El árbol de la vida se menciona en Génesis, Proverbios, Apocalipsis y en la web arboldelavida.org encontrarás el significado de este árbol. El significado del árbol de la vida en general es el mismo, pero hay muchas variaciones de significado. En Génesis, es un árbol que da vida al que la come (2:9;3:22,24). En Proverbios, la expresión tiene un significado muy general: es una fuente de vida (3:18;11:30;13:12;15:4). En el Apocalipsis es un árbol del cual comen los que tienen vida (2:7;22:2,14,19).
1.1 — El árbol de la vida en el Jardín del Edén
El árbol de la vida era un árbol muy real, como el árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero al mismo tiempo, estos dos árboles tenían un valor simbólico: uno evocaba la vida y el otro la responsabilidad. En los otros pasajes de la Biblia que hablan del árbol de la vida, no hay nada más material; son sólo símbolos, imágenes.
En el Edén, comer del árbol de la vida habría dado al hombre el poder de vivir para siempre (sin especificar el carácter de esta vida). Adán y Eva, porque han pecado, se les niega el acceso al árbol de la vida. Creo que es otra forma de expresar que la sentencia de muerte está en ellos. (En mi opinión, uno no debería preguntarse en qué condición habrían estado si, después de pecar, hubiesen comido del árbol de la vida. Esta es la suposición de una cosa imposible).
1.2 — El árbol de la vida en el Apocalipsis
Si en el paraíso terrenal había dos árboles, en “el cielo de Dios” (Apc. 2,7), sólo queda un árbol: el árbol de la vida. En el principio de su responsabilidad, el hombre lo ha perdido todo, pero la obra de Cristo coloca al hombre en una nueva tierra, donde todas las bendiciones brotan de lo que Cristo ha hecho y de lo que él es. En el mensaje dirigido a Éfeso, el Señor prometió al vencedor:”Yo le daré de comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios”. Evoca el alimento que Cristo da, o mejor aún, que él mismo es para sí mismo. En el evangelio de Juan, él ya se presenta como aquel que satisface plenamente la sed y el hambre del alma, aquel que satisface todas sus necesidades profundas (ver Juan 4:14;6:32–35,51–58).
En Apocalipsis 22, en la descripción de la santa ciudad, encontramos el árbol de la vida. Es un árbol cuyos frutos nutren a los redimidos:”el árbol de la vida, que da doce frutos, dando su fruto cada mes” (v. 2). Este es un cuadro del Milenio — todavía no del estado eterno, ya que todavía hay naciones que sanar:”Las hojas del árbol son para la sanación de las naciones”. Como en el capítulo 2, pero aún más rico, el árbol de la vida evoca este alimento completo y variado que Cristo tiene para los suyos, y que él mismo es para ellos.
El versículo 14 dice:”Bienaventurados los que lavan su túnica” (y sólo pueden ser blanqueados en la sangre del Cordero 7:14), tendrán “derecho al árbol de la vida” y entrarán “por las puertas de la ciudad”. Esta es la bendición de los redimidos.
Los versículos más recientes del capítulo dan una advertencia solemne (v. 18,19). Ay del que “añade” algo a “este libro” el Apocalipsis, pero el principio se extiende a toda la revelación divina o “quita” algo! Este llamado se dirige a “todo el que oye estas palabras”, es decir, a todos, verdaderos cristianos o no. Para expresar el castigo divino contra el que “añade” o “quita”, el Espíritu de Dios usa las mismas palabras “añade” y “quita”, pues siembra lo que ha sembrado. Y menciona la maldición añadida, o la bendición quitada, con los términos característicos de Apocalipsis:”las heridas escritas en este libro” o “la parte del árbol de la vida y la ciudad santa”.
Lo que debe ser nuestra atención en este pasaje es la extrema gravedad de sumar o restar cualquier cosa a la palabra de Dios. ¿Lo pensamos lo suficiente? La manera en que Dios ejercerá su juicio sobre aquellos que lo han hecho no es asunto nuestro. La cuestión de si los que maltratan la palabra de Dios de esta manera poseen o no la vida divina no se plantea aquí. Cuando Dios nos presenta nuestra responsabilidad, nos la muestra en su totalidad; no la atenúa en modo alguno con el pensamiento de la gracia. Pero tales pasajes de ninguna manera niegan el hecho -establecido en las Escrituras- de que aquellos que poseen la vida eterna nunca perecerán.
