés buscando

Belleza o amor

Solo algún tipo de vida

Con los límites borrados

Cuando ni siquiera puedas definir qué es lo que te da miedo

Esta cancion estara aquí

And when you’re no longer searching

For beauty or love

Just some kind of life

With the edges taken off

When you can’t even define what it is that you’re frightened of

This song will be here

Esa es la letra de la primera canción del álbum This is Hardcore, la canción se llama The Fear (el miedo). Spotify me informó que es la que más he escuchado en estos días. Con la pandemia mundial y la muerte tan cerca, he tenido tiempo para pensar en aquellas cosas que jamás tuve tiempo de resolver. Ahora que mi destreza ha sido reconocida en dos países, decidí que era el momento apropiado para recuperar mi cuerpo frente al público. Me quité la camisa, encendí la luz roja del pasillo de mi casa, me paré frente al espejo que está custodiado por Kali, la diosa de la destrucción y de la muerte, y me saqué una selfie.

Perdí 100 seguidores de Instagram en una noche, seguidores que probablemente tendrían mucho que hablar con los manifestantes del metro de Londres en 1998. Sin embargo, yo sentí que al publicar esa foto gané algo más preciado: mi completud.

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Andreína Borges

Escritora de comedia y guionista. Ha participado en proyectos como Isla Presidencial, Santo Robot, La Resolana y Cómo Sobrevivir Soltero.