Tom Brady jugó el Ancho de Espadas

Andres Schimelman
5 min readFeb 9, 2017

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Uno de los debates morales que se plantea en el periodismo deportivo refiere al uso de superlativos. A esta altura, todos conocemos los títulos: ‘x’ jugador es “El Mejor del Mundo”, ‘x’ pasó a ‘z’ para ser “El Más Grande de la Historia”, etcétera.

A modo personal, entiendo la utilización de superlativos como un recurso que puede ser entretenido si se emplea en ocasiones apropiadas y no se utiliza exhaustivamente. El fin de un superlativo suele ser absurdo, ya que intenta definir una discusión indeterminable (por ejemplo, comparar dos jugadores de décadas distintas). Sin embargo, cuando todo lo demás ya se ha dicho, recurrir a lo absurdo es el último recurso posible.

No es fácil ubicar el momento preciso. Menos en un partido tan dramático. Tampoco sería justo hablar únicamente de él. Sus compañeros lo ayudaron y sus rivales lo ayudaron aún más. Dentro de 15 años, solo aquellos dotados de una excelente memoria los recordarán. Tom Brady es -y será- una leyenda viviente.

Para empezar a explicar lo que logró Brady en el Superbowl LI es necesario enfatizar su pésima performance en la primera mitad del juego. El plan de Atlanta Falcons fue simple y efectivo a la vez: presionar a Brady con cuatro jugadores, lo cual dejaba siete defensores para tomar hombre a hombre a los receptores de New England Patriots, doblando la marca en ciertos casos.

La línea defensiva de Atlanta superó las expectativas y mantuvo a Brady en constante movimiento, pero el quarterback también cometió errores en jugadas limpias. Cuando Robert Alford interceptó su pase y llevó la pelota hasta la zona de anotación, parecía que Brady había tocado fondo.

La tendencia no cambió demasiado en el tercer cuarto. Matt Ryan sumó un touchdown más para los Falcons y, si bien los Patriots finalmente consiguieron anotar de a seis, Stephen Gostkowski -uno de los kickers más eficientes en la historia de los Playoffs- falló el punto extra.

Ni siquiera el inicio del período final auguraba un final feliz para los Pats: Brady dispuso de tres oportunidades dentro de la yarda 15 de Atlanta, pero New England tuvo que conformarse con un gol de campo de Gostkowski, que ponía el marcador en 28–12.

Fue aquí donde comenzó la locura. Primero, Dont’a Hightower provocó un fumble tras derribar a Ryan. Brady contestó con un touchdown y una conversión de dos puntos, efectuada por James White. En un abrir y cerrar de ojos, era 28–20.

Contra las cuerdas, Atlanta recurrió a su superhéroe. Ryan cerró los ojos, lanzó el ovoide y, de alguna manera, Julio Jones realizó una de las atrapadas más memorables en la historia del Superbowl. La magia de Jones dejó a los Falcons con Primero y Diez en la yarda 22 de los Patriots, con 4:40 restantes en el juego y una ventaja de ocho. Bajo esas circunstancias, tres acarreos cuidadosos para bajar el reloj (u obligar a Bill Belichik a quemar sus tiempos fuera) y un gol de campo debería haber sido más que suficiente para garantizar un triunfo.

Kyle Shanahan, probablemente el mejor coordinador ofensivo de la liga durante la última temporada, pensó lo contrario. Luego de un acarreo en primer down, Ryan fue derribado en un intento de pase, costándole 12 yardas a su equipo. Aún así, ahora en la yarda 35 de los Patriots, Atlanta tenía las de ganar, pero un penal cometido por la línea ofensiva obligó a los Falcons a efectuar un despeje.

Brady, asistido en parte por una milagrosa atrapada de Julian Edelman (su receptor predilecto), marchó 92 yardas bajo una presión inimaginable, consiguió el touchdown y la conversión de dos puntos. Boom. Partido empatado.

Cuando Matthew Slater (capitán de los Pats) ganó el sorteo y la primera posesión del tiempo extra, el final era inevitable. Brady, sin lanzamientos espectaculares pero con la consistencia y la estirpe que han caracterizado su carrera, llevó a sus Patriots hasta la yarda 1. White, el corredor de quien todos se olvidarán, anotó el touchdown del campeonato.

En la jerga deportiva estadounidense hay un dicho que dice así: “la posición de quarterback es la más difícil de cualquier deporte”. A diferencia de la mayoría de ellos, este dicho es efectivamente cierto.

Para gran parte de la opinión pública, el 12 de los Patriots ya era uno de los mejores quarterbacks de la historia. Antes del Superbowl LI se podían elaborar argumentos para Peyton Manning, Brett Favre, Dan Marino, Johnny Unitas o Bart Starr, pero si nos ponemos serios, el título se lo disputaban Joe Montana y Tom Brady.

Montana ganó cuatro Superbowls con San Francisco 49ers. Antes del domingo pasado, Brady había ganado cuatro con New England. El argumento a favor de Montana -argumento que, dicho sea de paso, no era válido para quien escribe- era que Joe había triunfado en los cuatro Superbowls que disputó, mientras que Brady perdió dos (lo cual también significa que llegó a dos más) Superbowls ante New York Giants.

El domingo, Brady remontó una desventaja de 25 puntos, máxima en un Superbowl. El domingo, Brady acumuló 466 yardas por la vía del pase, máxima en un Superbowl. El domingo, Brady consiguió su quinto anillo de campeón, máxima para un quarterback en la era del Superbowl.

La proeza del marido de Gisele (y, sí) no termina con datos fríos. Sin quererlo, Brady logró lo que parecía imposible: volver a sorprender al público. Es que, después de una carrera repleta de triunfos, títulos y momentos inolvidables, los Patriots llegaban al Superbowl LI como claros favoritos. Un triunfo contundente, enmarcado en un partido aburrido, no hubiera causado esta reacción.

Resulta tentador comparar lo sucedido el domingo en Houston con la reciente consagración de Roger Federer en el Australian Open. La diferencia es que, por mas improbable que haya sido el retorno soñado de Roger a la cima de un Grand Slam, las probabilidades de un quinto título para Brady después del primer tiempo (y después del tercer cuarto, y a cinco minutos del final) eran virtualmente nulas.

Cuando todo se ha dicho, recurrir a lo absurdo es el último recurso posible. Joe Montana jugó el ancho de basto y esbozo una sonrisa. Thomas Edward Patrick Brady Jr. jugó el ancho de espadas y mandó a todos a callar.

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