Juste ce qu’il faut
de souterrain
entre le vin et la vie
Tristan Tzara
Este edificio es una casa, una casa particular ya que todas las casas deberían entenderse bajo el marco de una cierta generalidad. Habitada, acoge aproximadamente a 125 niños de todas las edades entre unos pocos meses y 20 años que no tienen otro hogar, es decir, nadie que sea adecuado, quiera o pueda hacerse cargo de ellos apropiadamente. Pobreza, enfermedad, encarcelamiento, son las causas más frecuentes de la estancia. Una casa, por tanto, para los niños sin protección y con función a corto y largo plazo: un hogar para los desprotegidos temporalmente — normalmente por unas semanas — así como para aquellos que estarían de otra manera permanentemente desprotegidos. Los últimos se encuentran normalmente en un estado muy difícil, y requieren un cuidado extremo para hacer bueno lo que previamente les había traicionado — un objetivo a veces imposible. Aún así, los niños no son separados de la sociedad, ya que asisten a las mismas escuelas y casas de infancia que el resto de niños de la ciudad, siguen los mismos cursos, o van a los mismos bares. Hay entre 30 o 40 adultos trabajando; y 12 de ellos viven en las instalaciones.
Ya que la estructura-patrón de la casa deriva de, cubre y por tanto sostiene específicamente el patrón particular de la vida diaria de los huérfanos, resulta que su flexibilidad o adaptabilidad, aunque permite la evolución de este patrón, es tal que no puede adecuadamente cubrir o sostener un patrón de vida o estructura de grupo que varíe fundamentalmente de la utilizada originariamente. Una flexibilidad extrema de ese tipo habría llevado a la falsa neutralidad, como un guante que deja de ser mano porque encaja en todas las manos. ¡Tormentosa realidad, ésta, que muchos flexófilos, supongo, preferirán ignorar! Un gran problema, sin embargo.
(De hecho cuando el Orfanato cambió de usó comenzó a fallar como edificio)
Las necesidades de espacio libre apuntaron hacia un sitio justo en la abrupta periferia sudoeste de la ciudad. Descansa unos cientos de yardas al sur de un enorme estadio junto a la carretera que une Amsterdam con el aeropuerto nacional de Schipol y con la única zona recreativa de la ciudad, una milla al sur. El contenido del sitio es sencillo y enfático; emocionante por contener muchos de los grandes movimientos que pertenecen a la metrópolis de hoy. Lugares cercanos y lejanos se yuxtaponen, pues siempre hay tráfico moviéndose norte-sur por la carretera y diagonalmente por encima, en el aire. Miles se reúnen en el estadio de vez en cuando, de todos los lugares del país, para asistir a partidos internacionales. Y cuando el tiempo lo permite, aún más pasan a pie o en bicicleta en su camino hacia el área recreativa. Cincuenta mil agrupados en un enorme aplauso ovalado (en el estadio), y muy cerca, muchas pequeñas cúpulas con niños bajo ellas, protegidos, conversando, riendo. Personas volando sobre el lugar observan ambos eventos -cientos de cúpulas y un solo óvalo .
La estrategia pretende reconciliar las cualidades positivas de un esquema centralizado con las de uno descentralizado evitando los obvios escollos de cada uno: el edificio institucional concentrado que dice, ‘entra en mi gran masa subiendo esos peldaños y a través de esa gran puerta’, con los niños amontonados alrededor de una maquinaria de servicio bien engrasada por una parte; por otra, la poco cohesionada adición que se promueve desde la falsa alternativa a la que el planeamiento contemporáneo aún se adhiere sentimentalmente (un número de elementos de pequeña escala por grupos individuales acordonados a través de un espacio de tráfico aún más pequeño que los conecta con otros elementos comunales de mayor escala). El duro corazón del primero es sin duda suavizado en el segundo, pero aún así falla pues la sangre coagula en las arterias o se diluye cubriendo largas distancias.
La planta intenta crear un marco construido — preparar el escenario —para los fenómenos duales de individual y colectivo sin recurrir a la acentuación arbitraria de uno a expensas del otro, es decir, sin deformar el significado de ninguno, ya que ningún fenómeno dual puede separarse en polaridades incompatibles sin que las mitades dejen transmitir lo que pretenden.
