Photo: Air New Zealand

Danza con Kiwis — #01 — Último Mes

Hace exactamente un año atrás, Noviembre de 2018, mis metas en la vida eran claras y bien definidas. Como un empleado contratado del Estado el sueño de una planta transitoria (y eventualmente permanente) era el camino a la seguridad laboral y estabilidad para el resto de mi existencia. La otra gran meta era la de comprar un departamento para poder atrincherarme de la vida y resistir los embates de la realidad, un pequeño refugio frente a un mundo que se vuelve cada vez más y más hostil.

Hoy, a solo un año de distancia, me encuentro a un mes de viajar a Nueva Zelanda a donde voy armado con una visa, que me habilita a trabajar por un tiempo, y mi ingenio para rebuscármelas y encontrar un modo de sobrevivir y progresar.

Nada tengo planeado más que las certezas de mi visa y el reconocimiento de mi ingenio. Navego nuevos mares sin mapas que me guíen y adviertan de los peligros (o tesoros) que me esperan por delante.

¿Cómo se dio este vuelco de 180º en mis metas? Esa es una historia demasiado larga y dolorosa para dedicarle palabras, prefiero dejar que se pierda en la memoria porque en nada ayuda al presente.

Mejor enfoquemos nuestra atención en el hoy y las cosas que se me vienen encima como una avalancha de emociones.

Por un lado tengo el futuro se me aparece vacío. Elijo no llenarlo con nada, ni miedos ni esperanzas, los primeros solo me sacarían las tan necesarias energías y las segundas solo me darán una idea falsa de lo que podría ser cuando todavía ni siquiera he pisado aquellas tierras.

De nada sirve ver el pasado, como ya dije: que se pierda en el tiempo.

Por eso prefiero enfocarme en el presente antes que termine de desdoblarse frente a mí para filtrarse en las grietas del tiempo y volverse inmediatamente pasado sin detenerse jamás. Solo importa el ahora.

No soy una persona apegada a mi tierra o a mi familia. La soledad ha sido una constante en mi vida así que la idea de dejar todo atrás no me aterra completamente, aunque sería un mentiroso si pretendiera simular que no me afecta en lo más mínimo.

He vivido los últimos quince años de mi vida en la ciudad de Buenos Aires dedicado a estudiar su historia y a hacer de ella una fuente de ingresos que muchos creyeron inviable. Hoy en día puedo vivir de este trabajo y eso es un logro que me llena de orgullo. Pero a pesar de todo no es suficiente para anclarme a este rincón de la tierra.

¿Por qué dejar Buenos Aires? ¿Por qué dejar la seguridad de lo conocido?

Muchos son los motivos, es imposible reducirlo a un hecho singular y hay una buena parte que prefiero mantener en la sombra. Pero puedo hablar del cansancio que produce vivir en un mundo que parece estar constantemente anclado a un punto que lo hace girar siempre sobre sí mismo. Este país y su gente viven llenos de potencial, pero el potencial por sí solo no alcanza, igual que un resorte que está listo para salir disparado nada pasará si no se lo libera. Y nadie parece interesado en liberarse para saltar. Todo está a la merced de la mediocridad y la seguridad, que se pega a uno como el hollín del aíre, casi sin que nos demos cuenta que se deposita sobre nosotros.

Por mucho tiempo creí que era posible progresar a pesar de todo, pero quizás sea demasiado débil para avanzar cuando me siento empantanado en la mediocridad. Como si estuviera en arenas movedizas hasta el movimiento más simple cuesta el doble o el triple de energía.

Por eso siento necesario partir, porque el día que miré a las personas que podrían ser mi futuro me di cuenta que eso no era para mí, que prefería arriesgarlo todo antes que convertirme en un ser decadente que simplemente vive atrapado en su imaginación.

Estas ideas han fermentado en mi mente desde hace un año. Desde entonces viví soñando que llegue el día. Algunas veces ese sueño se volvía una pesadilla, donde mis temores se amontonaban alrededor mío hundiéndome en la desesperación: ¿Qué tengo yo para ofrecerle a un país? El deseo de irse era fuerte pero el temor de fracasar tenía la misma intensidad causando por momentos un empate desesperado, una fuerza imparable chocando con un objeto inamovible.

Pero a pesar de todo este conflicto interior la idea de partir seguía siendo una abstracción en mi mente, nada más que un sueño lejano. Uno sabe que al final se despertará hasta de las peores pesadillas. Pero ahora, a un mes de distancia, los sueños empiezan a cristalizarse en realidad y los sentimientos se amontonan en mi mente con creciente intensidad y contradicción.

En ningún momento pensé en que fuera una mala idea partir. Desde que tomé la decisión supe que era lo correcto y cada hora que pasa refuerza esa percepción.

Pero ahora, con la cantidad de días que faltan para partir en el orden de los dos dígitos, las consecuencias del viaje se vuelven patentes y reales. Cuando uno piensa que solo quedan algunas semanas más para reunirse con los amigos; cuando uno se da cuenta que quizás, si todo sale bien, es posible que no vuelva a ver a algunas de las personas mayores que dejo atrás; o que una vez que me establezca en esas nuevas tierras volver va a ser imposible por el simple hecho de que ya no voy a ser la misma persona.

No es temor, en lo más mínimo, al día de hoy la confianza que he construido me hace creer que de alguna u otra manera encontraré una solución a cualquier problema. Lo que hay es un torbellino de pensamientos e ideas que hasta hace poco tiempo se encontraban contenidas bajo el velo de una tenue realidad envuelta en un ensueño. Hoy ese velo se ha volado y la magnitud de la aventura que se me revela sin duda me moviliza más allá del punto que puedo controlar.

Los días comienzan a pasar cada vez más rápido y se extiende en mí el sentimiento de que ya no hay tiempo para hacer nada más. Trato de repasar en mi mente todo lo que queda por cumplir, la gente que tengo que despedir o algo tan mundano como la ropa que tendré que elegir y cuál descartar.

Un viaje como este es la perfecta oportunidad para desprenderse de todo lo que nos rodea, para quedarnos con lo básico, no solo a un nivel de objetos físicos sino de nuestra propia personalidad. Me es imposible imaginar los retos que me esperan y como los enfrentaré, mientras tanto solo me queda ver los desafíos que ahora me asaltan y tratar de resolverlos de la mejor manera posible.

Falta solo un mes de este proceso que comenzó hace una eternidad (porque hace un año que cada día pasa tan rápido como lento), donde mi mente ha vivido atrapada entre dos mundos: uno real que me rechaza y otro imaginario que apenas me da pistas de que allí estaré mejor.

Cada día vale por un segundo y una semana a la vez.

Capítulo 2

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