El verdadero riesgo de un gobierno de Semilla

Benjamin Sywulka
7 min readJul 11, 2023

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Por Benjamin Sywulka

Imagen: spacexuan

Tengo muchos amigos que le tienen miedo a un gobierno de Semilla. Me he tomado la tarea de entender mejor las propuestas de ese partido, y de entender los miedos de los que se oponen a ellos. Por lo que entiendo, hay dos miedos principales: la amenaza en contra de la vida y a la familia y la amenaza en contra del sector privado organizado.

A mis amigos cristianos les preocupa mucho la primera amenaza. Aunque hay mucho que se podría hablar de esto, voy a ir al grano: ¿Cuál es el riesgo real de que un gobierno de Semilla legalice el aborto y el matrimonio gay? Casi cero. Aparte de que no está en su agenda (ni en la pública ni en la oculta), como son un partido democrático a lo interno, tienen posturas muy diferentes entre sus miembros (que incluyen evangélicos y católicos devotos) sobre estos temas. La única agenda que tienen es la que han repetido innumerables veces: reducir la discriminación y la violencia en contra de los homosexuales, y no cambiar la legislación actual en cuanto al aborto. Y si en caso Semilla esté mintiendo, y sí quisiera empujar esta agenda, este tipo de decisiones no se pueden imponer desde el organismo ejecutivo… llevan sus procesos correspondientes en el legislativo e incluso en consultas populares, y la población tendrá muchas oportunidades para pronunciarse a favor de la vida y la familia.

A mis amigos empresarios les preocupa la segunda amenaza, pues sienten que vamos en camino a Nicaragua o Venezuela. Aquí sí vale la pena profundizar, porque aunque es verdad que esta segunda vuelta es una guerra entre la corrupción vs. la anti-corrupción, muchas personas buenas, que quieren un gobierno anti-corrupción, se sienten tan amenazadas por la narrativa anti-sector-privado que manejan algunos miembros de Semilla, que están dispuestos a continuar dándole más poder irrevocable a gobiernos corruptos con tal de evitar el apocalipsis que sienten que se les viene encima. Este riesgo es difícil de medir, porque por un lado, Bernardo Arévalo tiene una trayectoria profesional anclada en la construcción de paz y la resolución de conflictos, y tiene una capacidad admirable de construir puentes — incluyendo entre militares y comunistas. Pero por otro lado, hay posturas más radicales dentro del partido — y algunas de esas voces son fuertes e influyentes — y cuando sacan un video explicando por qué quieren sacar a CACIF de las juntas directivas del estado, no inspira confianza de que va a ser un gobierno conciliatorio y que han analizado las consecuencias de sus propuestas.

Si Semilla no está mintiendo, y realmente se rige por principios democráticos, se deja auditar, promueve la libertad de prensa, y usa bases técnicas para sus propuestas, su gobierno podría ser uno de los mejores en la historia del país, co-diseñando con el sector privado mejores sistemas de justicia, salud, educación, inversión, etc. Si Semilla está mintiendo, y realmente tiene una agenda oculta, una tendencia dictatorial y un interés en politizar la justicia en contra de la “derecha”, la probabilidad de que desde el Ejecutivo pueda manipular al sistema Legislativo y Judicial, que están en contra de ellos, para lograr esas ambiciones es bastante baja. Pero… ¿no podrá Semilla incitar a la población a salir a las calles y tener ese “poder del pueblo”? Tal vez sí. Por eso es difícil medir este riesgo. Pero la UNE tiene la misma capacidad de incitar a las calles para darse aún más poder del que ya tiene.

La única forma de analizar el riesgo real de los miedos que tenemos sobre un gobierno de Semilla, es de sentarse a hablar con ellos, escucharlos, y entender por qué proponen lo que proponen. Es fácil ver cualquier iniciativa que hacen con desconfianza y motivada por una agenda ideológica. Pero sus propuestas fueron generadas orgánicamente entre muchas personas con perspectivas diversas en muchos sectores del país, y tienen su razón de ser, y una lógica técnica. No son perfectas, pero son propuestas que se deben entender antes de juzgarlas. Son propuestas que necesitan una perspectiva del sector privado para ser viables, pero no se va a incluir esa perspectiva si los que se oponen a Semilla solo critican y no proponen.

Es cierto que Twitter y TikTok no se prestan para profundizar sobre las bases técnicas de las propuestas de Semilla. Y el PDF de 64 páginas que comunica su plan de gobierno deja muchas preguntas válidas sin responder. Pero no he escuchado ni una preocupación legítima sobre el “plan de gobierno” de la UNE — que solo es una lista en su página web de ideas abstractas sin plan ni explicación — sabemos que ese es un ejercicio sin sentido porque el verdadero plan de ese gobierno se ha evidenciado en las acciones reales que han tomado en las últimas dos décadas. Y si miramos sus acciones en los últimos dos meses, concederles el Ejecutivo sería un paso más contundente hacia el rumbo que tomaron Nicaragua y Venezuela.

En mis propios esfuerzos por entender las propuestas de Semilla, y las preocupaciones de los que están haciendo hasta lo imposible por impedir que lleguen al poder, estoy entendiendo que hay dos tipos de desacuerdos. Hay iniciativas donde Semilla y el sector privado quieren lo mismo — pero ven diferente el camino. En estas iniciativas se abre la puerta para co-crear mejores diseños de las iniciativas, para minimizar los riesgos que ambas perspectivas identifican.