Durante la configuración de la planta el problema de la reciprocidad se impuso uno y otra vez. La propia naturaleza del proyecto apuntó a la necesidad de reanudar la revaluación de las verdaderas relaciones unidad-diversidad, parte-todo, grande-pequeño, muchos-pocos, dentro-fuera, abierto-cerrado, masa-espacio, permanencia-cambio — una revaluación comenzada hace algunas generaciones pero ahora casi olvidada. Empecé desde la convicción de que todos ellos son fenómenos duales que se dividieron cuando fueron convertidos en polaridades en conflicto y falsas alternativas. Cuando el trabajo progresó, lo que iba tomando forma verificó la antigua verdad olvidada: que la diversidad solo se puede alcanzar a través de la unidad; la unidad solo a través de la diversidad; que unidad y diversidad son cada una el reflejo de la otra. La imaginación es el espejo en el que las polaridades en conflicto recuperan su reciprocidad perdida; el lugar configurado es donde se reconcilian y dan la bienvenida a la conciencia.
(Van Eyck utiliza la holandesa het gemoed, que se refiere a los pensamientos, sensaciones y sentimientos; es decir, a la esencia de lo que nos hace seres humanos)
Hay, por supuesto, muchas formas de tratar la unidad y la diversidad. La elegida aquí fue, en primer lugar, permitir a varios elementos formar un patrón disperso y complejo. Después, volver a unirlos imponiendo un único principio estructural y constructivo en todo el conjunto e introduciendo un mecanismo con un contenido indudablemente humano — la calle interior. Aunque todos los espacios, independientemente de su función o extensión, fueron sometidos a un único principio; a través de su posición, secuencia y tratamiento específico, así como a través de la relación con los otros, con el todo y con el lugar, cada uno de ellos obtiene los significados específicos que requiere dentro del contexto, el esquema general y el idioma constructivo. Espero que en su forma final la reciprocidad arquitectónica unidad-diversidad y parte-todo (fenómenos duales profundamente relacionados) cubran hasta cierto punto la reciprocidad humana individual-colectivo.
Aún hay dos fenómenos duales más muy relacionados con los mencionados que eluden una traducción directa en el planeamiento — un conjunto gemelo: grande-pequeño y mucho-poco. Las polaridades irreconciliables — falsas alternativas — en las que son separadas cortan no menos brutalmente a través del terrible panorama del urbanismo hoy. El fracaso al gobernar la multiplicidad creativamente y humanizar el número a través de la articulación y configuración (el verbo ‘multiplicar’ debería coincidir con el poco utilizado ‘configurar’) ha llevado al descalabro de la mayoría de nuevos asentamientos. La mera separación arbitraria de la configuración del habitat en dos disciplinas — arquitectura y urbanismo — demuestra que el principio de reciprocidad aún no ha abierto la mente determinística a la necesidad de transformar su método de diseño. Tal y como son, la arquitectura y el urbanismo han fallado al encontrarse con la esencia del pensamiento contemporáneo. Conectados inseparablemente como todos los fenómenos duales, algunos fueron extraídos del resto y mal digeridos — los ya mencionados (parte-todo, unidad-diversidad, grande-pequeño, muchos-pocos) así como otros igualmente importantes (dentro-fuera, abierto-cerrado, masa-espacio, cambio-permanencia, movimiento-reposo, individual-colectivo, etc). Haciendo caso omiso a la ambivalencia inherente a cada uno de ellos, una mitad fue separada, transformada en un absoluto sin significado (parte, diversidad, pequeño, exterior, abierto, espacio, cambio, movimiento, colectivo) y retorcido de tal forma que fue transformado en un “new town”. De ahí surge la “continuidad espacial”, “flexibilidad constructiva”, “escala humana”, y más tonterías de ese calibre.
Ha llegado el momento de concebir la arquitectura urbanísticamente y el urbanismo arquitectónicamente (transformar a los dos por separado en disparates), es decir, de llegar a lo singular a través de lo plural, y viceversa. En este hogar para los niños, la idea era persuadirlo para convertirse en ‘casa’ y ‘ciudad’ al mismo tiempo; una casa como una ciudad, y una ciudad como una casa. Llegué a la conclusión de que frente al significado de espacio y tiempo, lugar y ocasión significan más, ya que el espacio en la imagen del hombre es un lugar, y el tiempo una ocasión. Separados por la esquizofrenia del pensamiento determinista, espacio y tiempo se vuelven abstracciones congeladas (y lo mismo para todas las mitades mencionadas). Lugar y ocasión constituyen la realización del otro en términos humanos. Ya que el hombre es al mismo tiempo sujeto y objeto de la arquitectura, se entiende que su trabajo principal es proveer lo primero por el bien de lo segundo. Si además lugar y ocasión implican participación en lo construido, falta de lugar — y por tanto de ocasión — causará pérdida de identidad, aislamiento y frustración. Una casa, por tanto, debe ser un puñado de lugares, y lo mismo se aplica a la ciudad.
