Yo era un negador de Spotify

Alberto Rojas
5 min readMar 27, 2017
Tengo esta caja de Singles de 1990–1998 de Massive Attack. La caja cambia de color con el calor, tiene 11 discos con remixes y un poster con el arte de Robert del Naja AKA “3d”. Hay gente que dice que él es Banksy.

Siempre he sido lento para adoptar servicios de subscripción de entretenimiento. Me suscribí a Netflix hasta que vi que tenía suficiente contenido original, que podía deshacerme de la televisión por cable y que podía aumentar su catálogo con un VPN.

El problema que sigo teniendo es que Seinfeld no está en Netflix. Me veo buscando mis dosis en sitios llenos de spam que podrían infectar de cáncer a mi laptop. Ese era mi argumento: en Netflix no está todo lo que me gusta y voy a seguir pirateando aunque no quiera. Tampoco creo que suscribirme a Hulu valga la pena para ver ese programa, ni siquiera tengo tanto tiempo para utilizar ambos servicios de streaming.

Asumí que Spotify iba a ser parecido: que existe mucho contenido que simplemente no va a estar ahí y que quiero escuchar. ¡Si ni siquera está Taylor Swift! Bueno sí está, pero solo algunas canciones de soundtracks, aparentemente. (Disclaimer: No que quiera escucharla, pero es muy popular. Esto es lo único que sigo “sobre ella” y es de lo mejor que hay en twitter XD)

Mi relación con la música “es complicada”

La cosa es que la música ha sido muy importante para mí. Me la tomo muy a pecho y vuelvo los ojos cuando oigo decir que “Sorry” de Justin Bieber es un piezón (y ni me hagan hablar del “video”). Para algunos amigos soy muy “mainstream” y para otros muy raro. Tengo una amiga que dice que soy un “hater”. Me gusta todo tipo de música, no un sólo género en específico, pero me gusta la buena música: la que me ofrece algo, la que le costó a quién la hizo; a veces la que transgrede, la rara o la que es buena solo porque está bien hecha.

La máxima de Mordecai: “No puedes tocar la música, pero la música te puede tocar a ti.” PROFUNDO.

Sobre ese tema siempre me peleo porque me dicen que “es subjetivo” y que “cada quién consume lo que quiere”. De lo primero sigo creyendo que no es así: igual que el buen diseño no es subjetivo, la buena música tampoco lo es. De lo segundo: estamos de acuerdo, pero creo en la ley de Sturgeon y en la canción de consumo. No me gusta Sabina pero me gusta Tom Waits, me gusta el metal más “cepillo” y no el heavy clásico. Me gustan los covers “elaborados” de algunas piezas pop. En fin, lo que quiero establecer es que, o mi relación con la música es complicada o simplemente soy un dolor de huevos. Puedo vivir con cualquiera de las dos.

La ausencia de la música

Hace varios años inicié una empresa con mi hermano y mi partner in crime, Lucy. No les aburro con el cliché de que “es más difícil de lo que creíamos” (spoiler alert: lo es), pero caí en la estadística que dice que uno busca música nueva hasta que llega a los ~33 años de edad.

Pasé de escuchar algo SIEMPRE a escuchar religiosamente solo un par de discos. Uno de ellos es Reign in Blood. Pasé la biblioteca de iTunes a un disco externo que ya ni conectaba a la laptop. Youtube se convirtió en mi emisora por ratos. Estaba en negación por estancamiento: uno piensa que de por sí, ya no hay nada nuevo y bueno en la música.

El Chromecast

Entonces pensé en alguna manera de volver a ser el dolor de huevos de siempre, reactivando mi relación con la música.

Así como el Chromecast para TV me ayudó a deshacerme del cable, pensé que el Chromecast Audio me ayudaría a volver a la música. Me llevé un colerón cuando vi que Youtube no se puede enviar al Chromecast Audio sin una cuenta Youtube Red o Youtube Music. La segunda no está disponible en Costa Rica. Bajé Youtube Music para Android de una manera que hasta a mí me dio miedo y ¡Sorpresa! Para hacer streaming hay que pagar. No hay problema con eso, pero tendría que usar siempre un VPN.

En algunos casos, sigue siendo más fácil piratear.

Entonces, Spotify.

Al fin me decidí, o más bien, me di por vencido. Me suscribí al trial de Spotify y al fin pude darle uso al Chromecast Audio. El servicio me parece bastante conveniente, fácil de usar y bonito. El ethos de su metodología de desarrollo se nota y se siente como un producto muy refinado.

Estas son algunas cosas que he notado:

  • Las listas que la aplicación recomienda tienen nombres bastante cursis y la selección de música que tienen, también lo es. Las listas de “viaje” y las de “fin de semana” tienen las mismas canciones y si no, suenan igual. Como casi todo lo que es default, no las uso.
  • El catálogo no está mal. Por sorpresa tiene Henri Texier, Bojan Zulfikarpasic, Shai Maestro. Hasta tiene a Arvo Pärt. De verdad pensé que estos artistas no iban a aparecer. La transición desde iTunes fue sin dolor. Es un alivio poder deshacerme de ese software lento, torpe y desastre de UX.
  • Todo es muy simple, hasta que uno busca una pieza y simplemente no está. Está el grupo, están sus álbumes, pero la pieza no está. Me sorprende que dentro del catálogo esté el grupo Cirkus, pero me enferma que no esté su canción “Starved”.
¡¿¡¿Cómo se mete esto en un playlist?!?! (Me dijeron cómo, lean abajo XD)
  • Sí se puede agregar su propia música. Tiene truco y no es intuitivo. Se pueden sincronizar canciones entre la laptop y el móvil (¡Gracias !) pero implica guardar el playlist en el dispositivo para escucharlo offline. Como que sí sirve, pero no es ideal.
  • El servicio es rápido. Una de las razones de mi negación era que la red celular en Costa Rica no es muy confiable. No es una experiencia perfecta en 3G, pero es bastante usable.
  • Ahora quiero hacerme audiófilo. No sólo escucho música en Spotify, sino que he comprado álbumes en FLAC de algunas joyas que quiero escuchar más en serio, como el Communion de Sceptic Flesh. Mi relación con la música oficialmente está restaurada.

Ahora me encuentro escuchando música a diario y descubro música nueva. Con Lucy comparto listas y nos burlamos de los nombres que tienen. La ley de Sturgeon persiste. A pesar de eso, sigo teniendo la nostalgia de la manera de consumir la música hace unos 18–20 años: hacerle un cassette a un amigo, esperar con ansias un disco importado, ver el arte impreso del Ænima o del 10.000 days; abrir el plástico del Evil Empire y la incertidumbre de saber si era tan bueno como su predecesor… Se sentía más íntimo, no necesariamente mejor, pero diferente. Ahora uno hace binge listening. Es una cosa por otra: gana la conveniencia y puedo compartir mis hallazgos más fácilmente y rápido. Esto explica el efecto Netflix. Ahora soy todo un creyente de la suscripción.

Estoy trabajando poco a poco en mis listas y en mis recomendaciones. Si quieren seguirme, soy betobarbas en Spotify y esta es la lista que más he estado trabajando. Sigo sin tener mucho tiempo para esto, pero las voy a ir creciendo poco a poco.

La verdad, Spotify está bonito.

--

--

Alberto Rojas

Managing Partner at Manatí. A designer abducted by web developers that never turned back. Embracer of Open Source, helps build the web for human beings.