Pero lo difícil es que hay otros tipos de desacuerdos. Desacuerdos en donde las premisas sobre la realidad son diferentes. En mi experiencia, cuando uno tiene una premisa enraizada profundamente en su subconsciente, no hay lógica, ni argumento, ni análisis técnico que te vayan a convencer para cambiar de opinión. Los modelos mentales que construimos meticulosamente durante el transcurso de nuestra vida son una parte importante de nuestra identidad—y cuestionar mis premisas es amenazar mi identidad.

Cuando dos personas con premisas totalmente diferentes no pueden llegar a un acuerdo con argumentos lógicos, mi experiencia ha sido que sólo hay dos caminos: o toman la decisión mutua de darle el beneficio de la duda al otro, y con empatía y aprendizaje mutuo construyen la confianza suficiente para convivir, o toman la decisión de distanciarse, demonizarse mutuamente, y pelearse por el poder.

Mi lectura de la realidad política que estamos viviendo es que estamos sufriendo las consecuencias de largo plazo de haber escogido el segundo camino. Construimos una democracia sin construir ciudadanía. Nuestro sistema electoral se apalanca en 125,000 ciudadanos para recibir y contar los votos — lo cual minimiza el riesgo de fraude. Pero nuestro sistema democrático partidista no se apalanca en una masa representativa de ciudadanos para co-crear propuestas y ponerlas en acción—por lo que es muy vulnerable a la manipulación. Queremos el voto del ciudadano, pero no su ciudadanía.

El ciudadano promedio se involucra una vez cada cuatro años para emitir su voto, pero no desarrolla el músculo de participación ciudadana — la habilidad de conocer al vecino, entender su realidad y sus necesidades, proponer soluciones, y organizarse colectivamente para arreglar lo que no funciona.

Queremos el voto del ciudadano, pero no sus perspectivas. El discurso político lo dominan un número increíblemente pequeño de personas en el país — líderes influyentes que usan historias convincentes, conspiraciones, comparaciones con otros países, el miedo, el resentimiento y más que todo la demonización del “otro” para manipular la opinión pública a su favor.

Como ciudadanos nos hemos dejado manipular una y otra vez, votando por miedo en vez de votar por esperanza. El resultado de este comportamiento ciudadano es que le hemos dado más y más poder a líderes políticos autoritarios y corruptos, erosionando los contrapoderes necesarios para una sociedad sostenible. La culpa la tenemos nosotros, los ciudadanos, por no involucrarnos y ejercer nuestra ciudadanía, por no conocer a nuestro vecino y entender su realidad, y por delegar nuestro pensamiento crítico a los influyentes en nuestros círculos sociales, en vez de analizar la realidad que nos rodea.

Nuestra verdadera crisis de valores es una crisis de confianza. Valoramos más nuestra propia forma de ver el mundo, que, si nuestro vecino piensa diferente a nosotros, nos da desconfianza. No nos tomamos la molestia de entender el punto de vista del vecino antes de juzgarlo. Y nuestro vecino hace lo mismo con nosotros. Sin darnos cuenta, el resultado a largo plazo de solo rodearnos de personas que piensan igual a nosotros, es que perdimos nuestra capacidad como ciudadanos de co-crear una sociedad sostenible.

Hoy tenemos que tomar una decisión. Podemos consumir cada escrito y video que recibimos en la campaña negra en contra de Semilla y fortalecer nuestros prejuicios en contra de ellos y aumentar nuestros miedos apocalípticos. O podemos abrir los ojos al nivel de disfuncionalidad que tiene nuestro sistema de gobierno, y asumir nuestra responsabilidad ciudadana de conocer la realidad de nuestro vecino y trabajar colectivamente para mejorarla.

Por mi lado, no comparto ciertas premisas con Semilla—en particular sobre el papel que debe jugar el sector privado organizado en ciertas instituciones del estado para tener un gobierno sostenible. Pero también estoy dispuesto a aceptar que tal vez hay algo que ellos miran que yo no puedo ver, y eso me permite transformar mi juicio en curiosidad.

Al final, lo que sí tengo claro es que el sistema de gobierno que tenemos—la cleptocracia desconectada de las necesidades de los ciudadanos—es insostenible. Tarde o temprano necesitaremos reformas profundas, y posiblemente dolorosas, para cambiar el rumbo del país hacia un futuro viable.

Yo solo veo tres escenarios. Si Semilla gana la segunda vuelta y toma posesión en enero dentro del contexto institucional democrático, muchas de esas reformas se podrán empezar a dar, y un gobierno de Semilla puede ser una válvula de escape para una población desesperada. Seguramente habrán reformas que parten de premisas diferentes a las que estamos acostumbrados a tener en círculos de derecha. Pero si les damos el beneficio de la duda, y usamos empatía para aprender mutuamente, encontraremos un camino para convivir.

Si Semilla pierde en la segunda vuelta, el alivio de los que no quieren un gobierno de Semilla durará poco. Porque la frustración ciudadana de tratar de sobrevivir en un país inviable no se desaparecerá con la derrota de Semilla. La indignación y desesperación ciudadana que catapultaron a Semilla a la segunda vuelta es real, y no se revertirá con una mano dura política de un estado cooptado. No sé cuánto tardará, pero tarde o temprano la olla va a estallar.

Y ese, lamentablemente, es el tercer escenario. Un rompimiento de nuestra democracia. Si llegáramos a eso, mi presentimiento es que Guatemala llorará sangre.

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