Construye una configuración de lugares en cada escalón de multiplicación, es decir, proporciona los lugares adecuados para cada etapa configurativa, y el entorno urbano volverá a ser habitable. Las ciudades deben convertirse en la contraforma de la realidad recíproca individual y colectiva del hombre. Es porque hemos perdido el contacto con esta realidad — la forma — por lo que no podemos hacernos con su contraforma. Aún así es mejor reconocer la semejanza de la arquitectura y el urbanismo — de la casa y la cidad — que continuar definiendo sus diferencias arbitrarias, ya que no nos lleva a ningún sitio — ¡Hacia los “new tows” de hoy!
Nos llevaría muy lejos demostrar cómo el pensamiento creativo, desde el cambio de siglo, ha estado comprometido a derribar las paredes entre las polaridades incompatibles, y de hecho ese ha sido el resultado del trabajo de las mentes creativas de nuestro tiempo, desde el poeta al científico, del pintor al antropólogo, del arquitecto al psicólogo, del filósofo al compositor. En la ciencia muchas de esas polaridades fueron reconciliadas en una dimensión mayor: espacio y tiempo, energía y materia, reposo y movimiento, micro y macrocosmos, consciencia e inconsciencia, etc. Esto solo fue posible a través del concepto de relatividad. La relatividad implicaba el reconocimiento del papel del sujeto en la ciencia. Como resultado, el reino “objetivo” de la ciencia no es ya diametralmente opuesto al mundo “subjetivo” del arte. Sujeto y objeto se han mezclado alegremente. En el arte polaridades similares fueron reconciliadas de la misma forma — en forma, color, sonido, palabra, espacio y movimiento: sueño y realidad, orgánico e inorgánico, mente y materia (todas ellas constituyendo juntas los cimientos para la metamorfosis), tiempo y espacio, reposo y movimiento, etc.
Mientras el arte contemporáneo, la ciencia y la filosofía han ido cogidas de la mano por más de medio siglo, reconciliando las polaridades quebradas a través del pensamiento recíproco — destruyendo las barreras entre ellas — , la arquitectura, y el urbanismo especialmente, se han alejado de ese planteamiento, permitiéndose paradójicamente una aplicación arbitraria de lo que, después de todo, está esencialmente basado en la relatividad y por tanto es malinterpretado. A la luz de los logros de otros campos creativos — un concepto distendido de la relatividad — lo que los arquitectos y urbanistas han hecho podría llegar a considerarse una traición. Aún así, lo que está hecho, está hecho, y ya no puede destruirse (nadie es forzado a mirar un mal cuadro, leer un mal poema, o escuchar mala música).
Volviendo a este hogar y como intentó salvarse de ser un mal hogar. Parecía buena idea anclar la gran casa-pequeña ciudad de los niños a la calle, es decir, a la esfera pública, allí dónde entraban y salían, introduciendo una gran plaza abierta como elemento de transición entre la realidad de fuera y la de dentro. Es un dominio de lo intermedio, indicando el camino gradualmente por etapas, ayudando a mititar la ansiedad que causan las transiciones abruptas, especialmente en estos niños. Dejar el hogar e irse al hogar son en muchas ocasiones cuestiones difíciles; entrar o salir, irse o quedarse, muchas veces dolorosas alternativas. Aunque la arquitectura no puede evitar ese hecho si que puede contrarrestarlo mitigando sus efectos en vez de agravarlos. Es humano retrasarse. La arquitectura debería, en mi opinión, tener más en cuenta estos acontecimientos. El trabajo del organizador es proveer una bienvenida construida para todos, sostener un sentimiento de pertenencia — por tanto, inventar una arquitectura de lugares — un escenario para cada ocasión, planificada o espontánea.
Hay ocho departamentos, cada uno marcado por una gran cúpula, en los que los niños viven por grupos de edad — se van y llegan nuevos tan pronto que es imposible mezclar todas las edades en un mismo grupo. Sin embargo esta agrupación no supone para nada una jerarquía limitante, ya que todos los departamentos, espacios de servicio y estancias para actividades especiales se abren a la gran calle interior de forma que se invita a los niños a mezclarse y moverse de un departamento a otro, a visitarse unos a otros. Esta calle interior no es más que otro lugar intermedio — hay muchos más. El edificio fue concebido como una configuración de lugares intermedios claramente definidos. Esto no implica una transición continua o el aplazamiento continuo con respecto al lugar y la ocasión. Por el contrario, implica la ruptura del concepto contemporáneo (llamémosle enfermedad) de la continuidad espacial y la tendencia a borrar cualquier tipo de articulación entre espacios, por ejemplo entre dentro y fuera, entre un espacio y el siguiente. En cambio, intenté articular la transición a través de lugares intermedios bien definidos, que inducen un reconocimiento simultáneo de lo que es significativo en uno y otro lado. Un lugar intermedio en este sentido proporciona el lugar común en el que polaridades en conflicto pueden volver a convertirse en fenómenos duales. Durante treinta años la arquitectura — por no mencionar el urbanismo — ha estado proporcionando un fuera para el hombre incluso cuando está dentro (agravando el conflicto al intentar eliminar la diferencia esencial entre ambos). Arquitectura (y urbanismo) implica la creación de interiores tanto dentro como fuera. Ya que el exterior es lo que precede al entorno construido por el hombre; lo que es contrarrestado por él, lo que es persuadido de pasar a ser conmensurable al ser interiorizado.
Ya que la calle interior es un espacio intermedio, quería que el comportamiento de los niños en ella fuera tan vigoroso como es fuera. Evitar una pérdida súbita de espontaneidad a este lado de una puerta estrecha; sin modales de salón en el interior. Por esa razón los materiales utilizados en la calle interior son idénticos a los que se utilizan en el exterior. Los elementos constructivos no se maquillan o se cubren con finas telas. El niño de dentro es como el de fuera — el mismo niño — pero con un techo sobre su cabeza en vez del cielo. La iluminación eléctrica, además, es como la iluminación de las calles de forma que el niño se mueve de un lugar iluminado a otro a través de una oscuridad comparativa. Lo se permitió la utilización de medidores de lúmenes para probar las ventajas de una distribución uniforme de luz. La oscuridad del exterior obliga a una reducción de las dimensiones en el interior. Además están los patios; todos estancias exteriores diferentes atados a lo largo de la calle interior, accesibles desde ella así como desde los departamentos entre los que se sitúan. También forman intermedios — reconciliando el movimiento del tráfico del exterior con el del niño en el interior. Creo que es incorrecto ver ambas cosas como realidades incompatibles; ya que pueden encontrarse maravillosamente siempre que se encuentre una forma correcta para una relación adecuada.
Todas las paredes exteriores e interiores, así como los elementos más importantes construidos dentro de la envolvente, terminan a altura de pilar (columna). El espacio entre ese punto y el techo está ocupado bien por arquitrabes horizontales prefabricados de hormigón reforzado — elementos intermedios que atan y cierran, pero al mismo tiempo extienden las paredes hacia arriba y el techo hacia abajo — o están cerrados con vidrio. En ocasiones se deja abierto. Los muros encierran, traban, y se abren consecutivamente. En el interior de los departamentos los muros están enfoscados y hay más colores activos (manchas de rojo y violeta por aquí y por allí) así como una gama de elementos más pequeños construidos dentro de la estructura principal. Pero los arquitrabes (vigas) y las cúpulas se extienden también por los departamentos. En la calle interior los muros son como los del exterior — rugosos, oscuros y pesados, como el exterior de un coco; mientras en los departamentos son blancos, suaves y mullidos, como su interior blanquecino. Dos tipos de protección — un abrigo de invierno con un revestimiento blanco y sedoso en el interior, cerca del cuerpo; cuero pesado y rugoso en el exterior donde entra en contacto con el mundo — los elementos y otros seres humanos. Ya que el hormigón, los ladrillos y las superficies blancas no centellean — y siempre algo debería — hay decenas de pequeños espejos incrustados en losas de hormigón y algunos grandes en el suelo de la calle interior, que distorsionan por el mero hecho de provocar una sonrisa. Todos ellos joyas, y bien baratas para serlo.
Las cúpulas — ocho grandes hormigonadas in situ y 336 pequeñas prefabricadas, todas de hormigón ligero — transforman una cubierta plana interminable en un paisaje dispuesto a recibir los elementos; el agua de lluvia se reúne a lo largo de los canales horizontales entre los montículos que arrojan sombras oblicuas cuando el sol está bajo (el tiempo de arcoiris es el más efectivo). Las cúpulas al mismo tiempo asisten a la idea del parte-todo, el pequeño mundo-gran mundo, unidad-diversidad. Continuamente se suceden una detrás de otra. Cuando uno se mueve por el edificio, se mueve debajo de cada una de ellas — en su interior. Pero al mismo tiempo permanece consciente y formando parte de un mundo mayor en todo momento. Un pequeño mundo en un gran mundo, un gran mundo en un pequeño mundo, una casa como una ciudad, una ciudad como una casa; un hogar para los niños, un lugar en el que pueden vivir en vez de sobrevivir — esto es al menos lo que intenté que fuera.
Autor original: Aldo van Eyck
Bibliografía: Strauven, F. y Ligtelijn, V. Aldo van Eyck Writtings. SUN Publishers, 2008. Pg. 312–323
Traducción al castellano: Alejandro Campos